El día amanece nublado, cubierto su cielo de nubes plomizas que amenazan lluvia. Tras el cristal de la ventana todavía un velo gris pinta el horizonte. La mañana huele diferente, a tristeza y soledad a un mismo tiempo, a desesperanza. Sobre la mesa un diario abierto en páginas intermedias, un café frío y una tostada que hasta ahora ha esquivado su destino. En el reproductor suena una antigua rockera reconvertida en nostalgia que evoca con la voz rasgada los versos de una Rosalía cuyo espíritu a buen seguro volvería hoy a quebrarse de nuevo; Negra Sombra, paradójicamente la única Luz que ilumina este día aciago. De fondo el sonido agudo de una flauta travesera, que termina por inyectar la melodía directa en el alma.
De vez en cuando el grito de una sirena vuelve a quebrar la mañana, recuerdo de una noche en la que no han dado tregua con sus lamentos, mientras recorrían unas calles difuminadas a la vista. Ahora todo semeja un mal sueño, algo que de no haber sucedido parecería imposible haber vivido. Estiro los ojos todo lo que me permite la neblina y trato de llenarme de aire los pulmones, pero sólo respiro cenizas. Es lunes, 16 de Octubre en estas tierras del Fin del Mundo. El día después de la noche más negra.