— ¡Ave María Purísima!
Una voz firme sonó a través de la rejilla. Al Padre Ezequiel Castrejo le sorprendió que un hombre ocupase el lugar reservado al sexo femenino, pero pensándolo bien lo prefería. Contemplar el rostro de los fieles al tiempo que éstos vaciaban sus almas siempre lo había hecho sentir incómodo.
Bostezó antes de responder. A sus treinta y cinco años era Vicario General del Obispado y las ocupaciones le exigían varias horas de dedicación diaria. A pesar de ello se obligaba a administrar el sacramento de la confesión al menos una vez por semana. Su inquebrantable Fe y su conciencia le inducían a atemperar el orgullo con aquella muestra de humildad. Devolvió el saludo y preguntó al desconocido por sus pecados.