jueves, 22 de enero de 2015

Una noche en los Refugios de Almería

I

Lázaro Cisneros era un hombre feliz, o al menos no tan desdichado como para dejar de considerarse como tal. A sus 42 años gozaba de cierta fama como presentador en un programa de temática esotérica en televisión y su audiencia no había hecho sino aumentar en los últimos tiempos, a la par que sus ganancias. En realidad existían algunos asuntos que lo preocupaban, pero consideraba no sin cierto pragmatismo que la vida era demasiado corta como para prestarles mayor atención de la debida.

Sus constantes infidelidades terminaron por hacer zozobrar seis meses atrás un matrimonio que en los últimos tiempos sólo había sostenido la rutina, aunque no tardó en reemplazar la vida conyugal por un tortuoso affaire con una de sus redactoras cuyo marido, hasta ese momento ignorante de su condición de cornudo, comenzaba a sospechar que tantas horas en los estudios de la Cadena podían esconder unos hechos más luctuosos.

Por otro lado estaba el asunto del Palacio de La Macarena, un antiguo edificio sevillano del cual se decía albergaba espectros que se paseaban por sus estancias a raíz de un crimen perpetrado en el pasado. El tema había sido desmenuzado con amplitud en las últimas emisiones del espacio televisivo, consiguiendo desbaratar la venta del inmueble por parte de su propietario, un importante hombre de negocios cuyas recientes dificultades económicas pretendía enjuagar con la frustrada operación inmobiliaria. A raíz del suceso, Lázaro Cisneros llegó a recibir varias llamadas telefónicas profiriendo contra él amenazas de muerte y aunque no las tomó demasiado en serio eran algo en verdad desagradable.

Debido a todos estos motivos el afamado locutor había decidido implicarse personalmente en el rodaje del siguiente capítulo en un poco conocido lugar de la geografía española. Poner distancia con la Capital lo alejaría por unos días de los problemas y de paso podría disfrutar de los encantos de su amante, que lo acompañaba en un más que justificado viaje de trabajo.


Los refugios antiaéreos de la Guerra Civil situados en la ciudad de Almería eran un lugar que rezumaba historia, como si la huella del tiempo que los constantes bombardeos habían arrebatado al casco histórico de la villa hubiese trasladado su impronta hasta sus entrañas. Construidos entre los años 1936 y 1938 por el arquitecto Almeriense Guillermo Langle y redescubiertos en el 2001 tras haber sido clausurados después de la guerra, constituían un laberinto de casi cinco mil metros de extensión que serpenteaba bajo el suelo de la urbe. La galería principal dibujaba una línea recta que seguía el trazado del Paseo de Almería, descendiendo desde la ciudad vieja hacia el puerto. Era parte de este corredor el que se había rehabilitado, con lo que los turistas podían acceder a casi un kilómetro del subterráneo, lo que convertía al monumento en los mayores refugios antiaéreos visitables de toda Europa.


Eran sin embargo otros motivos los que animaban a la Productora a violar con sus cámaras la quietud de los refugios. Corrían historias acerca de ciertas apariciones protagonizadas por una misteriosa dama de blancos ropajes que tan pronto hacía acto de presencia como se desvanecía ante los ojos atónitos de quienes la contemplaban. Se decía que en la zona de los quirófanos resonaban en ocasiones lacerantes lamentos y llantos infantiles de procedencia desconocida, y algunos turistas hablaban incluso de presencias cuya mirada aseguraban sentir aunque no pudieran verlas. Tanto el escenario como las leyendas tejidas en torno a las galerías conformaban un cóctel que convenientemente servido podía hacer las delicias de la audiencia, y esto era algo que el agudo olfato para los misterios de Lázaro Cisneros no podía pasar por alto.


Por todo ello había planteado un extenso documental donde se recogían entrevistas a testigos de tales hechos, fundamentalmente guías y trabajadores del servicio nocturno. Pretendía además obtener imágenes del subterráneo y grabar alguna psicofonía en la zona de los quirófanos, pues era este el lugar en el que sin duda mayor horror se había vivido cuando los refugios estaban en uso. Si tenían suerte podrían hacerse con un material interesante y en caso contrario siempre existía la posibilidad de trampearlo para conseguir una emisión a la altura de lo que la audiencia esperaba. Jamás dejes que la realidad te estropee una buena historia, era el manido lema que con frecuencia solía espetar a sus subordinados.



II


Se acercaba la medianoche cuando un equipo de tres personas llegó hasta la entrada principal de los refugios situada en la antigua Puerta de Purchena, en pleno casco histórico. Acompañaban a Lázaro su colega Maite Baena, una ambiciosa rubia que a penas rebasaba la treintena y que era a la sazón la amante del presentador, y Toni Escolano, cámara de televisión el cual se encargaría de tomar las imágenes en el subterráneo. Habían solicitado los permisos para grabar durante la noche, pues de ese modo evitaban la interferencia de los turistas y por otro lado la madrugada siempre propiciaba un mejor acercamiento al infranqueable mundo del más allá.


Un guardia de seguridad los esperaba en el interior de la construcción acristalada que resguardaba la entrada a los refugios. Los recibió con un bostezo, sin ocultar la resignación con que soportaba el turno extra que le había tocado en suerte. Se trataba de un joven desgarbado cuyos ojos soñolientos los miraban detrás de sus cristales de escasa graduación, preguntándose sin duda que clase de chalados querrían internarse a esas horas en el interior de las galerías.


Sin demasiadas ganas les informó que debía someterlos a un cacheo rutinario, y tras las formalidades de rigor el grupo descendió unas escaleras de piedra que los llevaron a varios metros bajo el nivel del suelo. El tramo inicial era estrecho, pues se había diseñado para obligar a la multitud a caminar en fila y así evitar avalanchas. Se trataba de un pasadizo de 1,50 metros de ancho con un banco de mampostería adosado todo a lo largo de uno de sus costados. Los muros eran de hormigón y el techo situado a 2,20 metros de altura tenía forma de bóveda de cañón rebajada. En él se apreciaba todavía la huella dejada sobre el revestimiento de estuco y cal blanca por las bombillas incandescentes que antaño iluminaban el recinto, ahora reemplazadas por luminarias modernas.


Cada cien metros el arquitecto había dispuesto la construcción de dos contrafuertes que interrumpían el discurrir del túnel, de forma que ambos se hallaban enfrentados entre sí con aberturas en extremos opuestos. Su finalidad era servir de barrera a las ondas de choque producidas por las explosiones y evitar avalanchas al permitir tan solo el paso de una o dos personas a la vez. Debido a la existencia de éstas construcciones, únicamente se podía vislumbrar la galería hasta el próximo par de contrafuertes y al rebasarlos se accedía al siguiente tramo. El resto de pasadizos tenían medio metro más de anchura, con bancos adosados a ambos lados.

El guardia caminaba delante provisto de una linterna que sumaba un poco de luz a la que brillaba sobre sus cabezas. De vez en cuando enfocaba hacia los grabados que años atrás los refugiados habían realizado sobre algunas paredes durante las tensas horas de espera, mientras Escolano trataba de robar con su cámara un poco del alma que había quedado impresa en el cemento. La sala médica que albergaba el quirófano se hallaba al final de la galería y el trayecto se enlenteció por las obligadas paradas para obtener material filmado. Cuando penetraron en el almacén, situado a medio camino y al que se accedía por una escalinata que descendía aún más hacia las entrañas de la tierra, pudieron sentir el espesor del silencio envuelto entre aquellos muros que, si pudiesen hablar, contarían mil y una historias sobre otras tantas vidas ya extintas.


Más adelante se asomaron al habitáculo privado del propio arquitecto, que antaño estaba separado de la galería principal por una puerta con cerrojo corrido desde el interior y comunicaba directamente con su vivienda antes de que la entrada fuese sellada, al igual que todas las que daban acceso a habitáculos semejantes. Algunos juguetes dispuestos al azar sobre el suelo polvoriento conferían al lugar un toque de vida.

Al fin llegaron junto al hospital. Se accedía a él por un pasillo que partía a su izquierda desde la galería principal. El primer tramo era un corredor de unos 30 metros de largo que hacía las veces de sala de espera. El suelo estaba cubierto con losas blancas y negras en ajedrezado de mármol de Macael. Al fondo existía un acceso desde el exterior que en la actualidad se halla tapiado. Poco antes de llegar a esta salida cegada cortaba el pasillo en perpendicular una nueva galería como si fuesen los brazos de una cruz de longitudes desiguales. A la derecha el brazo más corto, un espacio de planta rectangular que servía de botiquín, provisto de un lavamanos de porcelana con sus respectivos grifos. A la izquierda se extendía el brazo mayor, compuesto por dos salas cuyas paredes se hallaban recubiertas de azulejos vidriados en azul cobalto, y el suelo tapizado con baldosas blancas. La primera era la sala de curas y a continuación se hallaba el quirófano, que podía separarse de la anterior mediante una puerta corredera insertada en un cavidad abierta en el muro. Esta habitación albergaba elementos de la época, desde una camilla hasta lámparas de pie, material quirúrgico o equipos de anestesia, dando al lugar cierto aura mística.


– Este es el final del trayecto – comentó el vigilante con desgana – Los dejo solos para que puedan trabajar. Hay una salida por uno de los pasillos que enlazan con la galería principal poco antes de llegar aquí, pero a estas horas está cerrada. La única forma de acceder al exterior es en el mismo punto por el que hemos entrado, al inicio de las galerías. Los esperaré en las oficinas.


– Descuide, jefe – añadió Lázaro mientras hacía ademán de encender un cigarrillo, obviando el lugar donde se encontraban.


– Los refugios tienen su propio sistema de ventilación, pero fumar en su interior está totalmente prohibido.


Lázaro Cisneros se disculpó forzando una sonrisa mientras volvía a guardar el tabaco. Bien pensado el segurata le estaba haciendo un favor; los médicos le habían prohibido fumar debido a su asma crónico y desoír sus consejos era un capricho tan placentero como temerario que de vez en cuando se permitía.


Al fin los tres periodistas se pusieron a trabajar. Después de tomar imágenes del quirófano, Lázaro y Maite comenzaron a preparar los equipos de sonido con los que intentarían capturar las voces del mas allá, mientras Escolano había vuelto a la galería para rellenar más metraje. En esas tareas se afanaban cuando las luces que pendían del techo comenzaron a fallar, encendiéndose y apagándose de forma intermitente como si alguien estuviera emitiendo una señal en morse. Al principio restaron importancia al fenómeno, tomándolo por una simple oscilación en la corriente, pero tras varios minutos sin mejoría comenzaron a impacientarse.


– ¡Maldita sea! – se escuchó quejarse a Escolano desde la galería – Es imposible grabar nada decente con esta luz.


Cisneros salió al pasadizo, seguido de cerca por su compañera. El foco de la cámara iluminaba el túnel pero la variación de la luminosidad hacía inservible cualquier imagen capturada.


– Las jodidas luces llevan así unos minutos y no parece que vaya a solucionarse. Será mejor que te acerques a las oficinas y averigües que diablos pasa – ordenó Cisneros esforzándose por parecer contrariado.


El cámara torció el gesto, no le apasionaba tener que desandar casi mil metros de túnel hasta la guarida del vigilante. En cuanto su silueta desapareció detrás de los contrafuertes, Lázaro rodeó la cintura de la rubia y la atrajo hacia sí, hasta que ambos labios quedaron a escasos centímetros.


– ¿Alguna vez has hecho el amor en un refugio antiaéreo?



III


Toni Escolano caminaba por el pasadizo con paso apresurado. No sabría decir el tiempo que llevaba andando, tras rebasar cada contrafuerte aparecía otro tramo igual al anterior y la intermitencia de las luces no hacía más que desorientarlo. Al fin alcanzó las escaleras que descendían hacia el almacén. Recordaba que se encontraban a mitad de camino, al menos ahora disponía de alguna referencia. Echó un vistazo a los peldaños que se esfumaban y volvían a aparecer al ritmo de cada oscilación. Entre el baile de sombras le pareció ver al fondo algo que se movía, algo que estaba tan fuera de lugar como él mismo. Sintió miedo. Comenzó a trotar a lo largo de la galería intentando alejarse de aquella zona lo antes posible. Entonces la hilera de luminarias permaneció fija durante un segundo eterno, semejando el último estertor de un moribundo, para al fin apagarse por completo.



IV


En los quirófanos el espacio vacío se llenaba con los gemidos de dos amantes, como si fuese la decrépita habitación de un lupanar. La camilla que en tiempos había presenciado la lucha por la vida de tantas gentes ejercía ahora de improvisado lecho en el que se desbordaban las pasiones. Lázaro Cisneros se afanaba entre empellones, aferrado al cuerpo de la mujer que con la vista clavada en las luminarias premiaba con jadeos placenteros los esfuerzos de su amante. Cuando las luces se apagaron de forma definitiva el acto continuó durante unos segundos hasta alcanzar el clímax.


– ¿Que diablos ocurre ahora? – dijo Cisneros de mala gana con la respiración aún entrecortada, mientras se subía los pantalones.


Rebuscó en los bolsillos hasta dar con un encendedor que chispeó un par de veces antes de iluminar la sala. Los objetos que la poblaban alargaron sus sombras acompañando el movimiento de la mano del locutor. En una esquina, sobre el suelo, estaba la cámara que Escolano se había dejado para no cargar con ella durante el trayecto. Tras atusarse el cabello Maite echó mano del artefacto con la intención de utilizar su potente foco. No fue necesario. Tan repentina como se había ido regresó la corriente y la luz se hizo de nuevo.


– Toni debe haber llegado ya y arreglado todo con el guardia – opinó la rubia.


– Eso quiere decir que tenemos al menos otros diez minutos para nosotros.


La voz de Lázaro retumbó entre los muros cargada de deseo, revelando las ansias de terminar de saciar sus instintos, mas cuando intentó besar a la mujer ésta lo apartó con una mano. Había algo en aquel lugar que la inquietaba.



V


Toni Escolano tanteaba la oscuridad tratando de orientarse en aquel pasadizo que olía a humedad. El sonido de sus pasos torpes sobre el suelo terroso se mezclaba con los jadeos de una respiración entrecortada. Echaba de menos disponer de una linterna, la falta de previsión le estaba jugando ahora una mala pasada. Sudaba, igual que si hubiera disputado una maratón. Lo atenazaba la sensación de que lo seguían, de que había alguien más acompañándolo en el corredor. Dirigió la mirada al frente, aunque no pudiera ver nada. 
No debía faltar mucho para alcanzar el próximo contrafuerte, al menos dejaría atrás aquel tramo maldito con su espantoso acceso al almacén. De repente las bombillas crepitaron y la luz regresó a hacerle compañía.

Tuvo que taparse los ojos por un momento evitando que los haces hiriesen sus pupilas. Entre los dedos de la mano atisbó el pasadizo, comprobando aliviado que allí no había nadie. La distancia que tenía por delante hasta alcanzar el siguiente tramo se le antojó interminable. Corrió entre los bancos adosados a las paredes, que antaño sirvieron de asiento durante las horas de espera a tantas almas aterradas. Los contrafuertes que delimitaban el horizonte parecieron por un momento inalcanzables, hasta que al fin tocó los muros y consiguió deslizarse entre ellos. Tras rebasar el segundo, un nuevo pasadizo se abrió ante sus ojos. Lo que vio le hizo sentir terror como nunca antes había experimentado, al tiempo que un grito retumbó en la galería.


VI


Tras el fogoso encuentro la pareja terminaba con la preparación del material. El tiempo se les echaba encima y Escolano debía estar ya a punto de regresar. El plan era dejar el magnetófono grabando durante una hora mientras tomaban imágenes de los corredores con menos prisas que en el trayecto de ida. Había algunos cuartos anexos y galerías auxiliares, como la que albergaba el generador de gasoil o el angosto pasadizo que conducía a la salida para turistas, que a Lázaro le habían parecido interesantes. Se hallaba el locutor desenmarañando los cables de la batería que alimentaría el equipo de grabación cuando casi derriba una antigua lámpara de pie que formaba parte del decorado. Maldijo en voz alta, contrariado por tener que maniobrar en el reducido espacio del quirófano.


– Iré sacando la cámara a la galería – comentó Maite mientras asía el artefacto.


– Buena idea – aprobó Cisneros sin levantar la vista.


Los pasos de la mujer sonaron a lo largo del corredor amplificados por el eco. Por un momento Lázaro Cisneros se imaginó el movimiento de sus caderas con cada pisada, hasta que se fueron apagando a medida que se acercaba a la galería principal y no le quedó más distracción que la maldita madeja de cables.



VII


Maite Baena alcanzó el pasadizo que ejercía de columna vertebral en todo el entramado de túneles. Se acercó a uno de los bancos adosados y depositó la cámara con el mayor cuidado del que fue capaz. El último tramo del subterráneo se extendía ante ella hasta el siguiente par de contrafuertes, dándole una visión de unos cien metros. Las luminarias colgando de la techumbre, enfiladas en disciplinada hilera, alumbraban el trayecto con una luz blanquecina.


A poca distancia de donde se encontraba partía el túnel que conducía a la salida, un pasadizo de paredes enmohecidas más estrecho que el resto y de cuyo diseño se habían eliminado los bancos. Podía ver como arrancaba desde una abertura practicada en una de las paredes de la galería principal. Entonces le pareció que una sombra se movía justo en la intersección de ambos túneles. Un sonido igual al que producirían unos pasos sobre el suelo de tierra se dejó oír en la inmensa quietud, mas nadie debería caminar por aquel corredor. La salida se hallaba cerrada durante la noche tal como les había indicado el vigilante.

– ¿Toni? – preguntó. No obtuvo respuesta.


Comenzó a caminar hacia la intersección con paso dubitativo. Los ojos se le clavaban en la oquedad que según avanzaba mostraba con más claridad sus formas. El olor a húmedo la hizo robar una bocanada al denso aire que le oprimía los pulmones. Volvió a vociferar, ansiando una respuesta que matara aquella incertidumbre.


– ¿...Toni...? – esta vez notó como sin quererlo le temblaba la voz.


Tan solo le contestó el silencio. Era el último compañero que deseaba en aquel momento. Al fin alcanzó la intersección. Lentamente se asomó a la galería. Un temor ancestral escondido en los últimos pliegues de su cerebro hacía que su corazón se acelerase, aunque la razón le decía que nada debía temer de las sombras.


Cuando contempló aquello que tenía ante sí comprendió que su yo más racional se había equivocado.


VIII


Inmerso en la quietud de los quirófanos, Lázaro Cisneros consiguió hacer funcionar el equipo de sonido. Al fin todo estaba listo para comenzar a grabar y no sin cierto alivio oprimió el botón que puso en marcha el aparato. Se disponía a abandonar la estancia cuando escuchó un grito. Reconoció enseguida la voz de Maite. Se apresuró hacia el corredor cuando algo lo paralizó a medio camino, en mitad de la sala de espera. 


Al principio sonaron casi inaudibles, mas poco a poco los llantos fueron tomando forma. Un coro de lloros infantiles impregnó el ambiente, resonando con eco desde la galería. Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, sintió como la racionalidad lo abandonaba por momentos, al tiempo que sus pulmones reclamaban un oxígeno que no les llegaba. El asma que padecía hizo su aparición en el momento menos oportuno, tornándole la respiración dificultosa. Tanteó los bolsillos en busca del inhalador que siempre portaba, pero por más que rebuscó no consiguió dar con él. Todo parecía haberse confabulado en su contra. Se obligó a caminar hacia delante como un autómata, a la vez que la intersección con la galería principal se acercaba. Al fin alcanzó el recodo, jadeando mientras sentía que se ahogaba. 

Enfiló el pasillo y el corredor se apareció ante él difuminado por la falta de oxígeno que embotaba su cerebro. Se arrastró como pudo hasta que de nuevo el terror lo obligó a detenerse. En la intersección con el corredor que daba acceso a la salida pudo adivinar como una mano tendida sobre el suelo se extendía hacia el pasillo principal. No tardó en darse cuenta que la manga beige que cubría el antebrazo era la que vestía Maite Baena. No tuvo tiempo para elucubraciones. Una sombra alargada comenzó a tomar forma desde la unión de ambas galerías.

La figura, envuelta en una gabardina gris, se plantó en medio del pasillo. En una mano portaba un radio-CD que depositó en el suelo. En cuanto lo apagó dejaron de escucharse los lamentos infantiles que no habían dejado de torturarlo. Con paso lento se dirigió hacia donde Lázaro yacía tumbado tratando de robarle al aire las últimas bocanadas de oxígeno. En la mano derecha portaba un cuchillo ensangrentado. La difusa figura tomó cuerpo ante los ojos nublados de Lázaro, mientras sentía que la vida lo abandonaba.

– ¡¿...Tu...?! – exclamó el moribundo.


– ¿Acaso no lo esperabas? – preguntó la figura con voz sarcástica.


Lázaro no pudo articular palabra, el aire que conseguían inhalar sus pulmones era a penas suficiente para mantenerlo consciente. La figura borrosa se acercaba empuñando el cuchillo en su diestra, hasta que pareció vacilar y se paró de repente.


Con parsimonia se sentó en la bancada y se limitó a esperar.


IX


El anciano pasó todo el día sentado en su silla de ruedas, pegado al ventanal que daba a la calle. A penas había comido y se entretenía contemplando el ir y venir de las gentes que recorrían las aceras. Sobre la mesa contigua reposaba el periódico abierto por el artículo principal. Se había cansado ya de leerlo, y no podía evitar que cierto regocijo recorriese su cuerpo. La noticia había corrido rauda por las linotipias de los diarios.


“El cuerpo sin vida del conocido ídolo del misterio Lázaro Cisneros ha sido hallado en el interior de los Refugios de la Guerra Civil, junto a los cadáveres de dos de sus subordinados, un hombre y una mujer que lo acompañaban en la grabación de un nuevo episodio de su programa televisivo. Tras las primeras indagaciones la policía sospecha que el propio presentador ha llevado a cabo los crímenes, falleciendo posteriormente de un fuerte ataque asmático. Se desconocen los motivos que han podido llevar al locutor a cometer semejante acto, aunque los agentes continúan investigando”.


El artículo no aportaba más datos, pero la información indicaba al viejo que todo había transcurrido conforme a lo planeado. Ahora tan sólo le quedaba esperar.


Comenzaba a caer la noche cuando oyó el sonido de la puerta. No apartó la mirada de las callejuelas ya iluminadas por la luz amarillenta de las farolas. Se limitó a aguardar hasta que escuchó la voz que todo el día había estado esperando.


– Buenas noches, padre – dijo mientras se inclinaba para besarlo en la frente.


– ¿Todo ha ido como esperábamos? – preguntó el anciano, aunque ya conocía la respuesta.


– La policía me ha retenido más de la cuenta, pero no sospechan nada.


– Buen trabajo – confirmó el viejo con aprobación.


– Sabe que no me agradaba este trabajo. La gente muere a veces por causas insospechadas.


– Él mismo se lo había buscado. No siento ningún remordimiento – aseveró el anciano.


– Los otros dos no tenían ninguna culpa.


– Sin embargo eran necesarias. No debían quedar testigos.


Durante un par de minutos se hizo el silencio, tan sólo roto por el atenuado bullicio que llegaba desde el exterior.


– También la muerte de tu hermana era innecesaria, y sin embargo ocurrió – dijo el anciano con resentimiento.


– Ella estaba totalmente obsesionada con ese programa.


– Tanto que cuando se emitió aquella sesión de ouija quiso imitarla. Eso terminó por desquiciarla.


– Todavía pienso si hubiéramos podido evitarlo.


– No te engañes, hijo mío. Sólo hay un culpable del suicidio de tu hermana y ahora ya está muerto. Al fin se ha hecho justicia.


El joven sacó la mano de uno de sus bolsillos y con desdén depositó cierto objeto sobre la mesa. Un inahalador indicado en los casos de asma crónico.


– Se lo quité durante el innecesario cacheo previo a la entrada, tal como usted había planeado. No sospecharon nada.


El anciano no replicó, como si hubiera dado por terminada la conversación. Volvió a ensimismarse en el constante ir y venir de los peatones bajo la luz de las farolas. El joven comprendió que ya todo estaba dicho y se dirigió hacia una de las habitaciones. Con pesar comenzó a quitarse el uniforme de guardia de seguridad que había vestido durante todo el día.



X


El inspector Márquez llegó a su domicilio cansado tras una dura jornada. Había sido un día de interrogatorios y pesquisas. Todo parecía indicar que se trataba de un crimen pasional, esas cosas que de vez en cuando ocurren sin más explicación que la locura que a veces aflora en las mentes más normales en respuesta a las tribulaciones de la vida. Sin embargo, una voz proveniente de su instinto labrado a lo largo de tantos años de carrera le decía que algo no encajaba.


Se desplomó sobre el sillón del despacho, sentándose al fin por primera vez en varias horas. Del bolsillo de su gabardina extrajo el disco que había tomado de la grabadora que Cisneros pusiera a funcionar en los Refugios. No esperaba nada esclarecedor, mas introdujo el CD en el reproductor y puso el volumen al máximo. Enseguida comenzó a escucharse un persistente ruído de fondo, hasta que en un momento dado un sonido disonante rompió el monótono crepitar de los altavoces.

Con el corazón acelerado dio marcha atrás a la grabación y volvió a escuchar de nuevo. Esta vez una voz susurrante que creyó reconocer sonó con mayor claridad, mientras se le helaba la sangre.

– ¡El vigilante... él lo hizo.... el vigilante.... asesinoooo!




Una noche en los Refugios de Almería por Jorge Valín Barreiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/2015/01/una-noche-en-los-refugios-de-almeria.html.

9 comentarios:

  1. Un relato que pone los pelos de punta. El ambiente de claustrofobia del refugio, pasillos oscuros, la grabadora en funcionamiento y hasta el asma de Lázaro Cisneros, todo ello va creando un clima de tensión y terror. Nos llevas a pensar en espectros asesinos de los tiempos de la guerra y, de pronto, el giro de la venganza nos da una explicación racional de lo sucedido. Cuando ya creemos tenerlo claro, el último capítulo nos vuelve a cambiar los esquemas. Un gran relato, Jorge. Felicidades y un abrazo

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    1. La verdad que después de visitar los refugios me apetecía escribir algo sobre ellos. Hubiera querido escribir un relato histórico pero buscando información adicional se me ocurrió uno de misterio, y salió este. Quería describir los refugios para ambientar bien el escenario y no se si el principio puede ser un poco espeso con tanta descripción, la segunda parte es más dinámica. Gracias por pasarte y por tu comentario Ana. Un abrazo.

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  2. Interesante texto en el que se dan cita los misterios, los bajos instintos y las pasiones...

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    1. Gracias Manoli, se trataba de mezclar un poco todo eso. Un saludo.

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  3. No sé cuándo empezaste a escribir, pero percibo en este relato que es de los primeros. La fecha es del 2014, pero no creo que empezaras en ese año, porque si no tu mejoría es asombrosa. Y no estoy hablando de la historia, o de los personajes, o de los diálogos, sino de cuestiones ortográficas y gramaticales, en las que seguro yo también fallo, solo que no me doy cuenta, jaja. Lo destaco porque ahora tus obras son impecables, y aquí hay algunas cosillas que se podrían pulir.
    A parte de eso, se trata de un relato excelentemente ambientado (se percibe que has estado en los refugios), lo que ayuda, por supuesto, a meterte en la historia, y a experimentar el terror que tratas de inducir en el lector; claro, en las historias de terror, la ambientación es de lo más importante, y tú lo consigues por esas razones. El personaje de Cisneros está muy bien construido, y sin embargo no se convierte en protagonista, no del todo, porque el protagonista terminan siendo los propios refugios; me gusta. Durante todo el relato nos hablas de esa extraña sombra que aterra a los compañeros del presentador, y la tratas como algo sobrenatural, como un fantasma, tal vez..., después nos confirmas esto con los lloros de niños... pero de inmediato, no sorprendes con un giro en el que se revela la verdadera naturaleza de la sombra, que no es una sombra, sino una persona de carne y hueso, y luego nos dices quién es, introduciendo otro giro y otro personajes, hacia el final. Es una historia con bastantes personajes, a pesar de todo, y me encanta, sobre todo cuando de repente se mete uno que es importante, pero al que no se le da mucha importancia (en el sentido de que no se crea una trama profunda a su alrededor), como es el caso del inspector al final o del anciano y el hijo.
    La estructura en capítulos (muy cortos algunos de ellos) en los que se cambia de personaje, mostrándonos su perspectiva, ayudan a mantener la tensión y la intriga, y en eso eres muy bueno, además que sé que es una de las cosas que te tomas muy en serio.
    Tenía ganas de leer este relato, es uno de los tuyos que siempre han estado en mi mente, desde que lo vi por primera vez en TR, y al fin lo he leído.
    Un abrazo, Compañero.

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    1. ''noS sorprendes con el giro...'' quería decir.

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    2. Es curioso lo que comentas Ricardo, porque cada vez que leo algunos de mis relatos más antiguos no hago más que encontrarles pegas y corregirlos, y es algo que me da mucha rabia. El relato es cierto que es antiguo, la fecha de publicación es de cuando abrí el blog pero estaba escrito bastante antes. Lo revisaré a ver que encuentro, gracias por hacerlo notar. Es cierto que estuve en los refugios y me impresionaron mucho, me quedé con ganas de escribir algo sobre este lugar increíble y desconocido para mucha gente. Hubiera querido escribir un relato histórico, pero al final salió esto, que dada la propia estructura de los refugios le viene al pelo, pues además de rezumar Historia el lugar es bastante tétrico. El personaje del vigilante, como comentas, está presente en todo el relato desde el principio, haberlo introducido sólo al final hubiera sido un engaño, pero no quería darle un peso específico hasta el final para no desvelar su verdadero papel e intentar despistar al lector con los fenómenos paranormales. Gtracias por tu visita. Nos leemos. Un abrazo.

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  4. Un interesante texto. Las localizaciones escogidas me han recordado un programa que veo a veces llamado "Ciudades bajo tierra" y en el que, antes del recorrido por el sitio elegido, se ve un plano de todo el lugar y sus distintos niveles.

    Coincido con Ricardo en que algunas expresiones están mal redactadas, a veces por falta de palabras, y en otros casos por el orden de las palabras. Pero bueno, tampoco es importante si son cosas que en posteriores textos has ido puliendo.

    Por lo demás, un buen ejercicio de cierto rigor histórico, suspense y algo de elemento paranormal. Admito que por un momento, y cuando se desveló que allí no había fantasmas sino que era el vigilante, me acordé del tipo aquel del edificio sevillano, que había amenazado al protagonista. Pero estaba equivocado jaja.

    Lo dicho, un buen texto con dosis de suspense y descripciones que hacen más presente el lugar. ¡Un saludo!

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    1. Pues el escenario te queda cerca José Carlos, si no los conoces te recomiendo su visita pues son verdaderamente interesantes. Gracias por tu visita y comentario. Un saludo.

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