Tenía doce años y no pocas ilusiones. Todos los días caminaba dos kilómetros hasta la escuela y otros tantos a la vuelta. Parte del trayecto me acompañaba Jenny, una niña un año mayor que yo. Jenny era diferente a cualquier otra chica, de hecho no tenía que ver con la idea que alguien pudiera hacerse de una niña de su edad. En cierta ocasión se enfrentó a un grupo de muchachos que no dejaban de acosar a una amiga y el líder se llevó tal golpe que tuvieron que coserle la ceja. A Jenny le costó un labio abierto y una semana de expulsión, pero jamás nadie se atrevió a encararse con ella.
— ¿Nunca te has preguntado qué hay al final del arcoiris? —me miró torciendo el gesto, como si la hubiera interrogado de la forma más ingenua.
Me crié en tierras de extensas llanuras cubiertas de cultivos e interminables pastos. Mi familia era pobre, había nacido el cuarto de cinco hermanos y vivíamos en una cabaña en medio del campo, algo alejados del pueblo más cercano. Una exangüe carretera cruzaba el llano, apenas transitada por algún coche de manera intermitente. Ha pasado el tiempo pero ese recuerdo permanece anclado en mi memoria. Los paisajes y colores que nos acompañan en la infancia tienen la magia de confundirse con nuestra esencia. Y aquellos fueron los míos.
La primavera regaba generosa los campos y nos regalaba casi a diario espléndidos arcoiris que se combaban en el cielo en una semicircunferencia perfecta. Me maravillaban sus colores ordenados siempre en la misma secuencia, difuminándose en la lejanía. Allá en el horizonte había un lago y en su centro una isla cubierta de diminutos árboles. El arcoiris siempre iba a morir allí, ocultándose tras el islote como si desease marcharse en soledad. Y yo, no siendo más que un niño, anhelaba conocer ese secreto.
— Más tierra, supongo —dijo mientras hincaba el diente a un bocadillo.
Jenny me miró con aquellos ojillos vivaces, volviendo hacia mí el rostro pecoso. Sus dos coletas pelirrojas le oscilaron a ambos lados abanicando el aire. Aquel día habíamos decidido hacer un alto al volver de clase. Nos sentamos sobre una roca en un pequeño promontorio desde el que se contemplaba la llanura. Estaba mojada, pero no nos importó. El sol acariciaba nuestra piel anunciando el despertar de su prolongado letargo invernal y un colorido arcoiris se arqueaba en el cielo sobre nuestras cabezas, tras una llovizna efímera apenas suficiente para perlar de gotas relucientes el borde de las hierbas.
— Algo más debe de haber. ¿Sino por qué lo han puesto ahí?
— Pues porque sí.
— Porque sí no es una respuesta.
— ¿En serio quieres saberlo?
Se levantó sacudiéndose las arenas que se le habían pegado a la ropa y me tendió la mano.
— Pues venga.
No era fácil decirle que no a Jenny. Nos internamos por caminos poco transitados entre juncos que eran más altos que nosotros, hasta llegar al lago. Jenny comenzó a bordearlo y yo la seguía sin mucho convencimiento.
— ¿Dónde vamos?
— ¿No querías ver el final del arcoíris?
— Sí, pero no podemos cruzar.
No respondió. Continué tras ella hipnotizado por el bamboleo de aquellas trenzas y a pesar de ser aún un crío, tal vez, no puedo asegurarlo con rotundidad, por el suave oscilar de sus caderas. Después de media hora llegamos a un pequeño embarcadero destartalado cuyas maderas carcomidas apenas se mantenían en pie. Junto a él había una barca abandonada en mal estado. Se hallaba varada en una capa de barro seco, con sus dos remos sobresaliendo por la borda como si quisieran avanzar torpemente sobre la tierra firme. Jenny se me quedó mirando e impostó una mueca. Adiviné una expresión traviesa tras su sonrisa.
— ¿No querrás que…?
Dejé la frase sin terminar. Me giré primero hacia la barcucha, después miré la extensión de agua que se abría a mi izquierda y comenzaron a temblarme las piernas.
— No es la primera vez que subo y nunca se ha hundido —dijo adivinando mis pensamientos — ¿No tendrás miedo?
— Supongo que para todo hay una primera vez.
— Sí, para todo —volvió a sonreír.
Comenzó a empujar la barca.
— ¿A qué esperas, no pretenderás que la mueva yo sola?
A Jenny era difícil decirle que no. Tal vez es que tampoco quería hacerlo, con el paso del tiempo me cuesta recordarlo.
En cuanto la quilla se hundió nos subimos dentro. Se me mojaron los pies, en el interior había un charco considerable. Temí que nunca llegaríamos, el islote parecía un pequeño punto verde perdido en el horizonte. Aun así remé sin protestar, si tenía que morir aquella tarde lo haría con la dignidad de quien lleva el valor pintado en el rostro, o al menos es capaz de simularlo. Después de un tiempo que se me hizo eterno conseguimos al fin varar en una cala de arenas granulosas.
Jenny fue la primera en bajar. Me tendió la mano. Su tacto era cálido, sentí la sensación húmeda y viscosa de quien suda por el esfuerzo. Me puse a su par y empezamos a caminar hacia el interior, no quería que pareciera que la seguía como un perrito faldero. Topamos con una pequeña ermita de paredes musgosas coronada por un campanario sin campana. La puerta estaba cerrada y enseguida nos cansamos de curiosear. Más allá había una roca que miraba hacia el lado opuesto del islote y unos pasos más adelante el borde del terreno caía de forma abrupta de nuevo hacia las aguas salvando una altura aproximada de un metro. Jenny corrió a sentarse sobre la piedra y yo la seguí demorando deliberadamente el paso.
— Ahí tienes el final de tu arcoiris —dijo señalando con la cabeza hacia el lago.
— Pero no hay arcoiris.
— No lo hay si no llueve.
Miramos al cielo. Sobre nuestras cabezas alternaban escasos claros con varias nubes de tonos grises.
— No tenemos prisa ¿no?
— No.
Nos quedamos en silencio mirando las aguas mansas. En aquel lugar se respiraba tranquilidad, pensé que si había sido elegido por mi arcoíris para morir por fuerza habría de ser así. Comenzó a soplar una brisa ligera y me apreté contra el cuerpo de Jenny para ganar calor. Noté como ella hacía lo mismo y sentí un cosquilleo en el estómago. Una gota traviesa vino a interrumpir aquel lapso de intimidad, bailoteando sobre su nariz pecosa. Enseguida varias más acudieron para acompañarla y la llovizna empezó a caer sobre nosotros. No tardó en aparecer.
Al principio fue como un fantasma materializándose de la nada. Pronto comenzó a mostrar sus formas, sus redondeces perfectas y sus colores ruborizando el cielo. Me equivoqué. Me equivoqué con la bendita inocencia de un niño que poco sabe todavía de las cosas. Mi arcoiris no moría allí, sino que allí nacía. Y era lo más hermoso que jamás había contemplado. Por un momento olvidé quien era, olvidé donde estaba y me olvidé de Jenny.
— ¿Es bonito, verdad?
Me giré hacia ella, volviendo de repente a la realidad. Contemplé su cara cubierta de pecas, aquel pelo de panocha y sus ojos traviesos. Me miró y se le dibujó una sonrisa con ese trasfondo cargado de consciente picardía que siempre escondía. Se me aceleró el pulso y sentí deseos de besarla, de probar a qué sabían aquellos labios. Juro que jamás deseé algo con tanta intensidad. Y me maldeciré toda la vida por no haber tenido el valor de haberlo hecho. Jenny se levantó y caminó hacia la orilla. Yo permanecí sobre la roca, por aquello de no correr detrás de ella. Se quedó mirando hacia el lago unos segundos y después comenzó a quitarse la ropa.
Instintivamente bajé la vista y sentí como se me encendía el rostro. Cuando volví a alzar la mirada allí estaba ella de pie a escasos metros vestida tan solo con su muda interior de un rosa descolorido. Los rayos de sol que se colaban entre la llovizna iluminaban su piel lechosa salpicada de lunares. No podía apartar la vista de la uve perfecta que formaba la unión de sus piernas.
— ¿Es que nunca has visto una chica desnuda? —rió con la seguridad que le otorgaba la posición ventajosa que había ganado —yo voy a darme un baño, si quieres venir te espero en el agua.
Extendió los brazos en cruz y se dejó caer de espaldas. Escuché el chapoteo al golpear su cuerpo sobre las aguas. Tan pronto desapareció corrí hacia el borde del pequeño precipicio. Me asomé esperando ver su expresión retadora. No estaba.
Las olas lamían unas rocas junto a la orilla formando hilos de espuma a su alrededor y en el lugar donde Jenny había caído tan sólo se apreciaba una creciente mancha roja.
Me tiré vestido y con el corazón encogido. Tras unos interminables segundos de angustia logré palpar su cuerpo inerte bajo las aguas. Tironeé de ella como pude y conseguí sacarla y subirla hacia tierra firme. Al ponerla boca abajo escupió un agua turbia y sanguinolenta. Se había golpeado la cabeza y de su frente manaba abundante sangre que le empapaba el cabello. La llamé pero sus ojos no se abrieron, podía sentir su respiración trabajosa silbando el aire.
De todo lo que ocurrió a continuación tan sólo tengo un recuerdo nebuloso.
Arrastré su cuerpo como pude por el islote hasta alcanzar la barca. No sé cómo conseguí subirla y en cuanto estuvo dentro comencé a remar con más voluntad que eficiencia. Tras muchos esfuerzos infructuosos el bote enderezó el rumbo y empezó a moverse hacia la orilla. Cuando tocamos tierra apenas había ya luz. Acosado por una oscuridad galopante cargué con ella mientras las fuerzas me acompañaron, para empujarla después entre los juncos y el barro. No puedo decir cuánto tiempo transcurrió hasta llegar a la carretera. La suerte quiso que poco después un hombre montado en su bicicleta nos alcanzase. Recuerdo que cuando paró junto a aquel niño embadurnado de lodo que cargaba a una chica en peso muerto, me eché a llorar desconsolado. Jenny aguantó una semana.
Nunca llegó a despertarse, como si fuese una dulce Blancanieves condenada a no encontrar jamás su beso salvador. El día de su entierro el cielo lloraba sobre el camposanto, ocultando bajo la lluvia mis propias lágrimas. Cuando el ataúd descendió hacia las entrañas de la tierra supe que algo en mí se había perdido para siempre. A los pocos días me enviaron a un reformatorio.
Aquellos campos verdes e infinitos desparecieron de mi vida. También el arcoiris. El mundo se convirtió en un lugar hostil y las noches en una pesadilla interminable.
— ¿Nunca te has preguntado qué hay al final del arcoiris?
Tenía diecisiete años, pero la ilusión hacía tiempo que me había abandonado. Amanda era una chica de mi edad que había conocido en mi particular exilio. Como todos los que estábamos allí arrastraba tras de sí una historia, la historia de aquellos a quienes la caprichosa vida había dado la espalda. Cuando escuché la pregunta un escalofrío me recorrió el cuerpo. Ella me miraba con la inocencia pintada en las pupilas, ignorante del calvario que me atormentaba. Entonces la besé.
No sé por qué lo hice, tal vez fue ese el beso que años atrás se quedó esperando por unos labios que lo acogieran. Siempre pensé que una chica de reformatorio accedería a saborear con avidez lo prohibido, pero Amanda no era así. La bofetada que me pegó aún resuena como un eco en mi memoria. Pasados los años no podemos evitar reírnos de aquello mientras hacemos el amor.
Todavía cuando la contemplo la candidez se le dibuja en el trasfondo de sus ojos negros.
Nunca averigüé con exactitud qué se esconde detrás del arcoiris pero ya no tengo deseos de saberlo. He aprendido a mirar de reojo al pasado, disfrutar del presente y desafiar al porvenir con la ingenuidad de quien ha dejado de temer al tiempo.
— Tú y yo.
— ¿Cómo dices?
El rostro todavía me escocía.
— Al final del arcoiris, Amanda. Tú y yo, tan sólo estamos tú y yo.
Primer relato para el tercer Torneo de Escritores de TusRelatos.es. Normas:
Título: al final del arcoiris.
Máximo de palabras: 2000
Muy bonito y muy triste Jorge, esa curiosidad y esos retos a veces estúpidos en los que se embarcan los más jóvenes y que, como en este caso, acaban en un accidente.
ResponderEliminarMuy bien contado y mucha suerte en el concurso.
Besos
Gracias Conxita, es la vida, ni más ni menos. Besos.
EliminarUn relato muy tierno que muestra la inocencia, el candor, la curiosidad de la infancia, el amor que surge y se vuelve inolvidable ante la muerte. Afortunadamente, años después hay otro que llega y lo rescata de ese lugar hostil y sombrío al que fue a parar.
ResponderEliminarTriste, pero también esperanzador. Me gustó mucho y seguramente te irá bien en el concurso.
Abrazo grande, Jorge.
Está contado desde el punto de vista de un niño, donde la tristeza efectivamente tiene su lugar. Un abrazo Mirella.
EliminarQué bien has plasmado la seducción de lo desconocido en esa época donde,a punto de dejar la infancia, aún no se tiene la suficiente capacidad para enfrentarse a los misterios de la vida y de la muerte. Ese lugar al final del arco iris parece una metáfora de la vida adulta a la que el niño tiene que ser guiado. Me dio mucha pena verle cargar con la culpa de la muerte de Jenny; menos mal que luego llegó Amanda.
ResponderEliminarUn relato digno de un ganador. Enhorabuena, Jorge. Por cierto, ya que tú no lo dices, lo diré yo. El relato ganó.
Un beso
No había pensado en eso de la metáfora, pero es una bonita forma de verlo. El relato más que ganar pasó la ronda jaja. Un beso Ana.
EliminarUn relato tierno contado con la candidez de un niño de doce años. Un juego inocente que acaba en tragedia. Tan solo hay una cosa que se me ha escapado ¿por qué el protagonista acaba en el reformatorio? ¿Le culpabilizan de la muerte de Jenny?
ResponderEliminarLeo en el anterior comentario que ganaste el concurso: ¡enhorabuena!
Un abrazo.
Pues no le he preguntado pero supongo que por hacer una travesura con resultado de muerte. No gané el concurso, sólo la eliminatoria. Un abrazo Paloma.
EliminarUna historia sobre la inocencia, que a veces se convierte en inconsciencia, de la niñez. Creo que has construido un relato muy emotivo y tierno. Es terrible lo que le sucedió a Jenny y que sin duda marcó para siempre al protagonista, pero en la otra cara de la moneda, está la lección que aprendió acerca de lo efímero de las oportunidades. En la vida no siempre se aprende por las buenas :(
ResponderEliminarEnhorabuena por haber resultado ganador, Jorge. Sin duda tu relato lo merecía :))
¡Un abrazo!
Me quedo con esa última frase, en la vida se aprende a golpes en realidad. Gracias por pasar Julia. Un abrazo.
Eliminar¡Enhorabuena, Jorge! Un relato del que destaco sobre todo su visualidad. Desde que empieza hasta que termina cada frase nos genera una imagen, seguimos a esos críos en su búsqueda del final del arcoiris, ese beso no dado, el accidente...
ResponderEliminarEl final del arcoiris que es el final de la inocencia, el descubrimiento de que los sueños o el deseo siempre están salpicados de peligros. Pero sobre todo la lección de que el mayor tormento de la vida es solo una pregunta ¿por qué no lo hice?
Un fuerte abrazo!!
una pregunta que nos atormenta a todos, es cierto David. Un abrazo!
EliminarHermoso cuento, Jorge, encantador. Las aventuras de niños y niñas, cuando atraviesan la edad en que comienzan a despertar las curiosidades, por el sexo, por el mundo, por los sueños, es un momento de la vida inolvidable que revivo cada vez que leo un cuento sobre ellas. Y me ha pasado con este y me he quedado prendado, fíjate, de la personalidad de Jenny, tal vez porque fue el amor no concretado. Fue una delicia leerlo. Te felicito, he disfrutado mucho la ternura sobre la cual se desliza casi toda la historia. Un abrazo!
ResponderEliminarAriel
Un tanto dura esta Jenny, pero encantadora al mismo tiempo, no me extraña que te prendaras de ella Ariel jaja. Gracias por pasar, un abrazo!
EliminarQué agradable lectura temprana, aún no he desayunado pero tengo un sabor dulce en el paladar. Un cuento con un título sugerente y una moraleja amorosa. Gracias por este regalo Jorge. Un abrazo
ResponderEliminarMe alegra que te haya sabido dulce Eme, es un sabor agradable de paladear. Un abrazo.
EliminarUn gran relato con la acertada metáfora del arcoiris como símbolo de los sueños inalcanzables y el afán entusiasta, que nace de la inocencia, por conquistarlos.
ResponderEliminarJusto y brillante vencedor en el duelo, como ya te comenté en TR y Facebook.
Un abrazo, Jorge.
Tendré que saborear esta victoria, que el próximo duelo... ay el próximo duelo! gracias por Paco. Un abrazo.
EliminarGuardado a buen recaudo.
ResponderEliminarBajo siete candados y con siete gorilas vigilándolo jeje
EliminarAquí estoy.
ResponderEliminar¿Quién siendo niño no se ha preguntado que hay al final del arcoíris?, es un espectáculo grandioso de la naturaleza que no deja indiferente, menos aún a los niños, y es cierto que los paisajes de nuestrainfancia tienden a fundirse con... como dices, con nuestra esencia.
Es uno de los relatos que te recuerdo, más colorido, no solo por el arcoíris, sino por la luz, el paisaje amarillo y sobre todo el rojo de las trenzas de Jenny.
Has dibujado bien los dos caracteres de los chicos, el de Jenny más atrevido, el de él, tímido e indeciso.
Es un relato lleno de luminosidad y de belleza, los paisajes tienen luz, y tiene luz y belleza la pasión inicial de los chicos. Bellísimo incluso el triste (y bien contado) final.
Creo que he leído que Ana Madrigal y tú sois finalista de TR, si el relato de ella y este tuyo son competidores, ambos lo teneis difichile difichile. Que los dioses os sean propicios.
Buen trabajo Jorge.
Bueno Isabel este fue el relato que presenté en la primera ronda, donde no competí con Ana. Ambos pasamos la primera ronda por separado. estoy publicando los relatos del torneo con algo de retraso porque he tenido unas semanas muy liadas y sin tiempo ni ganas de pasarme por mi blog ni por los vuestros. ¿Qué ocurrió en las siguientes eliminatorias? pues eso lo sabréis con el tiempo jaja.
EliminarMe alegra que te haya gustado, especialmente el final pues todo lo anterior está enfocado en él. Nos leemos, Isabel.
Al final del arcoiris nuedtro protagonista encuentra el final de su inocencia. También aprendió, por las malas, que hay que aprovechar las oportunidades que nos otorga la fugaz vida que tenemos. Carpe diem, ¿no es así?
ResponderEliminarBonito y triste relato, Jorge, merecedor sin duda de haber triunfado en el duelo de escritores. Muchas felicidades y un fuerte abrazo.
Muy cierto Bruno, hay que aprovechar las oportunidades que se presentan porque sólo suelen pasar una vez. Gracias por pasar, un abrazo!
EliminarVengo por donde lo dejé. Ya sabes de mi lucha con la falta de tiempo, pero no me gusta perderme ninguno de tus relatos. Y éste me lo confirma. Me ha gustado mucho. Me gusta la descripción que haces del paisaje. La de Jenny. El tono narrativo que empleas. Tengo en la mente la imagen de ese lago, de las interminables praderas, del islote, de la barca destartalada. En este relato, sin duda me ha impactado la ambientación. No sé, lo mismo es algo personal. Y ese último párrafo, el que cierra con "la ingenuidad de quién ha dejado de tener al tiempo" es genial. Me encanta esa frase. No quiero dejar de mencionar ese logrado contraste y equilibrio entre lo hermoso y lo dramático que nos conduce a la agridulce sensación final, el final de tu arcoiris. Gran trabajo, Jorge. Me ha dejado muy buenas sensaciones. Te felicito.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
El tiempo Isidoro, o su falta, es el enemigo numero uno en la sociedad del siglo XXI. Este relato lo concebí como un cuento pausado, descriptivo y en cierto modo intimista, supongo que para que guste, a quien lo lea ha de gustarle bastante la lectura, no es un cuento que atrape. Gracias por pasarte a pesar de tu falta de tiempo, Isidoro, sabes que aquí siempre eres bienvenido. Un abrazo!
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