Nací un primero de Noviembre. Mi hermano gemelo sobrevivió tan sólo un par de semanas. Madre me contó como, al bautizarme, el sacerdote confundió el óleo bautismal con el de difuntos. Mal presagio.
Han pasado veinte primaveras. Hace un mes falleció mi padre y tuve que enterrarlo en la pequeña aldea perdida en el interior de la sierra de Ancares donde me crié. Ahora, Amelia me ha hecho regresar. La que fue mi primer amor, fallecida en la flor de su juventud en un maldito accidente de tráfico. Un nuevo sepelio.
Demasiadas caras conocidas en la decrépita iglesia. Se me ha hecho noche ahogando en vino las penas con los amigos en la cantina. Enfilo el camino hacia la casa donde todavía vive mi anciana madre, un sendero lúgubre que serpentea entre los prados alejándose de la aldea.