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lunes, 3 de febrero de 2025

Hoy, igual que ayer

    En la cocina se oye el batir de los cubiertos contra un plato. La niña, casi adolescente, devora con avidez un guiso que le parece el manjar más delicioso que pudiera probarse. Su rostro enjuto está tiznado de suciedad, al igual que sus ropas andrajosas. Alrededor de ella, una mujer de mediana edad se afana nerviosa entre improvisados preparativos. Sentada frente a la niña, con la piel arañada por los años, otra mujer ya anciana la contempla mientras de entre las comisuras de los labios se le escapa una sonrisa de satisfacción; la huella del deber consumado aporta serenidad a su semblante. La adolescente levanta la vista de vez en cuando mirándola, todavía, con desconfianza.

jueves, 16 de enero de 2025

La segunda oportunidad

Este relato concursó en la edición #cuentosdeNavidad de Zenda de 2024. Es una adaptación de un microrrelato que escribí para uno de los microrretos de El Tintero de Oro. No ha quedado muy navideño, más allá de algunas referencias a la Navidad que se dan a lo largo del mismo, pero ¿Quién ha dicho que debiera serlo?


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          Un hombre vestido de negro camina cabizbajo a lo largo de las calles de la urbanización. Le duele el cuerpo después de soportar las penalidades del largo camino. Ha recorrido un vasta distancia, aunque tan solo unas horas atrás se hallaba todavía en el punto de partida. En los jardines de las viviendas, cada abeto se engalana con un traje de de luces multicolor, encendiendo y apagando el paisaje mientras la nieve sangra en tonos rojos, verdes y anaranjados. Colgadas de las ventanas titilan luminarias que semejan escupir mensajes en un morse ininteligible. Un muñeco de nieve le sonríe, tan inexpresivo como se han vuelto sus propias emociones. Tras las paredes de las casas se adivina alegría, transpiran la esperanza que sólo esas fechas edulcoradas son capaces de insuflar hasta en los corazones más endurecidos. Esperanza que, sólo él lo sabe, pende de un fino hilo de plata.

lunes, 25 de noviembre de 2024

El último gol de Maradona

Cuando escribí este relato no sabía que con el tiempo se haría mayor. Creció en extensión y creció hasta ocupar el lugar reservado tan solo a los inmortales; como su protagonista, una chica que vivió deprisa y murió joven. No predicó con el mejor ejemplo, pero si dejó su impronta en la memoria colectiva de una ciudad.
Este cuento obtuvo un accesit en el XI Certamen de relatos Vigo Histórico. Gracias al jurado que lo consideró merecedor de tal galardón.

Aquí la lista de relatos premiados

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Eduarda corre sobre el empedrado irregular de la ciudad vieja.

martes, 8 de octubre de 2024

El dulce influjo de la luna

        La frontera entre la belleza y la deformidad, entre la vida y la muerte, es tan solo una línea que culebrea sobre las formas sinuosas de la colina. Mateo se empapa del paisaje con la mirada de un niño de doce años. A un lado, centenares de cadáveres de eucalipto se sostienen a duras penas sobre la tierra quemada, gimiendo cuando el viento comba sus grotescos troncos calcinados. Del otro, el bosquecillo húmedo de hayas, robles y castaños rezuma lozanía y autoridad; aún resuena en la espesura el ¡alto! que la hojarasca impuso a las llamas que asolaron los montes dos días atrás. Todavía se huele el hollín envenenando el aire. Y no deja de sorprenderle que, a pesar de su cruel ferocidad, el fuego se haya acobardado ante el señorial porte de esos leños centenarios.

martes, 13 de febrero de 2024

Una mano cándida

Estruendo, polvo, miedo. Las piernas me tiemblan y no alcanzo a llenar de aire los pulmones. Corro, tropiezo con los escombros esparcidos por lo que un día fueron calles. A lo lejos oigo una explosión. Nunca se está preparado para morir. Añoro tomarme un arak1 frío con los amigos en la vieja taberna. Alguien camina cerca. Disparo. No acierto a ver al enemigo y disparo de nuevo. Un animal, más asustado que yo, escapa de las ruinas.

—¡Control de misión, aquí Bravo Seis! Toda mi unidad abatida. Dirigiéndome a Papa Zulu2 para recogida. Cambio.

Estática de nuevo. Se me hiela la sangre. Estoy desorientado. Calma, me digo. Si hay alguna posibilidad de salir de aquí será templando el ánimo. Trepo sobre unos ladrillos para otear el horizonte. Me topo de bruces con un terrorista sorprendido. Soy más rápido y sus sesos estallan como los fuegos artificiales del Yom Ha'atzmaut3. Uno menos. Si he de morir, venderé cara mi vida. Escupo sobre su cuerpo. ¡Maldito shtink4! Se apaga el día.

viernes, 13 de octubre de 2023

El último gol de Maradona

    Eduarda corre sobre el empedrado irregular de la ciudad vieja.

—¡Eh tú, Maradona!

A poca distancia, tan cerca que casi puede tocarla estirando el brazo, un policía jadea tras sus pasos. La chica posa la mirada, junto con sus esperanzas, en la esquina donde confluyen las calles Real y Alta. Sabe que si llega hasta allí, estará salvada. Casi cae al suelo al girar, nota como la pendiente se multiplica y le duelen las piernas. Vuelve la cabeza, el madero ha aguantado hasta mitad de la cuesta y exprime sus pulmones apoyado contra una pared. Contiene el deseo de dedicarle un corte de manga, nunca se sabe cómo será la próxima vez. En esta ocasión, la vitalidad de sus dieciséis años ha ganado la partida.

miércoles, 29 de marzo de 2023

Lúa y las estrellas

    Era duro el viejo, tanto que parecía que iba a durar eternamente. No lo mató la silicosis que a fuerza de años de trabajo en la mina fue socavando sus pulmones. Tampoco la gripe del dieciocho, ni el hambre de la posguerra, ni las palizas que durante dos días recibió en el cuartel de la Guardia Civil. Y sin embargo allí estaba, tan tieso como una vara de mimbre. Al menos la dama de la guadaña tuvo a bien no castigarlo con los mismos padecimientos que soportó en vida, y la muerte le sobrevino a Dositeo Loureiro una noche del 54, en cama mientras dormía. Las mujeres de la aldea acudieron esa mañana para acompañar en su llanto a la viuda y sus hijas. De los hijos varones, solo Ezequiel seguía en casa. Ramón andaba emigrado en Venezuela y Antonio marchara hacía tres meses a trabajar la hacienda del señor Rodrigo, a una jornada de camino.

miércoles, 11 de enero de 2023

La última Navidad

Este cuento participó en el VII concurso de cuentos de Navidad de Zendalibros (Zendalibros.com)


A veces sueño que consigo atrapar el tiempo, congelarlo en un instante e impedir que siga mofándose mientras escapa con una sonrisa burlona, dibujando un ayer inexistente, un presente efímero y un futuro inalcanzable. ¿Qué es el tiempo sino recuerdos pasados y anhelos futuros, bits de información que rellenan espacios vacíos entre las oscuras sinapsis de nuestro cerebro? Mas ese sueño irrealizable me tortura. Porque la quimérica posibilidad de materializarlo me obliga a admitir que estas serán las últimas, que no volveré a vivir un tiempo igual. Que ya no habrá jamás otras Navidades.

martes, 8 de febrero de 2022

Au revoir, mon amí

La isla se pierde en el horizonte, recortada contra el cielo azul pálido del amanecer. Desde el barco diviso sus cumbres picudas envueltas en neblina, antes de darles la espalda. Jamás volveré a pisar su suelo. Todo empezó de la forma más inesperada, como suelen comenzar las grandes historias.

 

El bullicio henchía la taberna aquella noche de diciembre. Era el año 1808, y yo apenas una jovenzuela que servía viandas a quienes se resguardaban de la nevada a unas leguas de Tordesillas. Se abrió la puerta de forma abrupta y junto con un aire helado entraron unos gabachos uniformados. Desalojaron la estancia, exceptuando al dueño y la servidumbre. No tardó en aparecer una comitiva de hombres altivos, vistiendo ropas engalanadas de condecoraciones. Sentáronse a una de las mesas y ordenaron que se les sirviera vino, lo cual me apresté a hacer sin dilación. Varios de los generales no tuvieron reparo en recrearse en la linde de mi corpiño y alguno hizo el amago de deshacer el lazo que cerraba el escote, ante las risotadas de sus compañeros.

miércoles, 26 de febrero de 2020

El valor de una vida


¿Cuánto vale una vida? Hace tiempo que intento responder esta pregunta y tan solo ahora creo haber encontrado la respuesta.
Me bautizaron Virginia. Mancillé ese nombre a los trece años en el desvencijado asiento de un seiscientos, entre caricias prestadas y sorbos de pasión y ginebra. Siempre viví deprisa, sentía demasiado vértigo como para detenerme a contemplar la existencia con la laxitud que envenena al común de los mortales. Pero no se puede correr eternamente.
Cierto espíritu inconformista y la influencia de un profesor de militancia bohemia consiguieron empujarme a estudiar periodismo. Fueron los años del amor libre y la crítica a un sistema que nos oprimía, el paso por la universidad me dio la oportunidad de rebelarme haciendo honor a las dos cosas. En poco tiempo obtuve también una licenciatura en carreras delante de los grises. No estaba hecha para pasar el día sentada en una oficina, y la sección de sucesos se me antojaba una gigantesca opereta para entretener a las masas, así que enseguida comencé a peregrinar por el mundo cargada con toneladas de inocencia y los ochocientos gramos de mi Canon F1.

domingo, 8 de diciembre de 2019

Memorias de un tiempo convulso


Aquel viaje en tren no fue, no podía ser, como cualquier otro. Sí, contemplaba de nuevo el paisaje esplendoroso, los campos verdes en los que soñaba corretear sobre su hierba mullida y un cielo de agosto limpio de nubes, hiriente a la vista con su azul intenso. Al atardecer, el sol pintaba el horizonte de un encarnado arrogante, acertado símil de lo que acontecía no muy lejos de nosotros. Sin embargo tenía que pelear a cada instante por asomarme a una rendija o cualquier ventanuco de aquel mastodonte de hierro y madera que nos torturaba con su traqueteo interminable. El hacinamiento y el hedor a sudor y excrementos se habían convertido en rutina, y la sed, junto con el hambre, clamaban por el pronto final de aquel viaje tortuoso. Nunca perdí la esperanza, estaba convencida, lo sigo estando, de que al término de este camino nos aguarda la redención.

martes, 30 de abril de 2019

No olvidar


Han pasado los años, toda una vida con sus alegrías y sinsabores. Ahora soy una anciana que contempla el paso del tiempo desde la distancia. Atrás quedaron los lustros de una brillante carrera como magistrada en el Tribunal Supremo.

Conseguí hacerme respetar y lo más importante, que respetasen mis ideas. Siempre destaqué por defender pensamientos avanzados para la época en que vivía, no me arrepiento de ello. Cuando la opinión mayoritaria aplaudía la aplicación de la pena de muerte como elemento ejemplarizante y, por qué no decirlo, como una suerte de venganza, que no justicia, del pueblo hacia individuos más o menos indeseables, yo sostuve la postura contraria. Hacerlo siendo mujer y en aquellos tiempos era todavía más difícil. Al final la evolución natural de las sociedades terminó por darme la razón.

viernes, 18 de enero de 2019

Un acto de amor

   Gruesos muros de piedra atrapan el silencio. El sol de la mañana se cuela por las vidrieras y proyecta un haz luminoso que colorea el centro de la nave. Huele a incienso y a cera derretida. En un banco solitario, una mujer de mediana edad hinca las rodillas sobre el reclinatorio, sus medias de lycra no evitan que la madera se le clave en la piel.

 «Por favor, oh Dios, no te lo lleves tan pronto. No lo apartes aún de mí».

Apenas un susurro se le escapa entre los labios, tal vez teme que romper la quietud del lugar santo pueda suponer una ofensa hacia aquel que todo lo puede.

    «Pero si esa es tu voluntad, tan solo te suplico que abras sus ojos y vea la luz, que se humille ante ti antes del último aliento, como yo lo hago en este mismo instante. ¡No nos condenes a separarnos para toda la eternidad!»

Un sacerdote orondo de gruesa papada camina por el pasillo. Atisba las lágrimas de la mujer  humedeciéndole los ojos, mas nadie debe interrumpir cuando se habla con el Altísimo. Las tribulaciones de aquella sierva de Dios no son de su incumbencia. Todavía no.

viernes, 2 de noviembre de 2018

Ave María

Suena una voz apocada, parapetada tras una rendija, apenas un hilo acunando el silencio que a esa hora se adueña de todo. Musita las palabras como si le costase pronunciarlas, tal vez con vergüenza, quizás incluso con culpa. Él la esperaba y allí está de nuevo, como cada semana.

    — ¿Otra vez? 

El Padre Damián trata de animarla a hablar, el tono es conciliador, pareciera que aquella alma atormentada no tuviese más apoyo que el suyo. No hay reproche en sus palabras, tan sólo una invitación al desahogo.

    — Otra vez, Padre.
    — Te escucho.

Silencio. Son pocos quienes visitan el templo a esa hora temprana. Algunos pasos se dejan oír ocasionalmente en la lejanía. El crepitar de los cirios disipa la incomodidad de la pausa que precede a la tormenta, al tiempo que dispersa un olor puro que los envuelve.

domingo, 20 de mayo de 2018

Hasta siempre, soledad

Encontré aquel lugar en Barcelona de casualidad.

La plaza forma un cuadrado delimitado por la iglesia de un viejo monasterio barroco y  varias fachadas renacentistas. Hay en su centro una fuente octogonal labrada en piedra con un surtidor en medio, junto a la fuente un árbol espigado y a su vera, la soledad.

No es una visitante ocasional que aparece y desaparece a su antojo. Ella forma parte del entorno, como los vetustos adoquines que tapizan el suelo o el rosetón que emulando un ojo omnipotente todo lo observa desde la fachada de la iglesia. Ella vive allí y sin su presencia la plaza no sería la misma.

Me hallaba en la ciudad por trabajo y a la noche me gustaba salir a pasear hacia el barrio Gótico. Deambulando sin un rumbo fijo el lugar se me apareció como por ensalmo. Tiene tan sólo dos entradas, la primera llegando desde un callejón estrecho y oscuro junto a la Catedral tras pasar bajo un arco entre dos casas, y otra en el extremo opuesto hacia el corazón del casco histórico. Desde entonces tenía por costumbre parar allí antes de ir a dormir. Supongo que nunca he sabido muy bien cómo encontrarme conmigo mismo.

martes, 1 de mayo de 2018

Al final del arcoiris

Tenía doce años y no pocas ilusiones. Todos los días caminaba dos kilómetros hasta la escuela y otros tantos a la vuelta. Parte del trayecto me acompañaba Jenny, una niña un año mayor que yo. Jenny era diferente a cualquier otra chica, de hecho no tenía que ver con la idea que alguien pudiera hacerse de una niña de su edad. En cierta ocasión se enfrentó a un grupo de muchachos que no dejaban de acosar a una amiga y el líder se llevó tal golpe que tuvieron que coserle la ceja. A Jenny le costó un labio abierto y una semana de expulsión, pero jamás nadie se atrevió a encararse con ella. 

¿Nunca te has preguntado qué hay al final del arcoiris? —me miró torciendo el gesto, como si la hubiera interrogado de la forma más ingenua.

Me crié en tierras de extensas llanuras cubiertas de cultivos e interminables pastos. Mi familia era pobre, había nacido el cuarto de cinco hermanos y vivíamos en una cabaña en medio del campo, algo alejados del pueblo más cercano. Una exangüe carretera cruzaba el llano, apenas transitada por algún coche de manera intermitente. Ha pasado el tiempo pero ese recuerdo permanece anclado en mi memoria. Los paisajes y colores que nos acompañan en la infancia tienen la magia de confundirse con nuestra esencia. Y aquellos fueron los míos.

miércoles, 24 de enero de 2018

Niña de ojos tristes

Contemplas el mundo, niña de los ojos tristes, a través de esos cristales enmarcados en una montura dorada. Un mundo que ha cambiado desde la última vez en que pudiste aventurarte por sus confusos senderos. O quizás no haya cambiado tanto, pero a ti te lo parece.

Respiras de nuevo el aire entumecido con el rancio humo de los tubos de escape, mas esa atmósfera viciada te sabe a libertad en los pulmones. Hace calor, el verano resplandece exhibiendo sus mejores galas y sudas bajo tus amplios ropajes.

Pronto verás de nuevo rostros familiares, lo poco que todavía te mantiene apegada a ese mundo del que hace años desertaste. Pero no sueñes demasiado, niña de triste mirada, pues ni ellos ni sus vidas forman ya parte de la tuya.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Los compradores de sueños

Relato presentado a concurso en la comunidad "Escribiendo que es Gerundio". Normas: Máximo 350 palabras. Debe estar inspirada en la fotografía que acompaña la entrada.


Parecía un mundo irreal, un lugar de ensueño techado de luces multicolores. Ella no se acostumbraba al ruido de los coches cuando rodaban sobre el asfalto. Se lo habían contado, pero la imaginación no era más que un triste sucedáneo de la realidad.

Respiró el aire frío y volvió a maravillarse con los árboles que se enfilaban al borde de las aceras, mostrando sus ramas retorcidas recorridas por bombillas intermitentes. Nunca había visto un árbol, tampoco tanta gente caminando junta. Semejaba que tuvieran prisa. Entraban y salían de los comercios portando bolsas abarrotadas, compraban y volvían a comprar, pues todo allí tenía un precio, todo estaba a la distancia de un pase de tarjeta de crédito.

martes, 24 de octubre de 2017

La noche más negra

El día amanece nublado, cubierto su cielo de nubes plomizas que amenazan lluvia. Tras el cristal de la ventana todavía un velo gris pinta el horizonte. La mañana huele diferente, a tristeza y soledad a un mismo tiempo, a desesperanza. Sobre la mesa un diario abierto en páginas intermedias, un café frío y una tostada que hasta ahora ha esquivado su destino. En el reproductor suena una antigua rockera reconvertida en nostalgia que evoca con la voz rasgada los versos de una Rosalía cuyo espíritu a buen seguro volvería hoy a quebrarse de nuevo; Negra Sombra, paradójicamente la única Luz que ilumina este día aciago. De fondo el sonido agudo de una flauta travesera, que termina por inyectar la melodía directa en el alma.

De vez en cuando el grito de una sirena vuelve a quebrar la mañana, recuerdo de una noche en la que no han dado tregua con sus lamentos, mientras recorrían unas calles difuminadas a la vista. Ahora todo semeja un mal sueño, algo que de no haber sucedido parecería imposible haber vivido. Estiro los ojos todo lo que me permite la neblina y trato de llenarme de aire los pulmones, pero sólo respiro cenizas. Es lunes, 16 de Octubre en estas tierras del Fin del Mundo. El día después de la noche más negra.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Pensé que me querías

Pensé que me querías. Mi vida cambió al poco de conocerte, no tardamos en compartir nuestro día a día. Recuerdo que cada mañana tu cabello despeinado se entrelazaba con el aroma del café recién hecho. Costaba arrancarte la primera sonrisa, pero después todo era mucho más sencillo. Esa baratija que ya no dejaba de brillar entre tus labios me compraba como si fuese oro puro. Todo eso quedó atrás, consumido por el tiempo.

Me gustaba retozar con los rizos de tu pelo. Aquella melena negra hacía juego con el color de tus ojos. Te desafiaba a mantenernos fija la mirada, siempre eras la primera en perder la compostura y tu risa me hacía sentir culpable. Por poco rato, era un regalo demasiado generoso como para enredarse en culpabilidades absurdas.