Marsella, Octubre de 1172
Mordía el frío
de la mañana cuando tres hombres tocados con una cruz bermellona desembarcaron
en la ciudad. Beltrán de Trémelay, caballero templario en misión papal
comisionada, se hacía acompañar por el tuerto Hugo de Quadrells junto a Robert
Dorset, un gigante que semejaba capaz de tumbar un oso. Caminaron hasta la
abadía de Saint-Víctor; conducidos a un salón debatieron largo tiempo con el
abad sobre el asunto que les concernía. Los documentos hallados en el priorato
de Saint-Maximin y remitidos a Sénanque podían, de ser auténticos, poner en
jaque los cimientos de la cristiandad.
Al alba partieron con sus monturas hacia el corazón de la Provenza. Una niebla incómoda los acompañó durante el trayecto, haciéndoles perder más de una vez el rumbo. Entrada ya la tarde arribaron a Notre-Dame de Sénanque, próspera abadía rodeada de campos de labranza. El prior Monceau, hombre de estatura escasa y ancha cintura, se deshizo en alabanzas ante su presencia. Siete días dedicó Trémelay al estudio del manuscrito. Al octavo, consintió en exponer sus conclusiones.