miércoles, 12 de abril de 2023

Lázarus

Marsella, Octubre de 1172

Mordía el frío de la mañana cuando tres hombres tocados con una cruz bermellona desembarcaron en la ciudad. Beltrán de Trémelay, caballero templario en misión papal comisionada, se hacía acompañar por el tuerto Hugo de Quadrells junto a Robert Dorset, un gigante que semejaba capaz de tumbar un oso. Caminaron hasta la abadía de Saint-Víctor; conducidos a un salón debatieron largo tiempo con el abad sobre el asunto que les concernía. Los documentos hallados en el priorato de Saint-Maximin y remitidos a Sénanque podían, de ser auténticos, poner en jaque los cimientos de la cristiandad.

Al alba partieron con sus monturas hacia el corazón de la Provenza. Una niebla incómoda los acompañó durante el trayecto, haciéndoles perder más de una vez el rumbo. Entrada ya la tarde arribaron a Notre-Dame de Sénanque, próspera abadía rodeada de campos de labranza. El prior Monceau, hombre de estatura escasa y ancha cintura, se deshizo en alabanzas ante su presencia. Siete días dedicó Trémelay al estudio del manuscrito. Al octavo, consintió en exponer sus conclusiones.