viernes, 29 de mayo de 2020

Anelisse

El campamento élfico era una oda a lo peor de la guerra. Ya nadie recordaba cómo había comenzado, pero continuaba acrecentando sin mesura la inquina entre hombres y elfos. Junto a fogatas y quejumbrosos cuerpos heridos me conducían, prisionero y humillado, a un destino que en aquel momento estaba lejos de imaginar. Entré en una tienda decorada con mayor opulencia de la que cabría esperar y, para mi sorpresa, cortaron las ataduras dejándome solo.
Eleariel, reina de los elfos, no podía ser otra quien apareció tras la cortina. Su belleza era legendaria pero la leyenda empequeñecía ante la realidad. De rostro alargado, sus pupilas de un violeta amatista semejaban refulgir a la luz de las antorchas; mostraba una expresión triste, como si soportase el peso de todas las almas que se había llevado la maldita guerra. Se cubría con sedas que abrazaban su contorno, apenas suficientes para esconder la sensualidad que rezumaban sus formas. Aparentaba unos veinticinco, aunque ¿qué hombre es capaz de adivinar la verdadera edad de un elfo?

sábado, 16 de mayo de 2020

Néboa

Jamás podré olvidar aquel día de difuntos del 76. Había ido con mis amigos a tomar unas cervezas a la cantina de Santiso, distante unos tres quilómetros de la casa de mis padres en la aldea. Discutí con mi madre, supersticiosa como pocas, porque consideraba que en el día de los muertos no era adecuado estar de fiesta con la pandilla. Como buen adolescente rebelde, no le hice caso.
Se apagaban las últimas luces de la tarde cuando volvía caminando entre verdes prados solitarios. Además de mis propios pasos, oía tan solo el correr del agua de un regato junto a la vereda y el ulular intermitente de la curuxa.  Caía una niebla espesa que anegaba el valle y me incrustaba el frío en el cuerpo. Recordé lo que decían los viejos, nunca collas o camiño do muíño cando hai néboa. Pero el sendero del molino era el atajo más corto para llegar a casa y no me apetecía dar un rodeo. Ese fue mi segundo error.