Era apenas un
rumor alumbrado en el secretismo de la Guerra Fría. Un misterio que jamás
hubiera salido oficialmente de los polvorientos archivos a los que fue
confinado, de no ser por los terribles sucesos que acontecieron hace ahora un
año. Después de aquello, nadie pudo ya negar la verídica existencia del
Accidente Kovalev.
Corrían los lustros previos al derrumbe de la Unión Soviética. El gigante rojo agonizaba, mientras de cara al exterior trataba de mostrar una salud inmejorable. Fue en ese contexto que vio la luz el proyecto Bialystok, un ambicioso programa que pretendía colocar una nave en el espacio mediante una técnica revolucionaria. La idea era tan simple de concebir como difícil de realizar.