Todo era
oscuridad. Se adueñó de mi cuerpo un dolor extremo. Me llenó los pulmones una bocanada de aire y tras varios intentos en los que mis sentidos no quisieron
responder, conseguí incorporarme. Abrí los ojos, la estancia se teñía con una
tenue luz azulada. Empecé a recordar al ver las cápsulas de hibernación de la
tripulación esparcidas a mi alrededor. Todas estaban cerradas. Aquello solo
podía significar una cosa. Y no me gustaba.
Abandoné el camarote de oficiales y entré en el de pasajeros. La visión fue la misma, decenas de cápsulas acristaladas en cuyo interior dormían cientos de almas, yo era el único ser despierto en aquella inmensa mole que viajaba por el espacio. O al menos, debería serlo. Caminé, tambaleándome por el efecto del prolongado sueño, hacia el puente de mando. La pantalla que daba acceso al ordenador central titilaba en rojo. Al teclear mis credenciales cambió de color y pude leer los mensajes: