—Al hotel
Meliá —ordenó al taxista.
Su editor
le tramitó el alojamiento, no sospechaba el ahora escritor que el antiguo
Corona de Aragón había cambiado de nombre. Cuando llegó se le hizo un nudo en
la garganta. El recepcionista le asignó la habitación 510.
Deshizo la maleta. Tantos años después, por un capricho del azar, estaba allí de nuevo. Recordó el incendio, gente atrapada, muerte… solo unos pocos sabían la verdad. Unos pocos entre los que él se encontraba.