Edelmiro Espolón de Gallo se cuadró firme ante la puerta. Un sudor gélido le recorrió la espalda y comenzó a sentir escalofríos. «¡Pitas, pitas, piiiitas!», resonó un mantra en su cabeza.
De niño una turba de gallinas lo había arrollado cual horda de Hunos, con su madre corriendo detrás a voz en grito mientras intentaba meterlas en el corral, y desde aquel día cualquier situación nueva que tuviera que enfrentar lo encaraba otra vez con sus miedos. Cerró los ojos, tomó aire y respiró profundamente siete veces hasta conseguir alejar aquel pensamiento horrendo. El psicólogo había sido caro pero efectivo y Edelmiro no podía estarle más agradecido. Atravesó el umbral luciendo una sonrisa complaciente «¡Ya no podéis conmigo, malditos diablos emplumados!»