martes, 14 de junio de 2022

Lady Leana

     Fui un niño enfermizo, solo la providencia quiso que llegase a la edad adulta. A los nueve quedé huérfano de madre. Mi padre la siguió a la tumba tres años más tarde, alcoholizado. Presumo que de tales tribulaciones infantiles procede mi absoluto terror por la muerte y, para acallar ese miedo irracional necesitaba, ansiaba con desesperación, conocer qué hay más allá de ese infranqueable umbral. Viajé por medio mundo, estudié medicina, filosofía, religiones… incluso espiritismo, hipnosis o galvanismo. Y ante la acuciante falta de respuestas llegué a la conclusión de que sólo había una forma, un único modo, por el que podría obtener el conocimiento que anhelaba. ¡Debía hacer regresar a alguien de entre los muertos!

Maldita sea la infausta hora en que se me ocurrió asomarme a ese limbo prohibido a los mortales.

Mi profesión me permitió hacerme con una pequeña fortuna y relacionarme con la alta sociedad. Los barones de Tremaine buscaban casar a su hija, que acababa de cumplir los dieciséis, y un médico de creciente prestigio constituía un buen candidato. Lady Leana era una joven encantadora, de larga melena rubia y vivaces ojos tan azules como el cielo de una mañana primaveral. Pareciera que le costase esfuerzo no exhibir una permanente sonrisa, que le punteaba dos simpáticos hoyuelos en ambas mejillas. Destilaba la inocencia y ensoñación propias de su edad, mas era inteligente y de conversación mordaz, ¡jamás conocí a nadie con tanta pasión por la vida! No fue difícil engatusarla, los dieciocho años que le llevaba nunca fueron impedimento. Podría ser, estoy convencido, la esposa perfecta, pero, ¿acaso no debe un hombre ser consecuente hasta el extremo con sus deseos?