Escogí un vestido de noche, color negro y con adornos en plata. Había metido alguna ropa elegante en el equipaje antes de salir de Madrid, pues nunca se sabía en qué momento podría necesitarla. No es que quisiera impresionar al periodista, pero la promesa de cenar en un restaurante que me sorprendería, esas habían sido sus palabras, me hizo tomar la precaución de no desentonar cualquiera que fuese el lugar y aquel vestido era lo que tenía a mano en ese momento. Acostumbrada a pasar muchas horas en el lodazal de una excavación, había desarrollado una tendencia a compensar ese aspecto desarreglado en cuanto tenía ocasión.
Pujales apareció un poco después de la hora acordada. Como había previsto, no tuvo problemas para encontrar el hotel. Al verme hizo algún comentario halagador acerca de mi indumentaria y yo me reproché el no haber tenido valor para correr el riesgo de llevar una ropa más desenfadada, teniendo en cuenta además que él vestía de modo informal. Apenas conocía a aquel hombre pero ya había decidido que no me caía bien. Esperaba cumplir el compromiso y satisfacer lo suficiente su curiosidad profesional sin desvelar información comprometedora, con la esperanza de que al fin me dejase tranquila. De no ser así tendría que tomar otras medidas.