jueves, 26 de octubre de 2023

El misterio del soldado desconocido

    Presenté este relato a concurso al X CERTAME DE RELATOS VIGO HISTÓRICO, en el que se debía escribir un relato de no más de mil palabras en el que la ciudad de Vigo tuviese un papel protagonista. Como era de esperar, el cuento no obtuvo galardón alguno.


El misterio del soldado desconocido.

Nada hay más preciado que la libertad y, ¿qué puede otorgar mayor libertad que la propia muerte? Así reflexionaba una tarde de noviembre en el cementerio de Pereiró. Demetrio Macías había tenido la ocurrencia de morirse y el periódico me envió a cubrir el entierro del que fuera benefactor de la ciudad. Al finalizar el sepelio, decidí dar un paseo por el camposanto.

Tras inmortalizar algunas tumbas, me llamó la atención un gran ramo de flores depositado junto a un panteón. Tenía el convencimiento de que no estaba allí a mi llegada. Me acerqué con la curiosidad de una chiquilla. La estatua de un soldado recostado sosteniendo una bandera parecía mirarme bajo una cruz marmolea, a sus pies una inscripción indicaba el propósito del mausoleo. El monumento honraba la memoria de los repatriados de las guerras de Cuba y Filipinas. Junto al ramo había una tarjeta: En recuerdo de Manuel Láncara González, 1851-1898. Oí unos pasos acercándose sobre la gravilla, tal vez las pisadas de la muerte. Guardé la tarjeta en un bolsillo.

—¡Cuán poco queda de tanto sacrificio!

El hombre se situó a mi lado. Vestía de largo abrigo negro bajo el cual se adivinaba un traje. Debía sobrepasar los cincuenta, era alto y espigado, con el pelo canoso peinado hacia atrás, de rostro pálido y anguloso, mentón cuadrado y desconcertantes pupilas azules. Su porte contrastaba con mi talla discreta adornada de una extensa melena rojiza.

—¿Son suyas? —señalé el ramo.

—¿Le gustan? Nunca he tenido buen ojo para estas cosas.

—Lo que sí tiene es constancia.

—¿Sabe? 154 almas reposan bajo estas losas, aquellos que murieron en la ciudad. Sus nombres están escritos en las tres lápidas que rodean el mausoleo.

—Lo desconocía.

—Tendemos a olvidar deprisa a nuestros muertos.

—¿Algún familiar?

—Digamos que me agradan los misterios. Y aquí se esconde uno digno de admirar.

—¿A qué se refiere? —me sorprendí.

—Me gustaría disponer de más tiempo para hablar, pero ya sabe lo que dicen sobre el tiempo y el oro. Estoy seguro de que en otra ocasión podremos hablar de ello con más calma, señorita…

Me extendió una tarjeta. Leí el nombre impreso en letra gótica: Santiago Esmeriz – Notario.

—Coral Arcea. No tengo en mente solicitar los servicios de un notario.

—Nunca se sabe, madame Coral.

Sonrió e hizo el gesto de tocarse el ala de un sombrero inexistente, tras lo que dio media vuelta y se perdió bajo la verja del cementerio.

 

Briseida tiene el pelo lacio, la mirada bizca agazapada detrás de unas gafas que vociferan su miopía y al sonreír enseña una ortodoncia que pelea por corregir las formas poco agraciadas de sus dientes. También es inteligente, apasionada de la historia y muy charlatana. Briseida es mi mejor amiga y aquel día, cuando le conté el episodio tomando un café en el De Catro a Catro, esbozó la misma expresión de bobalicón asombro que los jueces de un reality. Solo que la suya era real.

—¡Virgen santa! ¿No tenía los colmillos más largos de lo normal?

—No exageres, Bris. Vio que curioseaba las flores y se acercó, sin más.

—Menos mal que no se acercó demasiado, chica.

—Me dejó intrigada con eso de los soldados muertos y no sé qué misterio.

—Y dijo bien, a Vigo llegaron los primeros repatriados tras el armisticio. La población se volcó con ellos, reclamando mayor diligencia a las autoridades. Los que murieron en la ciudad fueron enterrados bajo el monumento y sus nombres grabados. Bueno, a decir verdad ¡no todos!

—¿No?

—Hubo uno que nunca se identificó ¡A ver si tu amigo era el espíritu del sin nombre!

—No digas tonterías. Pero se me ocurre…

Cruzamos las miradas, nos faltó tiempo para apurar el café y coger el coche hacia Pereiró. Empleamos una hora en descifrar las inscripciones. Algunas estaban parcialmente borradas por el paso del tiempo, pero se intuía que no podían corresponder a nuestro hombre. ¿Sería Manuel Láncara el misterioso soldado no identificado?

 

Pocas cosas hay que se resistan a la perseverancia de una periodista tenaz. Solo había un Láncara empadronado en Vigo. Aquella mañana me presenté en una casa de la rúa Poboadores. Me abrió una anciana malhumorada, ante mi pregunta a punto estuvo de echarme con cajas destempladas. Por suerte apareció tras ella un joven de unos dieciocho años que me invitó a pasar. Era de tez morena, delgado y larguirucho.

—Disculpe los modales de mi abuela. Ernesto Láncara era mi padre. Yo soy Julio.

Nada sabía del soldado desconocido y poco de la guerra de Cuba, pero charlamos de las cosas de la vida como si fuese mi hermano pequeño. Me animé a relatarle la aventura en el cementerio, solo en ese momento pareció tambalearse su compostura.  Desapareció tras una puerta y al rato regresó y me enseñó una tarjeta. Leí, en letra gótica, un nombre que resultaba familiar.

—Vino hace dos días para entregarme una citación. Parecía el conde Drácula —rió— Por lo visto ¡alguien me ha nombrado destinatario de una herencia!

 

El Hospital Militar, Sanatorio de la Cruz Roja y sanatorios particulares. Así rezaban las inscripciones del mausoleo refiriendo los lugares donde habían muerto los soldados. Me costó localizar todos los archivos y comprobar los nombres, en ninguno de ellos encontré referencia al fallecimiento de un recluta no identificado. Sí constaté que la suma hacía 153; faltaba pues un difunto de quién no sabía ni dónde ni cómo había muerto. Si daba crédito a la tarjeta de Esmeriz, su nombre debía ser Manuel Láncara. Puse en común los hechos con Bris y Julio, que concordaron en que la historia resultaba desconcertante. En dos días Julio tenía citación en la notaría y ambas decidimos acompañarlo. Confiábamos en arrojar algo de luz sobre tanto misterio. No sabía que al llegar a casa me esperaba una penúltima sorpresa.

Hallé una carta en mi buzón. Dentro un sobre plástico. En su interior un papel descolorido. Se trataba de un artículo periodístico fechado en 1897. ¡Y quién lo firmaba era Manuel Láncara!

 

Se me antojó que, en efecto, si aquel hombre sonriera enseñaría unos colmillos largos y afilados. Santiago Esmeriz se sentaba tras una mesa de su despacho situado en Plaza de Compostela. Al otro lado estábamos nosotros tres, expectantes. De una carpeta extrajo un legajo amarillento.

En Vigo, a 3 de octubre de 1898

De estarse leyendo este documento en audiencia pública en la fecha determinada, será hecho cierto que habré sido asesinado. Como periodista, obtuve de algunos repatriados papeles que acreditan como el gobierno del país cursó instrucciones al almirantazgo para que la escuadra de Cuba fuese destruida lo antes posible, a fin de acelerar una derrota inevitable que salvase el antiguo régimen monárquico y conjurase la segura revolución derivada de la renuncia a las colonias sin una derrota militar previa. Vistos los hechos, estos archivos deberán cuidarse de salir a la luz hasta que no representen peligro alguno para quien los portare. Estipulo, por tanto, que han de ser entregados tras 125 años de mi muerte a aquellos mis descendientes que siguieren habitando en la ciudad de Vigo.

Manuel Láncara

—¡No era un soldado!

—El fallecido y usted tenían bastante en común —dijo Esmeriz— Alguien decidió hacerlo callar. Camuflar su cadáver entre los militares debió parecerles una idea brillante. Él no quiso lastrar a nadie con el peso de lo averiguado hasta que fuese seguro.

—¡125 años, sí que era precavido el condenado! —exclamó Bris.

—Así que aquí están reunidas las tres ramas que permanecen de su linaje —continuó el notario— Los Láncara por su hijo, y por parte de su hija menor ¡los Arcea!

—¿Pero, era necesario montar todo este tinglado? —interrumpí tratando de asimilar lo que oía.

—No la tomo por una mujer común, Coral. ¿Se ha divertido? Tiene una historia maravillosa entre manos de la que seguro sabrá sacar partido. Además, nada como una aventura compartida para recuperar viejos lazos familiares.

—¿Y la tercera rama? —recordó Julio.

Santiago cruzó los brazos sobre la mesa y sonrió. Con mayor decepción que alivio, comprobé que no tenía colmillos de vampiro.

—Láncara confió en secreto los documentos al esposo de su hija mayor: ¡El notario don Blas Esmeriz!

10 comentarios:

  1. No sé cómo sería el cuento ganador, pero el tuyo es muy bueno. Felicidades.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Chema. Creo que no acerté con el tono del relato, el concurso deriva más por derroteros más trascendentes y yo plateé una historia de intriga. Lección aprendida para otra vez. Me alegro que lo hayas disfrutado. Un abrazo.

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  2. Un relato muy trabajado y lleno de intriga, merecedor de un premio.
    Saludos.

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  3. ¡Hola, Jorge! Jo, el relato tiene historia, en ambos sentidos. Por el lado del episodio histórico se nota la documentación y el conocimiento del mismo y, además, te mojas con esa versión que tiene todos los visos de verosimilitud para mí. ¿Cuántos episodios trágicos tienen su explicación en ataques de falsa bandera? Por el lado de la ficción, creo que tienes un buen puñado de ingredientes para desarrollar una novela de intriga: una buena protagonista, un misterio, una referencia histórica, una conspiración de poder con villanos que eviten que salga a la luz... Sí, decididamente tienes buen material si te animas a la aventura.
    Lo de los concursos, bueno, ya se sabe es casi una lotería, depende de muchos factores además de la calidad que tu relato sí tiene. Un abrazo!

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    1. Hola David. Pues la verdad es que me documenté bastante para el relato, es un hecho que creo que incluso los que somos de la ciudad desconocemos bastante. Y ello a pesar de que el en puerto hay un monumento a los repatriados, y en el cementerio principal de la ciudad, como se dice en el cuento, un mausoleo dedicado a ellos. Respecto al hecho de que el gobierno de la época acelerase la derrota de la escuadra de Cuba, es un hecho aceptado hoy en día entre los historiadores, asi que ni he tenido que inventarlo jaja. De haberse sabido en la época hubiera provocado sin duda la caída del gobierno y seguramente también de la monarquía. Muchas gracias por comentar. Un abrazo.

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  4. El relato está muy bien, el misterio lo llevas estupendamente. Lo de los concursos es difícil; no se entiende cómo no ganó nada, es perfecto para la temática histórica de Vigo. Igual buscan cosas más efectistas, ya se sabe; a menudo valoran más relatos huecos pero que presumen de una carcasa experimental y chorradas de esas.
    Tu tintero vale mucho. Debíamos ser nosotros los jurados ;)
    Un abrazo

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    1. Hola Maite. Bueno, yo creo que en cada concurso dependiendo del jurado se valoran unas cosas u otras. Quizás más que una trama compleja se busca muchas veces un punto trascendente. Supongo que es dar con la clave y tener suerte. Gracias por comentar. Un abrazo.

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