viernes, 27 de mayo de 2016

El Guardián del Bosque

Me crié entre verdes prados y rumorosos bosques. Adoro decírselo a todo el que me pregunta, pero en realidad siempre fui una niña de ciudad. Sin embargo en la época estival mi familia pasaba largas temporadas en la escondida aldea donde vivían mis abuelos. Se encuentra ésta al norte de la península Ibérica, en la Sierra de Ancares que delimita la frontera entre las comunidades de Galicia, Castilla León y Asturias. Es una región montañosa de difícil acceso cuyos valles se ven salpicados por pequeñas aldeas y los montes son hogar de sauces y alisos, de robles melojos o albares y robustos carballos, de arces, mostajos, acebos, avellanos y esbeltos abedules, y un sinfín de especies que pintan de verde sus laderas.

En mi niñez, llegar hasta el lugar suponía un viaje de varias horas por carreteras sinuosas y mal asfaltadas. Aún hoy en día quien se adentra en estas tierras parece sumergirse en un mundo aparte en el que el tiempo se ralentiza. Una vez allí la civilización se torna un recuerdo nebuloso, como si tan sólo hubiera existido alguna vez en sueños. El día dura más de veinticuatro horas y los problemas son arrebatados por el viento en un descuido. Los pasos se acomodan sobre una alfombra de hierba y hojarasca, el trino de los pájaros es un susurro que no cesa y la luz del sol juega al escondite entre las copas de los árboles. Sólo el motor renqueante de algún tractor pone la nota disonante al cantar de un riachuelo o el quedo mugido de las vacas.



Mis abuelos vivían en una palloza. Es ésta una construcción de planta circular con techo cónico de paja, típica de esos lugares. Todo el interior es una única habitación donde se cocina y se desarrolla la vida familiar. Un artesonado de madera al que se accede por una escalera hace las veces de segunda planta y allí suelen colocarse las camas, sin más intimidad que algún cortinón entre ellas en el mejor de los casos. Pasar unas semanas viviendo en aquella reliquia de otros tiempos ciertamente tenía su encanto.

El abuelo Ramón era un hombre de altura considerable y porte imponente, con unas manos que a mí se me antojaban enormes, curtidas como estaban en las labores del campo. Antía, mi abuela, era por el contrario una mujer menuda de huesos anchos. Llevaba siempre el pelo recogido en una trenza que le serpenteaba a lo largo de la espalda, y el cabello, aún con el paso de los años, se resistía a perder su tono cobrizo. Me habían bautizado con su nombre en honor a ella y yo no podía estar más orgullosa de la melódica musicalidad de esas tres sílabas. 

Recuerdo las noches al calor de la lumbre, cuando la familia cenaba junto al hogar. Me gustaba contemplar la danza de la llama sobre los troncos apilados, funambulista multicolor que impregnaba el aire y nos hería los ojos de hollín. Un candil mediado de aceite trataba de arrebatarle el protagonismo, aun cuando su llama estática no era sino un pobre sucedáneo de la bailarina pelirroja. Tras la cena y envueltos en el sosegado abrazo de la penumbra, mis primos y yo escuchábamos las historias del abuelo que salían de su garganta con una voz avejentada por los años. Recuerdo también aquella noche.

La noche en que mi curiosidad infantil pudo más que la prudencia, porque un niño sabe mucho de lo primero, pero nada de lo segundo.

— Abuelo, ¡cuéntanos por qué nadie va al Bosque! — le dije sobornándolo con aquella sonrisa que sabía lo desarmaba.

El abuelo Ramón me devolvió el gesto, como si fuese un espejo estriado de arrugas en el que yo misma me estuviese contemplando. Acarició con una de sus manazas mi melena, pelirroja como la bailarina, y me recordó susurrando que yo era su pequeña Husfreya. Porque el abuelo, a pesar de haber vivido toda su existencia casi en el mismo lugar y no haber ido al colegio más de un lustro, era una rara avis que se entretenía leyendo todo libro que cayera en sus manos y si no tenía ninguno lo hacía traer por encargo a cualquier buhonero que frecuentase la zona. El abuelo sabía mucho de un mundo que apenas sí había pisado. Decía que yo contaba con ancestros entre las gentes del norte, en alusión al color de mi cabello, y me lo recordaba cada vez que tenía ocasión con aquel apelativo cariñoso. Mis tías lo miraron con cara de reproche. 

Pero si algo tenía claro el abuelo era que en su casa él decía la última palabra. Prendió la pipa sin prisas, conocedor de que en aquel lugar el tiempo goza de la virtud de la paciencia, y tras exhalar la primera bocanada se nos quedó mirando.

— Ya es momento de que sepáis algunas cosas sobre El Bosque — sentenció.

El Bosque, así en mayúsculas, era en realidad un paraje conocido como A Fraga do Cerro, situado a un par de kilómetros pasando la última casa, en dirección a las montañas. Al pie de la ladera serpenteaba un camino que lo cruzaba, estableciendo una extraña relación de amor y odio con el río pues tan pronto se le acercaba como se adentraba en la floresta. El Bosque era una zona poco frecuentada por los aldeanos. El Bosque era el único dueño de sus secretos. Y ningún lugareño osaría jamás penetrar en él una vez que el sol se hubiese puesto.

<< Hace muchos años, al comienzo de la Guerra Civil, una partida de sublevados llegó hasta el pueblo de Cervantes — comenzó a relatar — Se dirigían hacia el este, pero tuvieron tiempo de realizar algunas detenciones de rojos, como ellos los llamaban, por indicación del cura. Esto incluía desde maestros a políticos republicanos, o incluso aquellos cuya virtud religiosa pudiera ponerse en duda. Un maestro llamado Bieito Ramírez, conocido por su activismo sindicalista, fue alertado por un amigo que tenía en la Guardia Civil y consiguió escapar al monte. A falta de la presa, los Nacionales detuvieron a su prometida y junto con el resto de cautivos los llevaron lejos del pueblo, hasta la Fraga do Cerro. Aquellos hombres no querían testigos de lo que iban a hacer. No había que ser muy espabilado para suponer que ninguno volvería con vida.

El maestro Bieito, que seguía los acontecimientos desde la distancia, fue informado de la suerte que había sufrido su novia y en un intento desesperado por salvarle la vida corrió tras la partida, armado con una escopeta de caza y algunos cartuchos. Los sublevados condujeron a los reos hasta una casa abandonada que hay en el interior de la fraga, donde se dispusieron a fusilarlos frente a una de las paredes. El maestro llegó al lugar cuando el pelotón estaba preparado.

Realizando algunos disparos logró abatir a un par de captores. En la refriega algunos de los detenidos lograron huir. Otros no tuvieron tanta suerte. Su prometida fue alcanzada y quedó tendida en el camino. Bieito corrió en su ayuda, la tomó en brazos y se empapó de su sangre, pero nada podía hacerse. Maldijo a los asesinos a voz en grito antes de que a él también le dispararan. Los muertos fueron enterrados en una fosa común junto a la casa. No tardaron en producirse fenómenos inexplicables en el lugar.

Por las noches se oían gritos que helaban la sangre, decían algunos que del propio Bieito. A veces se escuchaba también el llanto de una mujer. Se llegó a hablar de la desaparición de algunas gentes que intentaron atravesar la fraga después de caer el sol. El lugar pasó a ser un sitio maldito y al pobre Maestro asesinado se lo empezó a conocer como El Guardián del Bosque. Nadie desde entonces se acerca a la fraga de noche, y pocos son los que se atreven a hacerlo durante el día>>

Escuchamos el relato conteniendo la respiración. Confieso que a pesar de que era tan solo una niña fui bastante escéptica respecto a parte de la historia. Empezaba a darme cuenta que en aquellas tierras aisladas las antiguas leyendas tenían para los lugareños visos de realidad y aunque sentía gran respeto por el abuelo, lo supuse demasiado crédulo con ese tipo de supercherías.

A veces sueño con detener el tiempo. Pero siempre que lo he intentado se ha reído de mí. Nos hicimos mayores y perdimos la inocencia. El mundo la fue perdiendo con nosotros a la par que crecíamos. Terminé los estudios en Historia del Arte y recién licenciada fui a pasar la Semana Santa con los ya ancianos abuelos. Llevé conmigo a mi perro Sam, que desde hacía tiempo se había convertido en un inseparable compañero. Años después de haber escuchado la leyenda del Guardián del Bosque jamás pensé que ella volvería a buscarme. Pero hay días que te marcan para toda la vida. Y esa Semana Santa yo iba a vivir uno de ellos.

Había salido con Sam a dar un paseo, hacía un tiempo agradable aunque comenzaban a levantarse a lo lejos algunas nubes que presagiaban tormenta. Aquella hubiera sido una tarde como cualquier otra si no fuera porque sin darme cuenta había llegado hasta las lindes de la Fraga do Cerro. Y a Sam no se le ocurrió una idea mejor que meterse en ella persiguiendo un cervatillo.

El sol comenzaba a ponerse y las nubes se espesaban. Y yo tenía que decidir si daba media vuelta o me internaba en la floresta a buscar a Sam.





Al comienzo el sendero era ancho y el cielo se podía vislumbrar entre las copas de los árboles, pero pronto la maleza comenzó a tomar sus lindes. Se palpaba el abandono y la falta de uso. El techo de hojas sobre mi cabeza se hizo más denso. Gritaba llamando a mi perro a cada poco. Al principio con la voz contenida, como si temiera que alguien, o algo, pudiera oírme. Como no obtuve respuesta dejé de lado los miedos y me sorprendí ante la desesperación de mis alaridos. El sol se había ocultado tras las lomas y a cada minuto la luz disminuía. Empecé a sentir frío y me arrebujé en la chaqueta. Maldije por lo bajo al peludo que tan alegremente me había abandonado. No era un comportamiento habitual en él, siempre tan pendiente de mis señales, pero aquella tarde nada parecía ser habitual. Había en el bosque un silencio extraño, tan sólo roto por el murmullo de los árboles bailando al son del viento. Me percaté que no se escuchaba el trino de los pájaros. La soledad me pesaba en el alma. Pensé que de estar buscando a muchas de las personas que conocía hubiera dado media vuelta. Pero no podía dejar allí a Sam. A él no.

Echaba en falta algo con que iluminar el camino, llevaba un tiempo andando y la vuelta en medio de la oscuridad se me antojaba complicada. El cielo se había cubierto al fin y sentí caer algunas gotas golpeándome el rostro. Una nebulosa de negras sombras conformaba el horizonte. El olor de la tierra húmeda comenzó a impregnarlo todo. Agradecí al menos que alguno de mis sentidos se mantuviese ocupado, eso me hacía parecer viva en aquel paraje desolado. Fue entonces cuando advertí algo junto al sendero.

Apenas pude atisbar la construcción entre la lluvia, que comenzaba a tornarse aguacero. Me acerqué, se trataba de una casucha medio derruida y rodeada de maleza. El techo estaba caído en algunas zonas y hacia uno de sus costados se apreciaba un muro que a duras penas se mantenía en pie. Briznas de musgo salpicaban una de las paredes exteriores, la que debía estar expuesta más directamente a la lluvia. Y entonces, como si de una aparición fantasmal se tratase, vi a Sam plantado frente a la fachada, gruñéndole a la nada. 

Al llegar a su altura lo abracé como se abraza a un amor al que no se ve en mucho tiempo. Temblaba. El animal se afanó en lamerme el rostro a la vez que agitaba la cola. Ahora que lo había recuperado debía pensar en cuál sería el siguiente paso. Casi era noche y la lluvia arreciaba, teníamos que resguardarnos en el interior de la casa. Sam se resistió al principio, por algún motivo la edificación no le gustaba, pero acabó aceptando ante la tozudez de su dueña. El interior estaba en tan mal estado como cabía esperar.

Multitud de cascotes tapizaban el suelo y los hierbajos crecían por doquier. Recordé que esa mañana le había acercado el mechero al abuelo para prender su pipa, olvidé devolverlo a su sitio y debía permanecer aún en mi bolsillo. Hubo suerte, el encendedor me permitió caminar con mayor seguridad. Hacia la parte de atrás las habitaciones se hallaban a cubierto y en mejores condiciones. Pude reunir algunas ramas y no sin esfuerzo logré encender un fuego entre unas piedras. Desnudé mi cuerpo de cintura para arriba. La camiseta dejó caer un pequeño aguacero cuando la retorcí entre las manos. Tenía que resignarme a pasar allí la noche, sólo esperaba que mis abuelos no se preocupasen demasiado. Me recosté junto a la fogata con Sam tendido sobre las rodillas, hasta que me venció el sueño. Desperté cuando escuché un alarido.

Tardé un par de segundos en recordar donde estaba. Conseguí enfocar la vista hacia el dintel de la puerta y pude apreciar una luminiscencia procedente de la estancia contigua. Oí unos pasos acercándose, la sangre se me heló en las venas. Sam gruñía a mis pies enseñando los dientes. En el umbral se materializó una figura alta y desgarbada, tenía una mata de cabello rubio y la piel de un pálido mortecino. Las ropas parecían desgastadas y sucias. Una de sus manos despedía un haz de luz que se proyectaba en mi dirección. Instintivamente me agaché y tomé una piedra, aunque no estaba segura de que fuera a servirme de algo frente a aquella presencia fantasmagórica. Fijé la mirada en su rostro. Entonces se le dibujó una expresión bobalicona y se me quedó mirando. No lo hacía en dirección a mi cara.

Bajé la vista. Lo primero que aprecié fueron mis pechos desnudos. Me había dormido sin vestirme. Sentí enrojecer las mejillas. Como movida por un resorte me tapé con los brazos y la piedra que sujetaba cayó al suelo, lastimándome un pie. Escuché una carcajada estridente. El muchacho había apuntado la linterna hacia abajo en un gesto de decoro, pero no pudo evitar que la risa lo asaltara. Lo miré, todavía con los brazos cruzados sobre el pecho. Y no pude resistirme a acompañarlo en sus carcajadas.

Resultó que el chaval era un solitario estudiante inglés que había decidido pasar los festivos realizando senderismo en el lugar más perdido que pudo encontrar. La tormenta lo sorprendió en mitad de la floresta y se resguardó en la casa, donde se produjo el fortuito encuentro. Al adentrarse en la edificación tropezó con unas piedras, maldiciendo en voz alta. Ese sonido había sido el que me despertó. Pasamos la noche charlando animadamente y al día siguiente lo invité a comer en casa de mis abuelos. Se quedó hasta el final de las fiestas.

Aquella fue la primera vez, pero no la última, que coincidí con el inglés. El destino quiso juntarnos de nuevo al poco tiempo. Yo no creía en casualidades ni en supercherías. Pero desde ese día tuve que replantearme muchas cosas. 





— Abuela Antía, ¡cuéntanos otra vez el cuento del Guardián del Bosque!

La pequeña Iria no podía contener las ansias por escuchar de nuevo aquella historia. Sentada en un taburete miraba embelesada a su abuela, que más que una mujer anciana le parecía una bruja de las buenas. Ella se quitó las gafas y cerró el libro que sujetaba entre sus manos.

— ¿Otra vez, mi niña? Por hoy es suficiente. Ya es hora de que vayáis a la cama.

— Pero, ¿Qué pasó con el espíritu del maestro, sigue todavía en el bosque? — esta vez fue Elizabeth quien quiso saber más.

— Sí, ¿Qué pasó con él? — insistió Álvaro, que siendo el mayor se sentía en la obligación de decir la última palabra.

La abuela pidió calma levantando las palmas de ambas manos. Lanzó una sonrisa al vacío, que se repartió a partes iguales entre las tres criaturas. Se llenó los pulmones con el aire impregnado en el hollín que perfumaba la estancia antes de responder. Aunque era tarde no había prisa, los niños estaban de vacaciones y, en aquel lugar, el tiempo presumía de ser paciente.

— Si hubo alguna vez un espíritu en El Bosque, ahora descansará en paz en algún lugar más adecuado. Nadie volvió a hablar de alaridos en la noche ni misteriosas desapariciones desde aquello. La anciana Remedios, A Meiga, dice que su alma obtuvo por fin la paz desde que nació el amor en el mismo lugar en que un día se mató a dos enamorados. Dice también que aquel encuentro no fue casualidad. Pero no debemos creer en todo lo que nos cuentan.

— Pues yo creo que es una historia muy bonita — afirmó Elisabeth, que se distraía contemplando el baile de la llama en el hogar.

— Sí que lo es — concedió la abuela, mientras con una mano le acariciaba su cabello del color del fuego.

— No hagáis caso a la abuela. Ella es la primera que cree en todas esas cosas, aunque no le guste reconocerlo.

El abuelo soltó una carcajada tras pronunciar la frase. A pesar de que habían transcurrido muchos años todavía conservaba aquel acento británico del que le era imposible despegarse. A veces echaba de menos la tierra de sus ancestros. Pero cuando contemplaba a Antía y la recordaba como la primera vez, con sus mejillas coloradas y las manos cubriéndole los pechos desnudos, todo atisbo de nostalgia desaparecía. Al echar la vista atrás tenía que admitir que le había tocado vivir una vida plena junto a ella.

Y todo tenía que agradecérselo al Guardián del Bosque.




NOTA: Relato para la semifinal del Torneo de Escritores de www.TusRelatos.com. Condiciones: Título: El Guardián del Bosque. Máximo palabras: 3000. Y con mucho esfuerzo y mucha suerte, hemos llegado a la final.

12 comentarios:

  1. Enhorabuena, Jorge. Me encantó cuando lo leí y me ha vuelto a encantar hoy. Te deseo mucha suerte en la final. Un abrazo muy fuerte

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    1. Gracias Ana. Me hubiera gustado coincidir contigo en la final, pero no ha podido ser. me alegra que te haya gustado. Un beso.

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  2. Espero que tengas mucha suerte en el concurso, porque el relato es magnífico.
    Me ha encantado el ambiente de leyenda en el que se mueven los personajes, bien dibujados por otro lado, describiendo a la perfección las brumas gaélicas siempre presentes en tu blog. Nos has engañando, sinvergüenza, haciéndonos creer que se trataba de un relato de terror para después dar un giro de 180 grados, coincidente con ese relevo generacional, y terminar con una historia romántica, subrayando la idea de que el amor todo lo puede.
    El final me ha recordado al comienzo y final de Eduardo Manostijeras, cuando la abuela interpretada por Winona Rider le cuenta a sus nietos cómo llegó la nieve al pueblo.
    En definitiva, te deseo la mejor de las suertes.
    Un abrazo.

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    1. Bueno, este relato ya ha pasado las semifinales, así que ha cumplido con su cometido. Ahora queda la final, el 10 de Junio, en la que ya estoy trabajando. De momento hemos superado 4 rondas eliminatorias y queda la última y definitiva. Por cierto ha sido muy comentado el giro del que hablas, a unos les ha encantado y otros lo han criticado mucho. Era arriesgado, pues aunque yo he dicho en algún comentario que esto no era en modo alguno un relato de terror, hubo gente que así lo ha interpretado y se han quedado con las ganas de algún misterio inesperado. De haberlo hecho así, teniendo en cuenta la limitación de palabras y el género, sería impensable abrir el relato con 7 párrafos descriptivos y estáticos que se sustentan sólo en la narrativa. Supongo que es un cuento difícil de clasificar, y por eso mismo ha cosechado valoraciones encontradas. Me alegra que te haya gustado. Supongo que lo próximo que publicaré será ya el relato de la final una vez se conozca el resultado de la votación. Gracias por pasarte Bruno. Un abrazo.

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  3. Qué te voy a decir de las descripciones iniciales, de los bosques, la palloza. Conozco muy bien la región de la que hablas y me he sentido transportado por tus palabras. Tiene el relato todo el encanto de esas leyendas gallegas que tanto se prodigan, sobre todo, por esas zonas de aldeas dispersas y extensos bosques, aún hoy impenetrables. Quizás por eso, por estar más familiarizado con este tipo de historias, yo no he tenido, en esta primera parte, la sensación que comentáis de estar leyendo un cuento de terror. Quizás la parte en la que Antía llega a la casa del bosque es la que más pueda inducir a esa sensación, pero en mi opinión te esmeras mucho en la primera parte para crear una leyenda romántica sólo para querer llevarlo hacia el terror. La escena de la casa, lejos de crear terror, ofrece el contrapunto adecuado para el momento cómico que se desarrolla a continuación, y todo queda perfectamente explicado y definido con el diálogo final. A mí me ha gustado mucho, y no es por ser pelota, je, je. Por cierto, en mi familia tengo una Antía y una Iria. Me gustan esos nombres.
    PD: aunque hace mucho que no voy a TR (he optado por leer, de momento dado el poco tiempo que tengo, directamente en mis blogs preferidos), creo que, por curiosidad, voy a leer los comentarios que te han hecho
    Un abrazo paisano

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    1. Dos nombres gallegos, Iria y Antía, por eso los escogí para el relato, una mezcla de nombres gallegos e ingleses. Si vas a ller los comentarios a TR mirate los del duelo http://www.tusrelatos.com/relatos/semifinal-duelo-el-guardian-del-bosque y no los del relato que ya he publicado (o mirate ambos). Esto del tiempo es lo que nos mata a todos. Gracias por pasar Isidoro. Un abrazo.

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  4. Gran relato, particularmente el que más me ha gustado del torneo. Difícil competir contigo, Lucio. Estás en la final con todo merecimiento, no sólo por tus relatos, también por los magníficos comentarios y tu implicación. Has conseguido unas maravillosas descripciones del paisaje, ese bosque oscuro y con cierto misterio, de las personas y, además, has construido una historia redonda. Particularmente, yo tampoco he sentido que fuera una historia de terror, quizás el pasaje al que hacen referencia tiene cierto suspense, pero no lo puedo considerar "terror". Espero que tengas suerte en el último duelo, que no será fácil teniendo en cuenta al otro finalista. Felicidades en cualquier caso por alcanzar la final. Un abrazo, Jorge.

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    1. Gracias por el comentario Jose, es curioso que comentes que es uno de los relatos que más te han gustado del torneo, porque de los 4 que llevamos éste es de los que menos me convencen, quizás porque no está muy claramente definido en ningún género. Eso parece también que es su fuerza y su debilidad, pues ha cosechado grandes alabanzas y críticas por igual, así que cuando no deja indiferente será que no está tan mal. Cierto que la final será un reto complicado, pero me gustan ese tipo de retos, gracias por tus buenos deseos. Un abrazo.

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  5. Jorge, este guardian del bosque tiene una cosa que la hace especial y muy diferente. Comentas a Jose Capel, que no es de los que más te gusta, y ciertamente lo entiendo. Lo entiendo porque, a parte de que uno nunca es objetivo consigo mismo, en este relato pasas cierto tiempo jugando con lo evidente, lo fácil y eso a la hora de estar escribiendo pienso que quizá puede que no haya sido muy motivador. En la mezcolanza de géneros que señalas, es la parte más terror de la que te hablo, cuando introduces ciertos tópicos de este tipo de historias (sonidos, sombras). Pero lo que en un principio me pareció una deriva poco satisfactoria (hasta entonces estaba encantado, que increíbles descripciones al inicio), con el giro que introduces me pareció brillante.

    Me explico, que a veces me pongo un poco espeso. Lo que has hecho aquí es de maestro, de persona muy leída, porque es un recurso del que se las sabe todas. No sé si lo has hecho a drede o es tu instinto, más me da, pero es que elevas el texto muy arriba. Y es que convertir una trama de terror más o menos habitual en una cómica situación amorosa es el giro de los giros. Me hiciste darme un coscorrón a mi mismo por haber desconfiado de ti. Al final me has dejado con una sonrisa bobalicona, un "qué cabrón" en los labios, una envidia tremenda por tu agudeza.

    No te quiero pelotear, creo que el texto es un pelín menos brillante que el "Elige un arma" con el que te saliste (de lo que yo he leído del torneo, el mejor relato junto con el Arte de Paco), y creo que la parte final, cuando son abuelos, lo habría acortado un tanto, pero eso no es merma de considerar este relato de diez, de quitarse el sombrero ante tu inteligencia para llevarnos como lectores hacia dónde quieras.

    ¿Has visto "El club de la lucha"? Pues digamos que su giro me dejó con una sorpresa parecida a la que he sentido con este guardián. Además, no es un giro por la cara, está perfectamente integrado, y supone un respiro delicioso a la tensión.

    Eres un grande, compañero. Me alegro mucho de tu victoria en el torneo. Siempre has sido uno de los escritores más destacados de TR, pero en mi opinión, tu evolución está siendo acojonante. Lo de los más destacados se te ha quedado pequeño.
    Enhorabuena.

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    1. Gracias por tu exhaustivo análisis Alejandro. Has acertado en lo que comentas, mi idea era un poco jugar al despiste. No quería escribir la típica historia de terror obvia en estos casos, si vas a escribir terror necesitas un final original, diferente y creíble, además de espacio para desarrollarlo. De lo contrario caes en lo típico y eso tiende a ser simple. Así que había dos opciones, escribir una historia de terror con un buen final del que no disponía, o llevar la historia al terror y al suspense durante un trecho breve para luego girar de repente hacia otro lado. Ésta fue la opción elegida, y dado que fue así, la primera parte del relato se concibió como una narración pausada llena de descripciones y costumbrismo, homenaje a esas tierras del interior gallego que tanto me gustan.
      No se si acerté o no, como haces notar no es el relato del que más orgulloso me sienta, pero suele pasar cuando es así que quien lo lee se posiciona en un extremo o en el contrario, o gusta mucho o no gusta nada. Me alegra saber que en tu caso el lo primero.
      Ya que haces una referencia a "Elige un arma", decir que es de los relatos del torneo de los que más contento estoy, por el resultado y el trabajo que costó llevarlo a cabo. Desde luego no son relatos comparables. De acuerdo también con la valoración que le das al grandísimo "Arte" de Paco Castelao, un relato que me sorprendió cuando lo leí.
      Los últimos elogios que me dedicas son sin duda exagerados, pero viniendo de un Grande de verdad como tú son un tremendo halago.
      Muchas gracias por pasarte y por el tiempo que te has tomado en comentar. Un abrazo.

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  6. Este relato ya te lo he comentado en TR, pero quise leerlo de nuevo y aprovecho para dejarte unas palabras aquí, espero no repetirme. Hay muchos relatos en éste, tu blog, que no he leído y que me prometo leer. Este ámbito es más relajado, no me doy cuenta exactamente de las razones, pero lo siento así. En resumen, que me volví a demorar en el “Guardián del Bosque” para degustarlo nuevamente. Seguiré con los demás luego. Aquí voy.
    Lo primero que te quiero mencionar es que he disfrutado mucho de tus descripciones, son muy hermosas, y este cuento las tiene. Por ejemplo, los magníficos paisajes que se muestran al principio. Son del tipo que más me gusta porque me remiten a mi niñez, a los libros de cuentos que leía en mi infancia, de lugares exóticos y desconocidos. Además, me da la sensación de que tú también has disfrutado narrando ese recorrido a través de los parajes montañosos y el escenario de ese bosque.
    Los que como yo vivimos en la llanura nos sentimos fascinados por montañas y bosques ya que nos resultan maravillosos por el contraste que tienen con el sitio tan plano, que es la llanura pampeana, donde se encuentra Buenos Aires.
    Además, esta narración tiene el atractivo de su historia. Comenzamos cuando aparece el abuelo contando la leyenda del maestro que termina como Guardián de ese sitio que pasa a ser maldito, la cual utilizas para introducir la Guerra civil en la trama y que lo cuentas además para dejar a la niña conteniendo la respiración, aportando el suspenso al relato.
    La niña recuerda la leyenda que oyó de labios de su abuelo cuando ya se ha convertido en mujer. Aunque han pasado los años en este tramo breve, el pasaje se lee fácil, se desliza suavemente y, al terminar intuimos que la niña nos va a llevar hacia otro rumbo si es que entra al bosque. Y el suspenso aumenta.
    Aquí viene el momento en que construyes el miedo en los pensamientos de la joven, del mismo modo, de menor a mayor, sin prisa, pero sin pausa. Enmarcas en forma acertada el cuadro con un contexto de oscuridad y lluvia, y aquí se nota la eficaz elección de Sam gruñendo a los fantasmas para aportar la dosis de incipiente terror que pretende la historia.
    Ya en el interior de la casa desnudas a la joven ante los ojos del lector, para convertirnos en testigos del erotismo que empieza a colarse en el relato en la siguiente escena en la que haces aparecer al muchacho. Buena jugada. Ya están dadas las condiciones para que algo suceda entre los dos, pero nos dices que no, que solo han conversado y haces un salto dejándonos con la intriga, ya que esta joven menciona la palabra superchería. Y va el salto.
    De repente, entonces, aparece este diálogo que da vuelta todo y pasamos del prometido terror al trayecto circular de Antía. Nos vemos sorprendidos, descolocados, pero satisfechos al fin, con este final producto del talento que tienes para elaborar minuciosamente la trama. Nuevamente muchas felicitaciones Jorge. Te mando un gran abrazo.
    Ariel

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    1. De vuelta de vacaciones y una desconexión casi total de más de dos semanas, tengo muchas lecturas y comentarios pendientes. Empiezo por este tuyo Ariel, siempre tan generoso con mis letras. te agradezco el largo análisis que has hecho, que sin duda te habrá costado trabajo y tiempo. Tienes capacidad para bucear en los textos y desgranar hasta la última coma, algo que no es de extrañar dada la calidad de tus letras.
      He comentado varias veces que de los 5 relatos presentados al concurso, este no es el que más me gusta. El título obligado por las bases no me resultaba muy inspirador, y ante la falta de ideas opté por un relato pausado y descriptivo de los lugares que tanto me gustaba frecuentar de niño, aderezándolo como dices con retazos de la guerra civil y con una trama que pretendía intrigar al lector pero aportando un final inesperado, huyendo del tópico de una historia de terror al uso. Fue un experimento extraño que gustó a unos y no gustó a otros. Me alegra en todo caso contarte entre los primeros.
      Gracias por pasarte y por tus siempre generosos comentarios. Te debo algunas lecturas, al igual que a otros compañeros. Intentaré ponerme al día lo antes que pueda. Un abrazo.

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