Me llamo Manuel Blanco Romasanta. Y soy un hombre lobo.
Aunque resulte inverosímil, durante años fui víctima de una maldición que, en las noches de luna llena, me impulsaba a transformarme en semejante criatura y vagar por los montes Orensanos cerca de mi aldea natal de Rebordechao, en busca de comida y sangre fresca. Carne humana, claro está. Quien conozca los pormenores del posterior juicio sabrá que no andaba solo en mis correrías; otros dos desdichados participaban en la orgía de miembros desgarrados y vísceras, que devorábamos con ensañamiento.
Hambre, miseria, incultura… todo ello formaba parte de la Galicia rural de principios del XIX y, por qué no decirlo, del resto de este país por el que no siento apego alguno. Los monarcas pendencieros Fernando VII, llamado primero El Deseado y luego con mejor tino El Rey felón, junto con su descendiente La de los Tristes Destinos, Isabel II, ninfómana donde las haya, reinaron durante los funestos años de mis correrías. No me hubiera disgustado hincar el diente a cualquiera de ellos. Al menos sabría ahora, por fin, cual hubiera sido el sentido, el feliz sentido, de mi existencia.
martes, 15 de diciembre de 2020
Romasanta. Memorias de un Licántropo
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