Hace varios
días que no me doy una vuelta por el cementerio. He decidido hacerlo esta
mañana. Los tonos azulados del Facebook me saludan.
Apenas la savia nueva riega ya la red social. Solo quedamos algunos incombustibles, apurando nuestros últimos años en esta realidad finita. Tengo un mensaje privado de él.
Voy a su muro y veo que ha publicado las fotos de nuestro último viaje a Santorini. Todo muy normal, si no fuera porque… ¡hace dos años que Eduardo ha fallecido!
Todavía noto el corazón martilleándome las sienes cuando logro poner algo de cordura en mis pensamientos. Alguien ha hackeado su perfil, ¡tiene que ser eso! Más aliviada y fantaseando con la denuncia que pondré en comisaría, me dispongo a leer el chat.