Aquí la lista de relatos premiados
Eduarda corre sobre el empedrado irregular de la ciudad vieja.
Eduarda corre sobre el empedrado irregular de la ciudad vieja.
Estruendo, polvo, miedo. Las piernas me tiemblan y no alcanzo a llenar de aire los
pulmones. Corro, tropiezo con los escombros esparcidos por lo que un día fueron
calles. A lo lejos oigo una explosión. Nunca se está preparado para morir.
Añoro tomarme un arak1 frío con los amigos en la vieja
taberna. Alguien camina cerca. Disparo. No acierto a ver al enemigo y
disparo de nuevo. Un animal, más asustado que yo, escapa de las ruinas.
—¡Control de
misión, aquí Bravo Seis! Toda mi unidad abatida. Dirigiéndome a Papa Zulu2
para recogida. Cambio.
Estática de nuevo. Se me hiela la sangre. Estoy desorientado. Calma, me digo. Si hay alguna posibilidad de salir de aquí será templando el ánimo. Trepo sobre unos ladrillos para otear el horizonte. Me topo de bruces con un terrorista sorprendido. Soy más rápido y sus sesos estallan como los fuegos artificiales del Yom Ha'atzmaut3. Uno menos. Si he de morir, venderé cara mi vida. Escupo sobre su cuerpo. ¡Maldito shtink4! Se apaga el día.
—¡Eh tú,
Maradona!
A poca distancia, tan cerca que casi puede tocarla estirando el brazo, un policía jadea tras sus pasos. La chica posa la mirada, junto con sus esperanzas, en la esquina donde confluyen las calles Real y Alta. Sabe que si llega hasta allí, estará salvada. Casi cae al suelo al girar, nota como la pendiente se multiplica y le duelen las piernas. Vuelve la cabeza, el madero ha aguantado hasta mitad de la cuesta y exprime sus pulmones apoyado contra una pared. Contiene el deseo de dedicarle un corte de manga, nunca se sabe cómo será la próxima vez. En esta ocasión, la vitalidad de sus dieciséis años ha ganado la partida.