lunes, 10 de febrero de 2025

La perla de Jamaica

Isla de La Española, 1659

El capitán Álvaro Mendoza aguardaba en la atardecida a orillas del Ozama. Desangrada por el éxodo hacia el continente y asolada por ataques corsarios, Santo Domingo era una sombra de la plaza que antaño fuera. El gobernador Zúñiga le encomendara esa mañana transportar un valioso cargamento hasta Cartagena de Indias, al otro extremo del Caribe. Allí, decía, estaría más seguro. Ante las reticencias de Mendoza, la respuesta había sido doblemente negativa. ¿Por qué no una carraca? ¡Proveedme al menos de una escolta a la altura! Ambas cuestiones fueron argumentadas de igual modo: Una pequeña galera solitaria no llamaría la atención. La demanda para consignar una dotación más nutrida fue también desatendida.

Constituía la Indomable una rareza en esas latitudes, galera de tres mástiles y sendas filas de remos a los costados, artillada solo en la proa como era costumbre. Entre la oscuridad, Mendoza observó una figura encapuchada que era conducida por sus marinos hasta el buque. Por instinto, se santiguó.

 

El primer día transcurrió sin contratiempos. Al segundo, Mendoza repartió maldiciones entre todos los antepasados de Zúñiga. Una fragata había sido avistada intentando darles caza. Desde la cofa, el vigía confirmó que enarbolaba la bandera pirata.

—Bien podían izar esos granujas el estandarte de la perversa Albión, ¡Así no condenarían sus almas también por mentirosos!

—¡Nos darán alcance en unas horas!

—Más importante será el dónde, contramaestre. Todo a estribor, ¡rumbo al mar del Olvido!

—Con todos los respetos, señor…

—¡Necesito mantener la ventaja hasta el atardecer!

—Podríamos hacerlo sumando los remeros, pero son escasos y sus fuerzas limitadas.

—Estableceremos turnos rotativos —ordenó— incluyendo a la dotación y la marinería.

Mendoza se retiró a los camarotes. Allí encontró a quien buscaba, sobre el acolchado velloso de un arcón.

—No he preguntado vuestro nombre, mas es hora ya de averiguarlo.

Al descubrirse asomó el rostro atezado de una hermosa joven que rondaría los dieciocho. El cabello negro le caía en bucles hasta la altura de las caderas.

—Me han instruido con severidad a no revelarlo.

—Señora, en unas horas un barco pirata nos dará alcance y alguien poderoso os quiere en él. Desconozco si viva, o muerta.

—¡Algún espía me ha visto embarcar!

—Aunque así fuera, no habría tiempo de dar aviso. Además, se han cuidado bien de organizar la expedición con la mayor desidia. No dudéis, es traición.

—Mencía, mi señor. Mencía de Sandoval.

—¿Sois acaso hija del gobernador de Jamaica?

—Lo era, pues como sabréis la isla fue tomada por los ingleses cuatro años atrás. Mi padre anhela recuperarla.

Mendoza comenzaba a atar cabos. Sandoval y Zúñiga eran compadres en los negocios, todos más turbios que una ciénaga emponzoñada. Ambos serían capaces de vender a sus mismas madres, mas ¿sacrificaría Sandoval a su propia hija? La Corona había desistido de recuperar Jamaica, pero el secuestro de la joven sería un casus belli casi obligado para retomarla.

—Decidme, Mencía ¿Tenéis por cordial la relación con vuestro padre?

No hizo falta más respuesta que las lágrimas silentes de la muchacha.

 

Era una porción de agua al sureste de La Española, conocida por la ausencia de vientos. Muchos barcos habían tenido un agónico final en el mar del Olvido. Entraron con brisa de costado, para desesperación de Mendoza. Desde popa podían distinguir las muecas desdentadas de los piratas. El propio capitán tomó los remos, bogando con bravura. Tras una persecución angustiosa al fin el viento amainó, hasta que cayendo ya la tarde sobrevino calma chicha. Ambas naves quedaron varadas sobre el océano con el velamen lánguido. Temiendo que la brisa recuperase el resuello, Mendoza ordenó maniobrar a ciaboga.

—¡Los hombres están exhaustos!

—¡Por todos los naufragios, un último esfuerzo!

Los galeotes de babor comenzaron a remar hacia atrás, mientras en estribor lo hicieron hacia adelante, virando la galera sobre sí misma justo sobre la vertical de la inerme fragata. En unos minutos toda la artillería del castillo de proa de la Indomable apuntaba hacia el barco pirata, mientras los numerosos cañones a los costados de la fragata resultaban inútiles ante la imposibilidad de maniobrar a vela. A la orden de abrir fuego, los proyectiles batieron el velero atravesándolo longitudinalmente, terminando por irse a pique en lo que, aseguran los viejos marinos, canta una sirena.

 

La mañana calmó el mar y los ánimos. Dos personas conversaban junto al trinquete mirando al vasto océano.

—Cualquier destino será mejor que el que me aguardaba, Álvaro.

—Vuestro padre os ha traicionado y por mi cabeza no daría un real. Navegaré al sur, hasta el Río de la Plata. ¿Estáis segura de querer acompañarme?

El cabello surcado de tirabuzones semejaba arropar a la muchacha. Parecía una perla nacarada de inocencia. Mas, tras aquellos ojos verdes, se escondían secretos inconfesables.

Desde niña vivía perdidamente enamorada de Mendoza. ¿Cómo decirle que había influenciado a su padre para consignar una embarcación discreta, convenciéndolo de que era seguro y apelando a un conveniente ahorro en costes, con el objetivo de condicionar a Mendoza a suponer traición? En Cartagena la esperaba un matrimonio con el indeseable hijo de Zúñiga, antes se habría arrojado al mar si las legendarias habilidades del capitán hubiesen sido insuficientes. ¡Jamás podría revelarle que ella disponía de sus propias influencias, por medio de las cuales había filtrado a los piratas toda la operación!

Tentadora, se situó delante del capitán Álvaro Mendoza. De los labios le resbaló una sonrisa y, sin recato, lo besó.

  

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1 comentario:

  1. Cuánto te ha cabido en 900 palabras. Magnífica aportación al reto.
    Un abrazo.

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