Ocurrió en el año 1871 y todavía
el suceso se recuerda en el lugar. Cuentan que en la Villa cautivaba los
corazones una moza de nombre Adela Montesinos. Rondaba los dieciocho y no le
faltaban pretendientes que suspirasen por sus atenciones. Ella, sabedora de las
dotes seductoras que atesoraba, se dejaba querer sin decidirse a entregar su
amor a ningún cortejante.
Era la doncella morena de piel y
cabello, ondulados rizos le caían hasta la cintura y lucía unos hermosos ojos
verdes, el cuerpo ligeramente entrado en carnes como gustaba en la época, de
busto amplio y generosas curvas. Pero lo que en verdad la hacía irresistible
era la sonrisa que sin tacañería regalaba a quienes se ganaban con cierto
esfuerzo su favor. Una sonrisa que, decían, parecía haberle sido dibujada en los
labios por el mismísimo diablo, tan poderoso era su influjo sobre la voluntad
masculina.