domingo, 12 de octubre de 2025

Un corazón en Nueva York

     El horizonte se fundía en un azul mortecino que semejaba apaciguar el habitual ajetreo de la ciudad. Los rascacielos encendidos reflejaban su figura invertida en las aguas calmas del Hudson, mientras tres puentes, Brooklyn, Manhattan y Williamsburg, como una incansable cinta transportadora vaciaban la isla de gente hacia los barrios residenciales, más allá del río. Desde mi posición tras el ventanal, en primer plano, las orgullosas torres del corazón neoyorkino se encogían cohibidas bajo la mole del One World Trade Center. Cada mañana, a pesar de llevar ya cuatro meses trabajando allí, al llegar a la oficina me temblaban las piernas temiendo que un avión se estrellase contra la fachada acristalada. Pero terminando ya el día, la singular vista de la ciudad no me inspiraba otra cosa que una inmensa quietud. Y sin embargo, nunca imaginé que Nueva York pudiera ser lugar para tropezar con el amor. Tropezar, literalmente.

 

Dicen que es mejor no merodear por allí de noche. O eso asegura una bella canción. El caso es que aquel frío anochecer de noviembre la pista de patinaje Wollman Rink estaba repleta.

New York, to that tall skyline I come(1)

La voz atiplada de Art Garfulkel sonaba por mis auriculares mientras me deslizaba torpemente sobre el hielo. Llevaba una falda hasta la rodilla y unas medias gruesas, abrigo, guantes, una bufanda de lana y un gorro calado.

New York, looking down on Central Park, where they say you should not wander after dark(2)

Tan concentrada iba que en un instante todo se volvió negro. Lo primero que recuerdo fue estar sentada en un banco junto a un joven que se interesaba por mi estado. Lo segundo, el amarillo chillón de su jersey.

—¿Te encuentras bien? Venías distraída… ¡fue todo tan rápido!

Solo me sentí mejor cuando me dio a beber un sorbo de té caliente de su termo. Tal vez la sonrisa con la que acompañó el gesto ayudó también.

—Te llevaré a un centro de salud, ¿tienes seguro, no?

La imagen de un hombre saltando de la ambulancia para escapar a todo correr y librarse de la factura médica asaltó mi cabeza dolorida.

—Bueno, sí, pero…

Terminamos en una cafetería de la calle 59. Le conté que había venido desde Madrid con una oferta de una empresa financiera. Él trabajaba como reportero en la CNN. Nos reímos de la vida, y de las casualidades tontas que a veces tuercen los destinos. Y contemplamos, con un café humeante entre las manos y el barritar de un saxofón arrullándonos, como la nieve empezaba a caer por detrás de las ventanas.

 

Bill tiene una risa contagiosa. Y un corazón del tamaño del Empire State. Bill es negro. Y era mi compañero de piso. A decir verdad, Bill era una de las tres personas con las que compartía vivienda en West Harlem. Si quieres ganar dinero en Nueva York tienes que encontrar alguna forma de sortear los alquileres estratosféricos. Mi accidente de patinaje le pareció de lo más gracioso, pero lo que de verdad lo hizo desternillarse fue saber que había vuelto a quedar con el chico del jersey amarillo.

—Venga, va. ¿Follamos para celebrarlo?

—¡Pero si eres gay!

Esa madrugada, a ambos terminó por dolernos el estómago de las carcajadas.

 

Los recuerdos mas hermosos que guardo de Nueva York son sus calles iluminadas en Navidad y el deslumbrante árbol del Rockefeller Center. Aquella noche, además, la nieve alfombraba nuestros pasos. Liam y yo habíamos salido a cenar. Le gustaba jugar con los rizos de mi pelo negro cuando paseábamos. Hacíamos un mes juntos pero ya no podía recordar otra vida. Todo parecía un cuento de hadas, y yo la protagonista. Lo malo de vivir en un cuento es darse de bruces con la realidad. Y ocurrió tan solo con doblar una esquina.

La calle estaba repleta de tiendas de campaña improvisadas, familias enteras malviviendo a la intemperie, la cara más amarga de la miseria en un país de extremos; donde el ser y el tener se dan la mano. Aquellas gentes eran americanas, Como Liam. Y como empezaba a sentirme yo misma. No pude evitar derramar una lágrima, que quedó congelada sobre el guante de Liam cuando trató de enjugar mi tristeza.

New York, you got money on your mind(3)

Me abrazó. Sentí su calor cuando más falta me hacía. Y la siguiente estrofa, no sé por qué, se pronunció en español dentro de mi cabeza.

Y nada de lo que diga va a variar un ápice, tu forma de pensar.

 

—¿Ouadhalagara?

Me costó horrores no reírme de su pésima pronunciación. Después de un año estaba cansada de la ciudad. Echaba de menos el estilo de vida de mi país, y a mi gente.

—Tengo casa allí. No está lejos de Madrid, y hay oportunidades. ¿Me seguirás?

Fueron cinco segundos que se congelaron igual que aquella lágrima. Y derramé muchas más cuando volé sola de vuelta a España. Lo malo de vivir en un cuento, es que siempre se terminan.

 

Estaba allí de pie, con una rosa en la mano. Rosa, como mi nombre.

—Qué difícil es llegar hasta Ouadhalagara.

—¡Guadalajara!

Me tendió la flor, y aquella canción por momentos olvidada sonó de nuevo.

A heart in New York, a rose on the street…(4)

Y como si hubiera leído mi mente, me susurró:

—…I write my song to that city heartbeat.(5)

Y supe entonces que sí, que ambos estábamos dispuestos a intentarlo.

 

     (1)    Nueva York, llego hasta esa alta silueta recortada en el horizonte

     (2)    Mirando hacia abajo se divisa Central Park, dicen que es mejor no merodear por allí de noche

     (3)    Nueva York, solo te motiva el dinero

     (4)    Un corazón en Nueva York, una rosa en la calle

     (5)    Dedico mi canción al latido de esta ciudad




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