Retomo este antiguo relato para el concurso "Tintero de Oro" en su edición de Septiembre de 2017, convocado por el blog "Relatos en su tinta"
La mano trémula de la muchacha
sostenía, con la dulzura de una princesa, la del moribundo que agonizaba en su lecho de sábanas de seda. Apenas alcanzaba los sesenta, pero su rostro
envejecido era el de un anciano carcomido por las tribulaciones que no habían
dejado de acosarlo en los últimos años de vida. En las sienes casi no le crecía
ya un mechón de cabello y la barba que remarcaba su regia barbilla estaba
completamente encanecida. Las arrugas zigzagueaban sobre la piel sudorosa y sus
labios agrietados balbuceaban, entre las nebulosas del delirio, sílabas
candentes como la fiebre que lo consumía.
— Descanse, Padre —sonaron
serenas las palabras de la joven, mientras los ojos abiertos del moribundo no
dejaban de escrutarla.
— El aliento se me escapa, mi
princesa —dijo él con la voz rasgada —¡Qué más quisiera mi alma que encontrar
en la otra vida el descanso que se me ha negado en esta!