Aguardo a que me hagan entrar, con la mandíbula tensa y el corazón desbocado. Años ha que temo este momento, tanto como en mi fuero interno lo deseo. Mientras espero rememoro, quince primaveras han transcurrido desde aquello, unos hechos que no he dejado de revivir ni un solo día.
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Menguaba ya la tarde y comenzaban a caer lánguidos copos sobre el llano, la primera nevada de la temporada. Mi cabalgadura se paró inquieta frente a los muros musgosos del convento. Percibí esa misma sensación de incertidumbre y por un instante dudé si debía adentrarme tras sus puertas. Me recibió una novicia tocada con su cofia blanca, después de conducir la yegua al establo guióme hasta mis aposentos, donde pude acomodar a duras penas los pocos bártulos que portaba. Luego me llevaron hasta un salón amplio. La superiora se hizo esperar, mientras tanto me entretuve admirando el espléndido artesonado del techo.