domingo, 31 de enero de 2016

Trece años en éste mundo


Cuando era niña mi madre nos prevenía contra toda clase de supersticiones. Era la típica señora que daba un rodeo cuando en mitad de la acera un obrero tenía colocada su escalera. Nunca dejaba el salero sobre la mesa por temor a que alguien pudiera derramar su contenido y ni ebria de vino se le ocurriría abrir un paraguas bajo techo. Yo era la tercera de seis hermanos y todos nos tomábamos a broma sus supercherías. No podía imaginar entonces que el número trece marcaría mi vida. Quizás de haberlo sabido hubiera considerado de otro modo sus manías.

Crecí en una familia de clase humilde. Abandoné la escuela a los dieciséis años, más por apatía que por falta de capacidad para los estudios. A esa edad el mundo se ve con los ojos de los sentidos y mi caso no era una excepción. Mataba el hastío viviendo de noche y frecuentando discotecas, a pesar de las continuas desavenencias con mis padres. La falta de dinero nunca supuso un problema. Era una joven esbelta y de elevada estatura, con una hermosa melena negra y ojos verdes que según decían parecían tener un poder hipnótico sobre los chicos. Además, no me faltaba desparpajo y siempre conseguía que alguno me invitase a una copa. Me gustaba aquel ambiente, la música, el baile, el sabor del ron y sobre todo… ¡me gustaba el sexo!


Salir a la jungla de la noche, dejarse seducir y jugar a seductora, escoger entre los machos como si estuviese ante el escaparate de una tienda de moda, fantasear morbosamente con desnudar aquellos cuerpos sudorosos y acabar haciéndolo en la decrépita habitación de cualquier motel, llevar al límite el placer de los sentidos. Ese era mi mundo, lo que en aquella época hacía girar las manecillas del reloj de mi vida. A veces surgía algún romance que podía durar a lo sumo un par de meses. No me gustaba atarme a nadie y además la rutina terminaba siempre por aburrirme. Entonces conocí a Boris.

Boris era un acaudalado empresario de origen ruso que poseía un negocio de compraventa de coches, o al menos eso decía él. La verdad es que nunca conseguí averiguar si era cierto. El caso es que tenía dinero y se encaprichó de mí enseguida. No tardé en irme a vivir a su mansión, rodeada de toda clase de lujos. Para una chica humilde como yo aquello supuso un absoluto cambio de vida. En compañía de mi nuevo ligue frecuentaba fiestas y reuniones, me codeaba con la alta sociedad Madrileña y conocí a hombres de negocios e importantes personalidades. Poco a poco fui tejiendo una interesante red de contactos. Mi pequeña jungla urbana se había convertido en una extensa selva.

He de reconocer que aquella historia con el ruso duró más de lo previsible. Pero todo tiene un final y éste llegó cuando no necesité más ni de sus atenciones ni de su dinero. En aquel mundo de ricachones envidiosos y podridos de pasta, donde esnifar coca era tan habitual como fumarse un cigarrillo, el sexo no se pagaba con un par de cubatas, sino con dinero. Con mucho dinero.

Quizás el lector haya averiguado ya a que me dedico. Me llamo Laura Valdivia y soy puta. Pero no una puta cualquiera, sino una prostituta de lujo. Y digo soy porque, como los curas, una nunca deja de serlo toda vez que ha entrado en este mundillo. Tu condición te persigue ya para siempre. 

Me fue bien en el negocio. Por mi lecho ha pasado lo más granado de la alta sociedad del país, actores, músicos, grandes empresarios y hasta algún ministro. He visto de todo y he hecho muchas cosas. Algunos eran atentos, incluso como para hacer tambalearse la infranqueable coraza que había levantado alrededor de mis sentimientos. Otros en cambio eran burdos, pervertidos y hasta despreciables. He pasado noches inolvidables y también derramado muchas lágrimas en la penumbra de mi habitación. He estado con tantos hombres como pocas mujeres lo han hecho y sin embargo he sentido la angustia de la soledad hasta creer que me aplastaría sin remedio. A pesar de ello lo soportaba. 

Lo soportaba porque aquello era lo que permitía mantener el tren de vida al que me había acostumbrado. Viajes, ropa de marca, deslumbrantes joyas de las que me encaprichaba, fiestas en lugares a los que poca gente podría acceder. Y un amplio dúplex en el centro de Madrid con vistas a la Gran Vía. Me había labrado un sitio en la sociedad viniendo desde muy abajo. ¡Al fin era alguien! 

Yo pensaba que era alguien. 

Y entonces, después de trece años en este mundo, llegó el día que cambiaría mi vida. Pensará el lector que encontré a un apuesto galán del que me enamoré sin remedio. No sabe quién así supone, cuan terriblemente equivocado está. 

Acababa de cumplir los treinta y tres. A pesar de una vida llena de excesos conservaba una figura voluptuosa y mi rostro aparentaba menos edad. Mi cuerpo era mi herramienta de trabajo y tenía que cuidarme. Aquella noche me habían invitado a una fiesta en un chalet de La Moraleja cuyo propietario era un director de cine americano que pasaba largas temporadas en España. Sentía las miradas morbosas de los hombres intentando traspasar la escasa tela de mi vestido. La velada transcurrió entre animadas charlas y alguna que otra negociación infructuosa, de la manera más habitual. Entonces se acercó un caballero. 

Vestía de smoking y en su cuello lucía una pajarita. Era de porte musculado y rostro anguloso. Le sonreí. Pensé que podríamos llegar a entendernos. 

— ¿Laura Valdivia? — preguntó. 

— ¿Nos conocemos? — le dije extrañada, tratando de hacer memoria. 

No se anduvo con rodeos. Extendió un cheque y pidió que pusiera un precio. 

— ¿Tanto estás dispuesto a pagar? — le tuteé. 

— Es mi señor el que paga. Yo sólo negocio.

Aquello resultó de lo más extraño. Pero nunca habían ofrecido tanto por mis servicios. El caso es que al día siguiente me encontraba a las puertas de una lujosa mansión sin saber exactamente para qué me habían llamado ni con quien iba a pasar la tarde. Y eso me excitaba y asustaba a un tiempo. Comprobé con curiosidad que el portalón tenía rotulado el número trece. Una asistente me hizo pasar al recibidor. Las paredes estaban forradas en madera a juego con el mobiliario. No tuve que aguardar mucho, aunque quien vino a mi encuentro no era quien esperaba. Otra mujer solicitó que la acompañase.

Subí al piso superior y caminamos hasta a una lujosa habitación en penumbra en cuyo centro había una cama cubierta con sábanas de encaje. Pidió que me pusiese cómoda y dijo que el señor vendría de un momento a otro. Tenía ganas de salir de allí corriendo. Empezaba a preguntarme en qué clase de lío me había metido. En ese instante se abrió la puerta.

Debido a la oscuridad me costó enfocar la figura que se materializó en el umbral. Cuando conseguí fijar la vista, parpadeé incrédula. Tenía el tamaño de un niño. Se acercó a mí con paso lento. A medida que avanzaba fui comprendiendo. ¡Aquel hombre era un enano! Su rostro no era desagradable y además, me resultaba familiar. Él también lo notó y se presentó antes de que consiguiera decir nada. Se trataba de un actor de cierto renombre, famoso por su aparición en algunas películas y una conocida serie de televisión. Su cuerpo, sin embargo, era deforme y se me antojaba ciertamente repulsivo. He de decir en su descargo que no todo en él era pequeño. Eso produjo en mí cierto alivio. Me resigné y pensé en el dinero, reconozco que ahora ese recuerdo me sonroja.

Fue la primera pero no la última cita. Por algún motivo yo le resultaba agradable y él era atento y gran conversador. Compartimos muchas noches degustando una copa de buen vino después de hacer el amor. Y de nuevo hacíamos el amor tras degustar una buena copa de vino. Y contemplamos la salida del sol infinitos amaneceres desde el ventanal de su habitación con vistas al Este. Fue mi último cliente.

Tuvimos dos hijos, una niña y un niño preciosos. Y sí, normales. Si lo hubiera sabido cuando era una cría inmadura que coleccionaba noches de sexo y alcohol, me hubiera reído de mí misma. Y sin embargo han sido los años más felices de mi vida. 

Trece años, de nuevo ese maldito número, han pasado desde entonces. La vida siempre se cobra un precio por la felicidad. Lo miro y no puedo evitar que las lágrimas resbalen por mi rostro. El suyo sigue siendo tan hermoso como antaño, pero ahora su cuerpo descansa inerte dentro de un ataúd y yo pasaré la última noche junto a él velando su cadáver. 

Me llamo Laura Valdivia, y soy… y un día fui puta. Y mujer, y madre, y amante, y una niña enamorada. Y todas esas cosas, las sigo siendo todavía ¡ahora!




NOTA: En la web en la que publico habitualmente están organizando un torneo. Me ha tocado participar con las siguientes condiciones: Título: "Trece años en éste mundo". Extensión: Máximo 1500 palabras. Éste ha sido el resultado.


17 comentarios:

  1. Salvo que me equivoque, al describir la aparición del "enano" me he imaginado de quien se trataba, y casi me he imaginado la escena como si de la serie se tratase jaja. Una de las cosas que uno aprende por la vida, es que nunca sabes en qué solar construirás tu casa, y eso le pasó a ella, que jamás habría imaginado con quien compartiría vivencias y crearía una familia. Falta que cuando su hijo o su hija cumpla los 13, no tengan ninguna desgracia. ¡Un saludo Jorge!

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    1. En realidad no se trata de nadie en particular, la historia es ficción... otra cosa es la posible inspiración en que se pueda basar el personaje, y ahí cada uno puede imaginar lo que quiera ;) . Gracias por pasarte y comentar José Carlos. Un saludo!

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  2. Salvando las distancias, me he sentido identificada con Laura. A mí las cosas más importantes de mi vida me han ocurrido en trece y ¡martes! Dejando de lado este comentario personal, me ha encantado tu historia, me gustó la primera vez y más esta segunda que la he leído más despacio. La ocurrencia del enano me parece muy original. Un abrazo y mis felicitaciones

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    1. Cuando en lo que leemos hay algo de personal siempre nos identificamos más con la historia. La he rectificado algo respecto a la publicación en TR para corregir algunos errores, nada importante pero la sensación que transmite probablemente sea más diáfana. Ya sabes por TR que soy un poco puntilloso con las formas, pero creo que la fuerza de un relato entra tanto por lo que se percibe conscientemente como por lo que transmite en aspectos que no se ven tanto. Gracias como siempre por comentar. Un abrazo.

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  3. Ando bastante descolgado de TR. Ya quisiera, pero no puedo multiplicarme, y ni me he enterado del Torneo. Si es que no se ha votado ya, te deseo mucha suerte compañero.
    En cuanto a lo que he leído.
    Te lo digo sinceramente Jorge. Escribes de puta madre, así de claro. Y digo puta porque tú lo has dicho en tu cuento, que conste (Ahhh, tú has sido el primero) Bueno, bromas aparte, eso es lo que pienso. Tu cuento es el encuentro entre dos mundos (por lo menos es lo que a mí me dice): el de ella, de la banalidad, de la superficialidad, del materialismo, de quien lo quiere todo sin querer nada. El de él, de la soledad, del prejuicio, de quien lo tiene todo sin tener nada. Y se unen precisamente en su punto en común: el dinero. Ahí, donde nadie se lo espera, surge una historia de amor. Has jugado con los 13 años para crear dos partes, una su vida de puta y otra, la que va desde que conoce al enano (a mí también se me viene a la mente una serie de televisión) hasta que muere, su vida de amante, de madre, de niña enamorada.

    De todas formas, y para que veas que no me quedo nada sin decirte, me da la impresión (por supuesto, es tan sólo eso, una impresión) de que las 1500 palabras te han frenado en el final, porque si no, te hubieras extendido más en el desarrollo de esa segunda parte. No sé, tú me dirás. En cualquier caso, creo que le has dado una versión muy original al título con esa dualidad: 13 años en cada mundo
    PD: A título de curiosidad, y porque creo que te va a hacer gracia, te invito a leer el relato que yo escribí en mi blog con el título “Mala fama”
    Un abrazo

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    1. Pues menos mal que no te has enterado del torneo, porque así nos quitamos un rival difícil de en medio jejeje. Es broma, la verdad es que se echan en falta plumas como la tuya. De momento con este relato he pasado la primera eliminatoria (son duelos a dos), veremos que pasa en las siguientes.
      A veces eres muy exagerado en los comentarios Isidoro, pero que alguien que escribe tan bien como tú diga que escribo "de puta madre" es todo un halago. Muchas veces veo que autores comentan a otros sacando aspectos de sus escritos de los que ni ellos mismos se dan cuenta. Eso me ha pasado con tu análisis, que ha sacado aspectos de la historia que ni siquiera había considerado, pero has hecho una disección del relato perfecta y digna de admiración, tu comentario es un lujo.
      Respecto a la extensión, al principio tenía la idea de alargar más la segunda parte, incluso pensé según iba escribiendo que tendría que recortar de la primera. Pero según fue tomando forma me di cuenta que una vez que se desvelaba la relación, para el lector se acababa el misterio y seguir dándole vueltas no conducía a nada. Así que decidí pasar directo al final, en el que quería cargar más las emociones de la protagonista, y así intentar (no se si lo consigo) que desde que se conocen hasta que acaba el lector se enganche a la historia y lo lea del tirón. Haber llenado esa parte con descripciones u otro tipo de vivencias hubiera hecho que la continuidad "emocional" entre la escena de la habitación y el final se hubiera roto. Ya sabes lo que dicen, lo bueno si breve dos veces bueno.
      Muchas gracias por comentar y por tu extenso análisis. Abrazos.

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  4. Buen relato, compañero; me has enganchado con tus palabras, bebiéndome la historia de Laura en un tiempo record. Has aprovechado a la perfección la limitación de palabras impuesta, resultando un texto muy completo y atractivo. Yo personalmente, y salvo un par de excepciones, limito mis textos a una extensión de 1200 palabras, y es un ejercicio muy recomendable, pues me obliga a prescindir de texto superfluo que podría aburrir el lector, centrándome en lo verdaderamente importante. Un saludo y de nuevo felicidades por tu relato.

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    1. Es cierto que ceñirnos a un límite nos obliga a centrarnos exclusivamente en lo importante, y es un ejercicio del que se aprende. Aunque no es menos cierto que hay historias que piden mayor extensión por la complejidad de la trama. Yo no suelo poner un límite excepto en los concursos, aunque a veces el límite de palabras ayuda mucho. Me alegra que te haya gustado el relato. Muchas gracias por pasarte y comentar Bruno. Un saludo.

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  5. Me ha gustado mucho, lo he leído de un tirón y creo que la extensión es la ideal para no perder ni un ápice de interés.
    Me ha gustado esa Laura capaz de enamorarse, ella que vive de su físico, de una persona con un físico distinto.
    Me ha gustado como has ido llevándonos por la historia.
    Un saludo

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    1. Gracias Conxita. No se si este tipo de cosas pasan en el mundo real pero la magia del papel (o de la pantalla) siempre lo puede hacer posible. gracias por pasarte. Un saludo.

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  6. Hola Jorge
    Soy Auxi. Gracias al Leli he descubierto que escribes y al leerte he de decir que lo haces muy bien. Te deseo toda la suerte del mundo. Yo también disfruto mucho escribiendo pero por ahora lo hago para mi. Un beso y un abrazo.

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    1. Hola Auxi! que sorpresa encontrarte por aquí, bienvenida al blog. Pues sí, es una afición de hace tiempo y hace algo más de un año decidí crear el blog para ir recopilando cosas. No sabía que te gustaba escribir, a ver cuando te animas a compartir algo con nosotros, es la mejor manera de progresar :) gracias por tus cumplidos y por pasarte. Un beso.

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  7. Hola Jorge.
    Vuelvo a leer este relato. Ya es la tercera vez que lo hago desde que lo vi por primera vez en el concurso. He llegado hasta aquí para disfrutar de cada rincón, como se vuelve a esos libros que tenemos en la biblioteca y de vez en cuando los tomamos nuevamente para hojear sus páginas, para deleitarnos con esos pasajes que tal vez hayamos subrayado, o a los que reconocemos por su ubicación en la historia porque nos han conmovido.
    Me sigue asombrando la plasticidad que tienes para meterte en la piel de tus personajes. La construcción que logras de Laura es excepcional, sobre todo en la descripción íntima, de su condición de mujer, de su profesión. Me encanta el modo en que la has modelado, como sorteas la morbosidad llana para que siempre salga airosa, para que nos pongamos del lado de ella, la haces brillar por encima de los prejuicios, en mi opinión la pones en el lugar de la estrella de la historia, cosa que me agrada sobremanera, por encima de los otros personajes.
    También he vuelto a degustar la precisión de los diálogos, tan adecuados al tono de la trama. Como siempre todo sostenido por esa meticulosidad literaria, esa precisión académica, ese bagaje de escritor que no deja resquicio para el error. Un placer leer este texto tan bien llevado de principio al cierre, original, imaginativo, digno de ser releído. Recibe mis afectuosas felicitaciones.
    Te mando un gran abrazo.
    Ariel

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    1. Gracias Ariel por tu afectuoso comentario y tus desmedidos elogios, hay que decir que un tanto exagerados. Me sonroja que digas que es la tercera vez que lees el relato, no creo merecer tal honor pero te lo agradezco de veras. Como dices es un relato que escribí para el concurso de TR y que de no ser por ello probablemente nunca habría escrito. Fue lo que me inspiró el título obligado del duelo. La verdad es que aprendí mucho en el torneo y de él salieron cinco relatos diferentes e inesperados que me alegro que me hayan "obligado" a escribir. Te agradezco esos elogios finales, aunque cada vez que releo mis textos no puedes imaginarte la cantidad de errores que encuentro, creo que cada vez que he releído algo que he escrito con más de un par de meses de diferencia respecto a la última lectura, siempre he cambiado algo. Pero es lo que toca, aprender y evolucionar constantemente.
      Un abrazo.

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    2. Dicho y hecho, relectura y seis cambios. Quiero pensar que el inconformismo es una virtud.

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    3. ¡Bravo Jorge!, te las has arreglado para contarnos una historia don diversos perfiles psicológicos desde el inicio, con “las manías” de la madre. A Laura la pintas (se pinta ella misma) como una depredadora del sexo, fría y eficaz, directa en sus afirmaciones. Es demoledor el “Me llamo Laura y soy puta”, sin más, y a continuación relata los sinsabores de su profesión que le permite vivir a todo tren.
      El único corto diálogo, cortante, directo…el negocio es el negocio.
      Por lo que tengo entendido, las prostitutas tienen que lidiar con todo tipo de clientes, incluidos los que tienen deformaciones físicas, hombres a los que les resulta más difícil tener sexo sin pagar, pero una prostituta de lujo puede elegir, y Laura es muy ambiciosa, por lo que cuenta..., así que has hecho una doble pirueta mortal y has conseguido crear una historia de amor en las más dificiles circunstancias.
      La historia empieza a cambiar desde que Laura afirma “hacer el amor” y no define el acto con una palabra más gruesa.
      Así que al final fue una historia de amor a lo Bestia y la Bella, o al revés, y sin especificar quien es quien.
      Tienes relatos sorprendentes compañero.




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    4. Bueno Isabel, sabes que me gusta tocar todos los palos. Pero en este caso el tema vino casi impuesto por el título "trece años en este mundo" que era la premisa de la primera eliminatoria del torneo de escritores de TR. De no ser por ello probablemente nunca hubiera escrito algo así. Fue lo que me inspiró el título, había que buscar un "mundo" y lo que se me vino a la cabeza fue el mundo de la prostitución, así que me decidí por contar la historia de Laura Valdivia, una puta de lujo que encuentra el amor de la forma más inesperada. Al final con la aparición del segundo personaje intentaba crear un poco de misterio para mantener al lector interesado. Tengo que reconocer que le he tomado cariño a Laura, quizás la reutilice algún día para otra historia.
      Gracias por pasarte y por tu comentario.

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