En mi cabeza
no dejaba de retumbar la misma frase «Prohibido inmiscuirse en la Historia». Yo
y cualquiera de los demás Guardianes del Tiempo lo observábamos a rajatabla.
Hasta hoy.
«Es sólo una cortesana sin importancia» repetía
mientras rememoraba las noches ardientes en compañía de Ayesha. «Nadie se dará
cuenta si hago un desvío en la actual misión». Había conseguido las claves de administración
del ordenador de a bordo, borraría cualquier registro inculpatorio y mi amada
viviría. Introduje las coordenadas. Año: 323 a.c. En mis bolsillos varios botes
de pastillas de Hidroxicloroquina.
Le dije que ello la curaría las fiebres. Le dije cómo tomarlas. Insistí en que nadie más debía conocer la medicina. Partí con el deseo y la certeza de volver a amarla en pocos días.