domingo, 8 de diciembre de 2019
Memorias de un tiempo convulso
Aquel viaje
en tren no fue, no podía ser, como cualquier otro. Sí, contemplaba de nuevo el
paisaje esplendoroso, los campos verdes en los que soñaba corretear sobre su
hierba mullida y un cielo de agosto limpio de nubes, hiriente a la vista con su
azul intenso. Al atardecer, el sol pintaba el horizonte de un encarnado arrogante, acertado símil de lo que acontecía no muy lejos de nosotros. Sin embargo tenía que pelear a cada instante por asomarme a una rendija o
cualquier ventanuco de aquel mastodonte de hierro y madera que nos torturaba con
su traqueteo interminable. El hacinamiento y el hedor a sudor y excrementos se
habían convertido en rutina, y la sed, junto con el hambre, clamaban por el pronto final
de aquel viaje tortuoso. Nunca perdí la esperanza, estaba convencida, lo sigo
estando, de que al término de este camino nos aguarda la redención.
martes, 23 de julio de 2019
El último día de Sara
Antes de abrir la puerta, sólo escuchaba susurrar al miedo.
Era una familia extraña, pero de trato correcto. La señora, una mujer alta y delgada de tez pálida y unos cincuenta años, parca en palabras como nadie, me hablaba siempre de usted y mantenía las distancias, aunque en ocasiones hasta se le escapaba una sonrisa. El marido, por contra, solía sentarse a la noche en el sillón sin soltar su pipa, embutido en un traje gris y con una novela en la otra mano; después que yo hubiera acostado a los niños platicaba acerca de sus viajes de negocios o sobre las últimas novedades literarias. El trabajo no estaba mal pagado, aun teniendo en cuenta lo solitario de la casona. Sólo ponían una desconcertante condición: No abras jamás La Puerta.
Aquella noche ambos habían salido. Los pequeños dormían y yo miraba con un hormigueo en el estómago hacia el final de la escalera.
viernes, 28 de junio de 2019
Apocalipsis
Sólo oía el sibilante sonido de
los motores. La velocidad superlumínica había sido desconectada y la nave se
aproximaba mediante propulsión iónica a su destino, un diminuto punto azul
brillando solitario en la inmensidad del espacio. La teniente Maia Thiam
contemplaba el hogar al que regresaba tras unos meses eternos, con la
placentera sensación del deber cumplido. Un hogar abocado a una muerte segura
en un plazo aterradoramente breve; y ella era su única esperanza. Se permitió
un instante de relajación para disfrutar de la magneficiencia del universo,
antes de rendir cuentas por la misión. Recordó el momento en el que había
comenzado todo, cuando un año atrás la convocaron a una reunión que cambiaría
para siempre su destino. Y también el de miles de seres.
martes, 30 de abril de 2019
No olvidar
Han pasado los años, toda una
vida con sus alegrías y sinsabores. Ahora soy una anciana que contempla el paso
del tiempo desde la distancia. Atrás quedaron los lustros de una brillante
carrera como magistrada en el Tribunal Supremo.
Conseguí hacerme respetar y lo
más importante, que respetasen mis ideas. Siempre destaqué por defender
pensamientos avanzados para la época en que vivía, no me arrepiento de ello. Cuando la
opinión mayoritaria aplaudía la aplicación de la pena de muerte como elemento
ejemplarizante y, por qué no decirlo, como una suerte de venganza, que no
justicia, del pueblo hacia individuos más o menos indeseables, yo sostuve la postura contraria. Hacerlo siendo mujer y en aquellos tiempos era
todavía más difícil. Al final la evolución natural de las sociedades terminó
por darme la razón.
miércoles, 27 de marzo de 2019
Proyecto Canlarchín
Andrés la tiene larga y delgada. La de Evaristo es gruesa y arrugada como una salchicha Frankfurt. La mía, como no soy un hombre, está siempre húmeda y cubierta de pelos a ambos lados. Y es que hay sustanciales diferencias entre la nariz de un ser humano y la de un perro.
La primera vez que hice este comentario se me quedaron mirando con cara de asombro y la doctora Eva Braun se puso colorada como un pimiento, luego comenzaron a reír y no dejaron de hacerlo durante al menos diez minutos. Siempre me costó entender el particular sentido del humor de los humanos respecto al sexo. ¡Pero, los perros no hablan! habréis exclamado sin duda.
Es cierto, los perros normales no hablan, mas yo no soy un cánido corriente. Me llamo Kiki y hace años que participo en el Proyecto ICA (Inteligencia Canina Artificial), un experimento ultrasecreto que combina terapia génica, una alimentación especial y las más avanzadas técnicas quirúrgicas para crear una super-raza a partir del mejor amigo del hombre. Aunque, a decir verdad, en nuestra particular jerga el ensayo era conocido con un nombre mucho más coloquial, el Proyecto Canlarchín. Sí, yo también pienso que al inventor de semejante apelativo habría que haberle cortado… la nariz.
viernes, 18 de enero de 2019
Un acto de amor
Gruesos muros
de piedra atrapan el silencio. El sol de la mañana se cuela por las vidrieras y
proyecta un haz luminoso que colorea el centro de la nave. Huele a incienso y a
cera derretida. En un banco solitario, una mujer de mediana edad hinca las
rodillas sobre el reclinatorio, sus medias de lycra no evitan que la madera se
le clave en la piel.
«Por favor, oh Dios, no te lo lleves tan pronto. No lo apartes aún de
mí».
Apenas un susurro se le escapa
entre los labios, tal vez teme que romper la quietud del lugar santo pueda
suponer una ofensa hacia aquel que todo lo puede.
«Pero si esa es tu voluntad, tan solo te suplico que abras
sus ojos y vea la luz, que se humille ante ti antes del último aliento, como yo
lo hago en este mismo instante. ¡No nos condenes a separarnos para toda la
eternidad!»
Un sacerdote orondo de gruesa papada camina por el pasillo. Atisba las lágrimas de la mujer humedeciéndole los ojos, mas nadie debe interrumpir cuando se habla con el Altísimo. Las tribulaciones de aquella sierva de Dios no son de su incumbencia. Todavía no.
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