lunes, 28 de marzo de 2016

Secreto de confesión

01 de Octubre. 20:00.

— ¡Ave María Purísima!

Una voz firme sonó a través de la rejilla. Al Padre Ezequiel Castrejo le sorprendió que un hombre ocupase el lugar reservado al sexo femenino, pero pensándolo bien lo prefería. Contemplar el rostro de los fieles al tiempo que éstos vaciaban sus almas siempre lo había hecho sentir incómodo.

Bostezó antes de responder. A sus treinta y cinco años era Vicario General del Obispado y las ocupaciones le exigían varias horas de dedicación diaria. A pesar de ello se obligaba a administrar el sacramento de la confesión al menos una vez por semana. Su inquebrantable Fe y su conciencia le inducían a atemperar el orgullo con aquella muestra de humildad. Devolvió el saludo y preguntó al desconocido por sus pecados.

Cuando escuchó la respuesta, el rostro se le tornó pálido y un sudor frío comenzó a perlar su frente.

02 de Octubre. 8:00.

Los agentes de Policía del Distrito habían organizado, como todos los años, una colecta entre los miembros del Cuerpo para las familias pobres de la diócesis. Esa mañana el Padre Castrejo decidió acercarse a la comisaría, arguyendo que un par de ellas en situación precaria necesitaban urgentemente algo de ropa de cara al comienzo del otoño. Aunque no tenía motivo, se pasó a saludar al comisario Fontela. En aquella villa de tamaño medio todos se conocían.

— ¡Hay que ver, Padre Ezequiel — se burló Fontela sentado al escritorio de su despacho — como les gusta madrugar a los curas! 

El comisario era un hombre corpulento, no muy alto. Lucía una barba bien recortada perfilándole la mandíbula. Vestía pantalones vaqueros sujetos a su cintura por debajo de la prominente barriga y una camisa a cuadros sobre la que llevaba la placa. 

— No más que a la policía — replicó el sacerdote — Supongo que los últimos acontecimientos no le dejan mucho tiempo para dormir, comisario.

— Si se refiere al asesinato de esa chica, el asunto se está volviendo jodidamente complicado, lo reconozco.

— Tengo entendido que han aparecido algunos indicios extraños en el caso de Sandra Vargas — comentó Castrejo, tanteando al policía. 

Fontela hizo girar la silla en la que reposaba su oronda figura y se quedó mirando al sacerdote. Arqueó las cejas por instinto, como solía hacer cuando algún suceso le obligaba a cavilar. Castrejo se tocaba la oreja con gesto nervioso.

— ¡Explíquese! — le espetó.

— Comisario, sé que la investigación está bajo secreto pero me gustaría hacerle una pregunta — titubeó el Padre Ezequiel sin poder disimular el temblor de la voz — ¿Es cierto que en el cuerpo de la chica se ha encontrado… un nombre tatuado? 

Juan Fontela había experimentado todo tipo de situaciones durante su dilatada carrera, pero no pudo evitar que el bolígrafo que mordía con desgana fuese a parar al suelo. 

— ¿Quiere explicarme, Padre, cómo diablos sabe usted eso? 


01 de Octubre. 20:01. 

— ¡Yo maté a Sandra Vargas! 

La frase sonó como una sentencia. El Padre Castrejo la escuchó perplejo. Necesitó unos segundos para asimilarla. No podía ver el rostro de aquel hombre a través de la rejilla pero su voz sonaba serena, como si perpetrar un crimen fuese algo cotidiano. 

— El asesinato es un pecado muy grave, hijo mío — consiguió apenas balbucear el sacerdote.

— No he venido a escuchar un sermón, Padre. Mis asuntos con el Altísimo los arreglaré con Él en la otra vida. De usted sólo espero que me evite el sufrimiento eterno. ¡Necesito la absolución!

Ezequiel Castrejo tragó saliva e intentó hablar, pero fue incapaz de articular ningún sonido. Se dio cuenta de que le temblaban las manos y tuvo que entrelazar ambas para contener el movimiento. Comenzó a sentirse mareado. Se sabía en la obligación de decir algo, pero tan sólo tenía ganas de salir de allí corriendo. Levantó la mano derecha e improvisó la absolución, musitando las palabras en un latín que fluía por costumbre. Su cliente permanecía callado. Podía escuchar la respiración acompasada. 

— Me encargué de tatuar un nombre en el cuerpo. ¡Recuérdelo, Padre! — exclamó de repente mientras el cura lo absolvía. 

— ¿Qué nombre? — apremió el sacerdote. 

— El de su amante. 

El penitente se levantó sin añadir más, haciendo crujir las tablas del confesionario. El Padre Castrejo reaccionó tras unos segundos y asomó la cabeza a tiempo de ver como doblaba una columna. Tan sólo lo contempló de espaldas, lo suficiente como para comprobar que era alto. Llevaba una cazadora con un adorno amarillo sobre el hombro y un destello traicionero le reveló que en la oreja derecha lucía un pendiente. 


02 de Octubre. 10:00. 

— ¡Secreto de confesión! 

El comisario Fontela agitaba los brazos mientras se paseaba por la estancia dando voces. Sentado junto al escritorio se encontraba un subinspector al que habían enviado como refuerzo. El policía debía tener importantes contactos, pues la Comandancia se había saltado el protocolo habitual. 

— ¿Puede creérselo? ¡No puede decirme nada porque está obligado por el maldito secreto de confesión! 

El subinspector, un hombre con el pelo cortado casi al cero y rostro inexpresivo, carraspeó antes de hablar. 

— La justicia está de su lado. El artículo 371 de la Ley de Enjuiciamiento Civil lo ampara. 

— ¡Ya veremos si el juez opina lo mismo, en caso necesario! — replicó Fontela. 

— Tendremos que presionarlo, tarde o temprano cometerá algún error. 

— Espero que así sea — deseó el Comisario — ¿Algún avance con las escuchas? 

El subinspector negó con un movimiento de cabeza, mostrando tanta decepción como el propio Fontela. Entre los dedos de la mano apretaba un bolígrafo con tal ímpetu que parecía que fuera a romperse en cualquier momento. 

— Nada por ahora. Y me temo que si no forzamos la situación, así seguirá siendo. 

— ¡Entonces espero que su jodido plan de resultado, subinspector! 

El aludido lo miró fijamente. El bolígrafo con el que jugaba terminó al fin por quebrarse. 


02 de Octubre. 17:00. 

Al Padre Ezequiel lo torturaba una idea obsesiva. Se preguntaba si habría revelado, o se vería obligado a hacerlo en un futuro próximo, información conocida bajo confesión. El Sacramento era algo que tenía por sagrado y quebrantar el secreto que lo amparaba se penaba en el seno de la Iglesia con la excomunión. Muchos mártires habían sufrido tortura por defenderlo y aun así permanecieron fieles. 

Desde niño le aterraba la posibilidad de pasar la eternidad quemándose entre las llamas del Infierno y esos temores ancestrales volvían a acosarlo. Además, si alguien había tatuado un nombre en el cuerpo de Sandra Vargas, las implicaciones podrían ser terribles. En la sede del Obispado no era ningún secreto que la chica frecuentaba las estancias a horas más bien intempestivas. 

Necesitaba aliviar su alma. Necesitaba consejo. Y necesitaba aclarar algunas cosas. Había llamado al Obispo durante toda la mañana pero le resultó imposible que cogiera el teléfono. Decidió acercarse hasta el Palacio Episcopal después del mediodía. Monseñor solía trabajar por las tardes en su despacho. Tras aguardar unos minutos lo hicieron pasar. El Obispo lo recibió con la frialdad con que acostumbraba a tratar a quienes ostentaban un rango inferior. No obstante dio orden de que no fuesen molestados. 


02 de Octubre. 18:30. 

Exactamente a las seis y treinta minutos de la tarde el comisario Juan Fontela entró en el Palacio Episcopal seguido de un subinspector de policía y dos agentes. Portaba una orden judicial que no dudó en hacer valer ante quien se le interpuso. Lo condujeron hasta el despacho de Monseñor Mendoza, quien se encontraba todavía reunido con el Padre Castrejo. 

— Lamento interrumpir, seguro que trataban ustedes asuntos importantes. 

Los agentes aguardaban fuera y sólo el comisario y su segundo habían entrado. El subinspector se colocó un paso por detrás de Fontela. Al Padre Castrejo se le antojó que lo miraba con sorna. 

— Espero que sus motivos lo sean tanto como para presentarse en la misma sede del Obispado — replicó Mendoza con calma. 

Castrejo le dedicó una sonrisa nerviosa al subinspector. Había algo en él que definitivamente lo inquietaba. 

— No se preocupe, Monseñor, tan sólo nos llevará un momento — añadió el comisario — Pero les rogaría que tomasen asiento. Estaremos más cómodos. 

El subinspector lucía un pendiente en su oreja derecha. El rostro del Padre Ezequiel comenzó a palidecer.

— Le agradezco su diligencia — replicó el obispo — Sin duda comprenderá que los asuntos de la diócesis no nos permiten hacer dispendio de nuestro tiempo.

El comisario extrajo una grabadora del bolsillo y la puso sobre la mesa, dilatando el momento. Castrejo se percató que el subinspector vestía una cazadora con un curioso adorno en la hombrera. Era de color amarillo. 

— Me gustaría que prestasen atención — Fontela tomó de nuevo la palabra — Tal vez esto les suene. 

El subinspector era quien le había confesado ser el asesino de Sandra Vargas. Castrejo estaba ahora seguro de ello. Un sudor frío recorría su espalda. 

En la grabación los dos religiosos pudieron escucharse a sí mismos hablando hacía tan sólo unos minutos. La inquebrantable compostura de Monseñor pareció resquebrajarse. El Padre Ezequiel tragó saliva y a punto estuvo de atragantarse. Entonces el comisario pronunció las palabras que Castrejo tanto había temido oír. 

— ¡Queda detenido por el asesinato de Sandra Vargas! 

Y el Padre cayó desvanecido sobre el sofá. 


02 de Octubre. 17:15. 

Monseñor Mendoza escuchaba sin perder detalle el relato del Padre Castrejo. Éste lo puso al tanto de los últimos acontecimientos. Le habló de como tenía constancia, mediante revelación bajo confesión, del tatuaje impreso en el cuerpo de la chica, aunque se cuidó de no incluír datos que identificasen la identidad del supuesto asesino pues tal circunstancia podría incurrir en quebrantamiento del secreto.

Le contó como, en un acto que ahora consideraba imprudente y no dejaba de pesar sobre su conciencia, había interpelado al comisario sobre dicho tatuaje, intentando confirmar la veracidad de la información que el criminal le había revelado. Con ello, ahora lo veía con claridad, había atraído sobre sí las pesquisas de la policía y cargado sobre sus espaldas la posibilidad de un interrogatorio por mandato judicial que le obligase a revelar información amparada bajo secreto. Pero las ansias de saber habían podido más que su prudencia. Porque el Padre Ezequiel sentía la imperiosa necesidad de aclarar la relación entre el tatuaje y el hecho de que la asesinada frecuentase las dependencias episcopales. Monseñor lo escuchó con gesto preocupado.

Realmente el Padre Ezequiel era un fervoroso creyente. Y eso tenía sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Pensó rápido, había que zanjar aquel asunto sin dejar cabos sueltos. Desde la aparición del cuerpo de Sandra Vargas, mal enterrado en un descampado a las afueras, todo se estaba precipitando. 

— ¡Necesito confesión! 

Castrejo contempló asombrado como Monseñor se arrodillaba. No podía negarse. 

— Hay ciertas cosas que deben quedar en el anonimato. Guardar las apariencias es crucial para que los fieles confíen en nuestra guía. ¡Confieso que me acostaba con la chica! Fue todo un accidente, ¡ella quería dinero por su silencio! Perdí la cabeza, aquel escándalo… ¿puede hacerse una idea de las consecuencias para nuestro rebaño, Padre Ezequiel? ¡Sí, yo la maté! ¡yo maté a Sandra Vargas! 

El rostro del Padre Castrejo se contrajo en una mueca de horror. Ahora, él ya sabía quién era el asesino. De haber sido menor su impresión se habría dado cuenta de la jugada del Obispo. 

— Como puede ver, quien se haya inculpado del asesinato lo ha engañado. Ni la ha matado él ni existe tal tatuaje. Ahora Padre, hablaremos sobre ello. Pero ha hecho lo que debía viniendo a hablar conmigo. ¡Recuerde, a partir de este momento, el secreto que lo obliga! 


03 de Octubre. 10:00. 

El comisario Fontela saboreaba una taza de café, mientras el subinspector lo escuchaba en silencio con la mirada absorta y un lápiz entre los dedos, que apretaba con tal fuerza que parecía estar a punto de romperse.

— ¡Confieso que su plan no era muy ortodoxo, pero no se puede negar que ha dado resultado! Presionar al sacerdote haciéndose pasar por el asesino y sembrando dudas sobre la relación entre el asesinato y la jerarquía eclesiástica. Teníamos un sospechoso pero ninguna prueba que lo incriminara. Como usted previó, Castrejo corrió a pedir explicaciones y aliento espiritual. Los micrófonos que teníamos en la sede del Obispado hicieron el resto.

Por unos segundos sólo el tictac de un reloj de pared se dejó oír, hasta que con un crujido seco el lápiz se resquebrajó. 

— ¿Se encuentra usted bien? — quiso saber Fontela, posando una mano sobre el hombro del aludido. 

Éste asintió sin pronunciar palabra. Sus pensamientos parecían estar en otro lugar. 

— Ha sido muy duro para todos — concedió el comisario — Ahora que todo ha terminado, será mejor que se tome unos días de descanso, subinspector. 

Pero el subinspector Alfredo Vargas sabía que su alma ya no tendría descanso. Al menos, pensó, se haría justicia.





NOTA: Tras los problemas de la web de TR y después de tener este relato "secuestrado" durante más de dos meses, publico mi cuento para la segunda ronda del torneo. Reglas: máximo 2099 palabras, título "Él ya sabía". Le he cambiado el título porque no me parecía muy original.

16 comentarios:

  1. No estoy al tanto de los problemas de TR, hace tiempo que estoy muy descolgado por falta de tiempo, pero lo que si tengo claro es que este relato, independientemente de su ranking, es un alarde de maestría por parte de su autor (puedes llamarme exagerado si quieres).Para no desmerecer un ápice el resto de mi comentario, comenzaré por decirte el único punto oscuro que le veo: resulta un poco difícil de entender la relación entre el asesino-amante y el tatuaje en el cuerpo de la víctima. Dejando esto claro, paso a otras cosas:
    Ritmo y tensión narrativa espectaculares, con esos saltos temporales adelante y atrás, con esa forma de marcar los tiempos en fecha y hora, muy a gusto policial (que además se hacen imprescindibles para seguir la trama, claro está), con esos detalles como el boli que se cae, o que se rompe en cada una de las partes para marcar los momentos de máxima tensión.
    Me han gustado y a la vez llamado la atención, otros detalles, como llamar “cliente” al sujeto que busca la confesión, la colocación del hombre en el confesionario (se nota que sabes perfectamente de lo que estás hablando) o lo bien que has utilizado tanto el lenguaje eclesiástico como el policial, tanto en lo que a procedimientos se refiere como a jerarquía. Eso denota un trabajo que, no por ser habitual en tu buen hacer, deja de ser meritorio en cada uno de tus relatos. Sé perfectamente lo que ello supone. Y lo primero es que, como tú me has dicho otras veces, te tomas muy en serio lo que haces.
    La trama se sigue perfectamente, descubriendo las pistas en el momento justo (como cuando hablas del paso de la chica por las “estancias” en el tramo temporal del 2-10, 17,00h) pero sin desvelar lo que va a ocurrir. A todo eso contribuye la estructura comentada que avanza y retrocede en el tiempo (una estructura compleja, que, a mi entender, requiere un dominio importante de la técnica -otro alarde-), así como los diálogos, del todo impecables y, lo más importante, veraces.
    La tensión no se rompe ni siquiera cuando se nos desvela la identidad del asesino, pues nos queda el postre, con el descubrimiento de la identidad de subinspector en el último párrafo del relato, poniendo un broche final perfecto a este gran ejemplo del género negro policíaco (por cierto que la Iglesia da mucho juego, ¿verdad?)
    Y lo mejor de todo: haber logrado todo esto en 2099 palabras, con lo difícil que resulta ajustar un argumento a una extensión.
    No sabes lo que me alegro de haber sido el primero, porque así he podido explayarme a gusto
    PD: Hiciste bien en cambiar el títuloMis más sinceras felicitaciones.
    Un gran relato compañero. Un fuerte abrazo

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    1. Bueno bueno, y luego no quieres que te llame exagerado Isidoro! La verdad que comentarios como éste se agradecen, por lo extensos, lo detallados y sinceros, incluída la parte que dices que no entiendes, que comentaré al final.
      Respondiendo a tus observaciones, plantear un relato con flashbacks temporales siempre es arriesgado, en primer lugar porque todo en la mente del autor tiene que estar muy claro y en segundo porque siempre hay muchas dudas de como lo procesará el lector, pues no es difícil inducirlo a confusión. Sin embargo el manejo de la tensión narrativa requería ir desvelando las pistas al lector en ese orden, lo que implicaba alterar el orden temporal de la narración. Al final el relato parece que ha gustado bastante en TR, aunque tenía muchas dudas.
      Lo del "cliente" es una crítica soterrada a algo que opino no deja de ser un negocio, aunque sobre ésto habrá diferentes formas de verlo. Y lo de la situación en el confesionario, pues que quieres que te diga, en mi juventud tuve que pasar por varias, supongo que como mucha gente, así que poco mérito tiene. Cómo tú dices, la iglesia da mucho juego. Detalles como el lenguaje al que haces referencia, sabes, porque tú también lo haces, que procuramos ser lo más exactos posible, aunque seguro que meto la pata más de una vez.
      Y respecto al límite de palabras, efectivamente es complicado, y más cuando planteas una trama más o menos compleja, pero también se aprende mucho y te obliga a hacer los relatos menos pesados (defecto que también tengo).
      Y vamos con la parte complicada. Ante todo agradecerte tu sinceridad a la hora de hacer notar la dificultad de entender la relación entre el asesino-amante y el tatuaje. Éste tipo de indicaciones son las que ayudan a ver cómo el lector ha percibido la historia y a mejorar. De la adulación sin más poco se aprende, aunque venga muy bien para el ego.
      No sé muy bien en que aspecto no ha quedado clara, pero intentaré explicarlo: en realidad no hay tal tatuaje, es sólo un cebo que el subinspector pone a Castrejo para presionarlo, cebo que confirma el comisario, compinchado con él. El cura sabe que la chica frecuenta el obispado y sospecha que el amante del que habla el subinspector es alguien de la curia, por lo que se siente en la necesidad de solicitar explicaciones y poner sobre aviso al obispo, pues el tatuaje (inexistente) sería el nombre de alguien de la curia y pondría sobre aviso a la policía.
      Obviamente si el autor tiene que explicar ésto es que algo falla en la historia. No se si eran éstas las dudas que expresabas ¿?. Me gustaría conocer también la impresión respecto a este asunto del resto de compañeros que comenten, pues como autor es muy difícil hacerse a la idea de como se percibe por el lector.
      De nuevo gracias por tu tiempo y comentarios Isidoro. Es un placer tenerte come lector. Un abrazo.

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    2. Sí, la cosa del tatuaje iba por ahí. Sí que barajé la posibilidad de que fuera una artimaña (si realmente hubiese habido un nombre tatuado en el cuerpo de la víctima, supongo que las pesquisas hubiesen sido más directas, ¿no?), pero si he de serte sincero, no me quedaba nada claro, aunque bueno, he de reconocer que nunca he sido muy agudo para esto de las tramas policiales, que le vamos a hacer
      Jose R., si lees esto, que tienes razón, me he pasado un poco, para la próxima me dejaré algo en el tintero. No creas que a mí no me pasa cuando vas a la cola (sobre todo cuando comenta mucha gente)
      Un abrazo

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    3. fallo mío supongo, demasiado sutil, supuse que al desvelarse que el hombre del confesionario no era el asesino sino el subinspector y que todo era una trampa, quedaría claro también el bulo del tatuaje, pero parece que me he columpiado un poco. A ver si alguien más comenta. Gracias por tu aclaración Isidoro.

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  2. Cuando leo los comentarios de Isidoro me quedo sin palabras, no sé que más añadir. Creo que lo analiza tan bien que cualquier cosa que diga está de más. Ya comenté durante el torneo que me había fascinado el relato, por el ritmo,el suspense, los diálogos creíbles al igual que los personajes. Consigues cargar las sospechas sobre el subinspector para darle un giro final muy bueno. En cuanto al tatuaje, quizás si que es cierto que he necesitado de tu aclaración, me había quedado un poco en el aire. Tras una segunda lectura creo que me queda más claro. De todas formas es un relato magnífico. Creo que de los mejores del torneo, sino el mejor. Un abrazo Jorge

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    1. Pues anda que tu relato Jose... que aunque aún no se han publicado aquí ya nos conocemos todos jeje. Parece que lo del tatuaje va a haber que retocarlo, de momento voy perdiendo dos cero. Yo si tenía claro el argumento pero supongo que mi voto no cuenta. Gracias por comentar y por la aclaración. Un abrazo.

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  3. Muy buen relato, amigo mío; tensión máxima al estilo Hitchcock. De hecho, durante toda la primera parte creí que estaba ante una versión de su Yo, confieso, pero después le has dado un giro de 180 grados, pillándome desprevenido, maldito sinvergüenza, je, je, je.
    Poco más puedo decir -el bueno de Isidoro ya se ha encargado de hacerlo-, así que te doy de nuevo la enhorabuena, y espero que tengas mucha suerte en el torneo.
    Un saludo.

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    1. jeje de eso se trata Bruno, de pillar desprevenido al lector (intentando mantener la coherencia del relato) sino sería muy aburrido. En el torneo he pasado dos rondas, veremos que pasa en la tercera, aún no han salido los retos. Espero que tú si hayas entendido a la primera lo del tatuaje, aunque casi he asumido que dejé un poco enrevesada esa parte. Gracias por comentar. Un saludo.

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  4. Creo que voy a tener que hacer algo con esta costumbre de enrollarme como si fuese el último comentario del mundo

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  5. Suscribo todo lo que ya te han dicho los demás. Confieso que cuando lo leí, me quedé con la boca abierta al ver cómo a pesar de las restricciones, habías sido capaz de trabar una historia tan compleja. Al principio, me despité un poco por no darme cuenta de los saltos del tiempo, pero en una segunda lectura me encajaron las piezas. Me gustó mucho cómo planteas el espinoso tema de la conciencia religiosa frente al deber moral, que hace que se complementen el sacerdote y el subinspector. ¿Cómo te diría? como la misma imagen en un espejo. Es una gran historia y te sugiero que intentes publicarla en una revista literaria. Te felicito, Jorge. Un abrazo

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    1. Pues te digo Ana que de esta historia llegué a tener dos versiones, y por supuesto tuve que recortar mucho de lo que había escrito inicialmente. Me hubiera gustado profundizar un poco más en los personajes pero el espacio no daba para más. Y también tenía muchas dudas por lo de los saltos temporales, ese tipo de cosas pueden salirte bien o mal, porque pueden como tu dices pueden despistar al lector, pero parece que la apuesta no salió del todo mal. No había pensado en esa imagen del espejo pero ahora que lo dices es un buen análisis. Gracias por pasarte y comentar. Besos.

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    2. Me encanta como comienza, una breve presentación del padre Ezequiel y enseguida entramos en situación, desde luego, atrapa mi atención desde el primero momento.
      El diálogo natural y ágil (no solo los veo, “escucho” el diálogo) Buena descripción física la del comisario. El toque de oreja nervioso nos ayuda a visualizar el gesto…el ímpetu al apretar el bolígrafo del subinspector hasta que se quiebra…
      Antes de empezar con todo lo que me gusta (que es mucho y bueno), recordarte que al cierre del diálogo la siguiente palabra va junta o pegada.
      En las acotaciones de los diálogos, no siempre es necesario explicar quién habla o contesta, pues al tratarse de dos interlocutores se ve claramente quien es quien, y bajo mi punto de vista fluirían más los diálogos. Solo con evitar alguno de ellos es suficiente, te pongo el ejemplo de

      — ¡Explíquese! — le espetó.

      Está totalmente claro quién es quién porque la frase siguiente comienza por: —Comisario… En cambio en otros diálogos, a pesar de saberse quien es cada uno, funciona de maravilla la acotación, pues completa el sentido de la frase, y en el caso de la siguiente frase, la perplejidad del cura mediante el balbuceo tan bien apuntado. Por ej:
      — El asesinato es un pecado muy grave, hijo mío — consiguió apenas balbucear el sacerdote.
      Es perfecta y creíble la reacción del padre Ezequiel al escuchar la confesión, (me gusta mucho), ni sobra, ni falta nada.

      En la confesión de : — ¡Yo maté a Sandra Vargas! Creo que funcionaría mejor sin los signos de exclamación, pues dices que su voz sonaba serena, y las exclamaciones dan un tono demasiado álgido en contraste con la serenidad. En cambio cuando el comisario exclama ¡Secreto de confesión! Ahí está más que justificad la exclamación (asombro y enfado)
      Y una duda ¿a los policías e inspectores se les autriza a llevar pendientes? ¿va de uniforme o de paisano?
      Es perfecta y creíble la reacción del padre Ezequiel al escuchar la confesión, ni sobra, ni falta nada.
      Bueno…ya tenemos dos pistas, la chamarra con un dibujo a la espalda y el destello de un pendiente en la oreja (a ver a donde nos lleva esto)
      En este magnífico relato me gusta como con dos breves trazos dibujas la psicología de cada personaje, en el caso del obispo, la frialdad con que acostumbra a tratar a los de ranto menor, (dice,o desdice mucho este rasgo del obispo), así como “las ansias de saber” del padre Castejo, denota espíritu curioso.
      En definitiva, dotes de deducción, inteligencia narrativa para armar una trama, reacciones lógicas y credibilidad en da uno de los personajes, coloquios ágiles, tensión sin interrupciones en todo el texto.
      Ni en mil años lograría escribir un policial como este (bueno...ningún policial :)...
      Felicitaciones compañero, y hasta pronto.









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    3. Acabo de leer los comentarios tan acertados que te han hecho.
      Me temo que yo también tengo tendencia a enrrollarme como el amigo Isidoro jeje

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  6. Este relato fue escrito para el torneo de TR con un límite máximo de palabras, de ahí que para encajar la acción en tan corto espacio hubiese que abreviar e ir directamente al grano, pero creo que al cuento le ha venido bien pues como dices le da agilidad. Eso explica que se entre en materia directamente, o que sólo disponga de unas pocas líneas para incidir en la psicología de los personajes. En realidad este último aspecto se lo llevaron casi todo el obispo, pues había que justificar sus motivos para cometer el crimen, y el cura, donde había que explicar el por qué esa ansia de aclarar sus dudas, sus miedos y prejuicios religiosos, que es lo que al final lleva a los inspectores a resolver el caso. La tensión narrativa a la que aludes es en parte fruto también del corto espacio, aunque la idea original era ya impulsar la acción desde un primer momento para que el lector no perdiese interés. Estos relatos con tramas más o menos complejas son trabajosos pero al final merece la pena el esfuerzo. Este es el único que yo recuerde para el que escribí dos versiones, y terminé por quedarme con la segunda. Respecto a las críticas, vamos por partes.

    Tienes toda la razón en cuanto a la separación entre el guión y la primera palabra, me lo apunto, gracias por la aclaración Isabel.

    Lo de las acotaciones en algunos diálogos dejando otros sin acotar, es una cuestión de difícil equilibrio entre darle agilidad y fluidez a un diálogo sin hacerlo demasiado espeso, y procurar que no se lea demasiado de corrido dando la idea de precipitación. También hay que jugar con el tipo de escena que se está narrando, si hay más acción el diálogo ha de ser más ágil, sino se pausa más. Normalmente procuro intercalar frases sin acotar con otras que si van acotadas, de hecho en este relato se ven varios ejemplos de ello, aunque dar con el punto justo de equilibrio no es fácil. En todo caso el punto de vista del lector siempre es bienvenido.

    Lo de eliminar la exclamación en ¡yo maté a Sandra Vargas! no acaba de convencerme. Podría argüirse como dices que el tipo tenía una voz serena, pero por otro lado la serenidad no tiene por que ser muestra de ausencia de inflexión en la expresión. La frase está pensada sobre todo de cara al lector, para captar su interés y hacer un quiebro en la historia con un acontecimiento que es clave y no es cuestión menor (se trata de un asesinato). Le daré una vuelta en todo caso.

    Confieso que no me he documentado sobre la posibilidad de que un policía pueda llevar o no un pendiente, me has pillado. El personaje está basado en un compañero de estudios que terminó por ser guardia de tráfico y dirigía el mismo con una coleta por debajo de los hombros, así que adapté esa rareza a un policía con el pelo rapado y pendiente, con la idea de que se saliese de lo habitual. No obstante, leyendo sobre el tema es cierto que hay una normativa de 2013 que prohíbe a los policías nacionales llevar pendiente, antes de esa fecha no había norma alguna que lo impidiese. En todo caso nuestro Inspector Vargas es lo suficientemente transgresor como para pasarse por el forro la normativa, o eso me ha dicho su creador, así que de momento le dejaremos el pendiente aún a riesgo de que lo sancionen ;)

    Gracias por tu atenta lectura Isabel, y por los apuntes que siempre son valiosos para el autor y nos hacen ver los puntos de vista del lector y crecer. Un abrazo.

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    1. Tienes razón Jorge cuando dices que "la serenidad" no tiene por que ser muestra de ausencia de inflexión en la expresión...sobre lo que dices de intercalar párrafos...me ha gustado que mezcles párrafos distendidos con éscenas tensas...porque el énfasis continuo no sé quien dijo que era un estado de excepción continuo y claro, eso satura...por eso tengo tanto cuidado con las exclamaciones, porque imagina un texto (no es tu caso por supuesto) cargado de exclamaciones (es como si chillara todo el rato), y si luego necesito elevar la voz en una escena álgida, ni se notaría la diferencia.

      Sobre los aros: una vez me robaron en un cajero, y los dos polis que me atendieron en la denuncia llevaban aros y pendientes, por lo visto iban siempre de paisano... aunque los "cacos" dicen que la "pasma" atufa a "pasma" se pongan lo que se pongan.
      Tu policial es un buen trabajo, y repito que el corte psicológico de los personajes a mi me ha encantado porque los he visto (nos has hecho verlos)
      Otro abrazo de los grandes compañero.

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