miércoles, 8 de enero de 2025

Principio y fin

    El llanto quejumbroso rasga el aire. En la habitación impoluta, gentes tocadas de azul celeste, gorro y mascarilla se afanan con presteza mientras María se retuerce entre punzantes dolores. Es el precio de traer al mundo una nueva vida. Un futuro incierto de dichas y padecimientos comienza su andadura.

—Sólo será un pinchazo de nada, Amadeo.

—No, todavía no.

—Verá como se siente mejor, no se haga de rogar.

A Eva se le encoje el alma. A pesar de su juventud ha hecho lo mismo en decenas de ocasiones, pero siempre es tan duro como la primera vez. El anciano se aferra con su mano espasmódica al brazo de la enfermera; su piel sedosa le evoca recuerdos casi olvidados, de cuando era un zagal que bailaba el agua por las mozas más hermosas del pueblo. Se esfuerza porque el hilo de voz que consigue arrancar de su garganta sea inteligible.

—Tiempo, niña. Aún queda tiempo.


 Un lloriqueo punzante se oye por el pasillo. María entra en la estancia con su retoño en brazos.

—Se llama Olga, igual que su abuela.

La mirada ojerosa de María se deshace en lágrimas. También la de Amadeo, que acaricia a su nieta sabiendo que será lo último que ceda a la posteridad. Por un momento, el implacable tiempo susurra su tic-tac más despacio. Al fin Amadeo enfoca los ojos cansados en la trémula Eva, que contempla la escena discretamente. Su cabeza encanecida aventura un ligero cabeceo, un tácito ahora sí.

—Vamos a sedarlo ya.


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