Viajaba en el asiento del copiloto de un Mercedes. El techo corredero estaba abierto y el viento me despeinaba. Dejamos atrás el pueblo y circulábamos por la carretera que bordea la costa; el mar se deshacía en espuma contra las rocas situadas al borde de las aguas. Ninguna de las dos pronunciaba palabra. Yo estaba segura de que nada de lo que pudiera escuchar sería tan revelador como lo que vería en unos minutos. Al fin nos desviamos por un camino y paramos frente a una casa solitaria suspendida al borde del acantilado. La puerta del garaje se abrió y nos adentramos en su interior.
—Esta era la casa de veraneo de la familia. Por esas cosas de las herencias, ahora es de mi propiedad.
Ana García Lorca bajó del auto, la seguí a través de una puerta por la que penetramos en la vivienda. Pareció que retrocedíamos varias décadas en el tiempo, la casa conservaba muebles y enseres propios de muchos años atrás. Atravesamos algunas estancias saboreando el olor a madera vieja. Salimos por una puerta acristalada a un jardín particular, el rumor del mar sonando desde la distancia nos dio la bienvenida. El recinto estaba bien cuidado, algunos rosales mecían sus ramas espinadas con el vaivén de la brisa y el césped se hallaba cortado, supuse que la propietaria debía de pagar a algún jardinero por el mantenimiento. Caminamos por entre las flores alejándonos de la casa, entonces una pequeña construcción esculpida en mármol apareció ante nosotros.
—¿Es él, no es cierto? —pregunté.
Se trataba de un modesto mausoleo con una lápida a sus pies. No había inscripción alguna que pudiera hablar por quién allí descansaba. Detrás del monumento, el mar y el dios Apolo reflejando en él su estela ponían el telón de fondo.
—Así es. Aquí es donde yace el gran Federico García Lorca.
Me arrodillé junto a la tumba y extendí la mano hasta tocar la lápida. Se hallaba caliente, acariciada por el sol de verano. Bajo ella estaban los restos del hombre que me había quitado el sueño en las últimas semanas. Una suerte de mística me envolvió el espíritu al tiempo que la paz que reinaba en aquel paraje me reconfortaba. Qué mejor lugar para enterrar a un poeta, pensé, pues todo cuanto lo rodeaba era poesía.
—¿Ve como no ha fracasado? Lo ha encontrado, Virginia. O tal vez sea él quien la ha encontrado a usted. En cualquier caso, el resultado es el mismo.
Permanecí allí durante largo rato. Ana me acompañó sentada a mi lado sobre el césped, pero luego me dejó para que pudiese hablar a solas, me dijo, con su tío Federico. Los minutos, o tal vez las horas, desconozco cuanto tiempo estuve así, corrieron por delante de las manillas del reloj. Cuando todo fue dicho volví al interior de la vivienda. Mi anfitriona se hallaba sentada en la salita leyendo, mientras saboreaba un té todavía humeante. Me ofreció otro y reapareció al poco con una bandeja.
—Debo pedirle un favor Virginia. Quiero que sea usted quien dé a conocer la verdad a la opinión pública. Quiero que sea usted quien reivindique la memoria de Lorca.
No esperaba oír aquello. La capacidad que tenía para sorprenderme parecía no tener límites.
—¿Pero que dice, Ana? —repliqué sumida en el desconcierto.
—Por supuesto, no está obligada a aceptar mi ofrecimiento. Si decide negarse lo entenderé. Pero no sabe cuánto me gustaría que dijese que sí.
—¿Por qué, por qué yo?
—No veo quién podría ser más idóneo. Como ya le he dicho, no deseo un enfrentamiento con la familia. Soy ya mayor y el tiempo que me quede he de pasarlo en paz. Sólo tras mi muerte deberá usted convocar a los medios. De esa forma, saldaré mi deuda y la de los míos con Federico García Lorca.
—Podría hacerlo a través de sus abogados, serían mucho mejor vehículo.
—No me fío de ellos. El bufete lleva todos los asuntos familiares, están demasiado influenciados.
—Contrate otro bufete para la ocasión.
—Para hacer eso, prefiero ponerlo en manos de alguien a quien conozco. Virginia, no tengo a nadie más. ¿Lo hará?
—Usted apenas me conoce.
—La conozco mejor de lo que piensa.
—Está bien Ana, usted gana.
—Prométamelo. Si lo hace no dudaré de su palabra.
—Se lo prometo Ana. Tiene mi palabra.
—En ese caso, Virginia, me quedo tranquila sabiendo que todo está en buenas manos. Hay una cosa más, desearía que me guardase esto.
Me acercó un pequeño cofre dorado cuya superficie estaba ribeteada con elaboradas espirales plateadas. Se hallaba cerrado y no tenía la llave puesta.
—¿No puede usted dejar de comportarse de esa forma misteriosa aunque sea sólo un instante?
—Comprendo que le resulte extraño. No se preocupe, es un encargo temporal. Tengo que pedirle que confíe en mí.
—A veces pienso que todo esto es para usted como un juego.
—Créame que no lo es. Lo entenderá algún día.
Compartimos una taza de té que duró una eternidad. Esa tarde hablamos de muchas cosas. De la existencia, el amor, la felicidad que se cuela a ratos en nuestras vidas. De mis miedos y mis traumas infantiles, del divorcio de mis padres, la soledad. De la muerte también. De amores prohibidos que llegaron un día y marcharon para no volver. Y de Lorca, a quién aprendí a conocer un poco más de la mano de aquella mujer. A la caída del sol contemplamos juntas como el astro se ocultaba tras el mar, bajando el telón de otro día más.
Me quedé a dormir como invitada en la casa y a la mañana siguiente, Ana me acercó al restaurante donde había dejado mi coche. Cuando nos despedimos, sentía que quedaban sin despejar todavía muchas incógnitas, entre ellas el motivo exacto por el que me había encomendado semejante misión, pues sus argumentos no me resultaban del todo convincentes. Decidí que en aquella ocasión no indagaría más en el asunto, mejores momentos habría para tratar el tema en profundidad. Sabía que ella manejaba sus propios tiempos para hacer las cosas.
No imaginaba entonces que aquella sería la última ocasión en que la vería con vida.
Capítulo siguiente:
http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/2017/02/buscando-lorca-capitulo-xiv-el-adios.html
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Genial, amigo. Desconozco, por supuesto, la extensión de la obra completa y eso le añade una intriga que no tendría de tener en nuestras manos toda la novela. Y esto lo digo por la excelente manera en que has manejado la narración del capítulo. El descubrimiento del mausoleo, la pausada descripción, el diálogo entre las mujeres sobre la misión que Ana pretende encomendarle a Virginia, las reflexiones sobre la vida de ambas… Todo parece indicar, así nos lo haces creer, que nos acercamos al final. Y justo en ese momento, ¡Zas!, la vuelta de tuerca de “No se vayan todavía amigos, aún hay más” Y menos mal, porque a mí, aún me quedan preguntas que formular y que no voy a comentar ahora porque no procede, je, je. De nuevo me parece magnífico cómo vas solapando ficción y realidad, cómo equilibras descripción y diálogo y como aprovechas cada ocasión para montar un poco de la trastienda de tus personajes.
ResponderEliminarBueno, ahora, después de esta larga intervención de las dos mujeres, comenzará un poco de acción y el concurso de otros personajes que, seguramente, también tendrán algo que decir, ¿no?. Bueno, no digas nada, ya lo leeré, ja, ja
Un abrazo paisano
No me pareció apropiado terminar la historia revelando sin más el paradero de Lorca, la trama tiene muchas ramificaciones y como tú dices aún quedan preguntas sin respuesta que se irán desvelando en sucesivos capítulos. Todo tendrá su justificación, el que sea más o menos acertada os corresponde a vosotros determinarlo. La idea de los capítulos finales era dejar al lector con una incógnita al final de cada uno, para mantener la atención y el interés. Pienso no obstante que el publicar los capítulos por entregas hace que parte de ese suspense se pierda, pero es lo que tiene esto de la web, el relato entero hubiera sido demasiado denso para este formato.
Eliminarrespecto a lo que viene ahora... mejor que lo leas en el próximo capítulo ;) Un abrazo.
Como dice Isidoro, en cada capítulo nos dejas con más preguntas. Cuando ya parecía haberse resuelto el misterio del lugar donde descansa Lorca, aparecen dos elementos que, me temo, nos van a llevar por otros caminos: el cofre y la muerte de Ana. Estoy deseando ver lo que ocurre a continuación.
ResponderEliminarEnhorabuena, Jorge, te está quedando una novela redonda
Tu olfato de escritora no te engaña Ana, se abren nuevos caminos por los que discurrirá la trama. Gracias por tus elogios, un beso.
EliminarJorge estoy de acuerdo con los compañeros, cada nueva entrega va haciendo que aparezcan más preguntas y el desconocer la extensión de la novela hace que aún sea más intrigante. Ahora como dice Ana le ha tocado a ese cofre ¿qué habrá dentro? y a esa muerte ¿natural? ?provocada?
ResponderEliminarBuen trabajo
Besos
Esa era la intención Conxita, ir dejando preguntas abiertas. Todas tendrán su respuesta, hay que tener paciencia. Un beso.
EliminarExcelente Jorge. Qué fácil que parece que es crear y narrar una historia cuando se lee este capítulo. Parece que todo fuera tan sencillo. La trama la vas descubriendo en forma suave, nos haces grata la lectura, no hay desniveles entre descripción y diálogo, es una ruta sola y despejada. El pulido que yo noto en esta entrega es de primera, envidiable, una verdadera joya. Y ni qué decir del suspenso que no decae en ningún momento. Respecto de la lectura entrecortada por capítulos, en mi humilde opinión, no hace mella en ninguna de las elogiables cualidades del texto. Creo que es muy acertada la elección estética que has tomado, repito, según mi humilde opinión, de hacerlo de este modo. Quedo intrigado y con ganas de saber cómo siguen las cosas y como llegarás al desenlace. Mis felicitaciones Jorge.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ariel
Gracias Ariel por tu excelente y amable comentario, leyendo cosas así le entran a uno las ganas de seguir escribiendo, más cuando vienen de quien escribe como tú lo haces.
EliminarTienes razón en que haber publicado el relato íntegro hubiera sido un desacierto por lo extenso del mismo, pero supongo que el hacerlo por entregas tienen también sus ventajas y desventajas.
Gracias por pasarte por aquí, un abrazo.
Tienes la buena costumbre Jorge, de (generalmente) antes de entrar en acción, ambientar los principios de los capítulos, en este caso doblemente con los paisajes costeros y el interior de la casona, y esto es de agradecer porque hace que veamos las escenas con claridad.
ResponderEliminarEmotiva la parte del modesto mausoleo donde se supone que descansa Lorca. Unos párrafos conseguidos, se respira serenidad y después de las tensos sucesos, y las duras conversaciones…es un respiro para el lector.
El tono posterior de la conversación entre las dos mujeres también es amigable, me admira la capacidad que tienes para cambiar el tono y el clima del relato con toda naturalidad y que resulte creíble.
Con la misteriosa frase final nos dejas de nuevo intrigado y con ganas de seguir leyendo a ver qué pasa.
Muy bien señor Jorge, está resultando una gran serie, te felicito por ello compañero.
Es cierto Isabel, me gusta ambientar el escenario para que el lector sepa ubicarse. Además es también una forma de dejar espacio a la narrativa para que los diálogos no sean tan densos. La escena entre las protagonistas efectivamente pretendía ser pausada y mostrar cierta complicidad entre ambas después de la velocidad que traían los acontecimientos anteriores. Ana busca ese momento de complicidad con Virginia, a saber con que motivo... veremos a ver...
EliminarEl secreto del lugar donde reposa el cuerpo de Lorca al fin ha sido desvelado. ¿Podrá nuestra protagonista cumplir la promesa dada a Ana? ¿Qué contendrá el pequeño cofre dorado? ¿Cómo llegará Ana al final de sus días y de qué forma se verá implicada Virginia?
ResponderEliminarMuchas preguntas que espero que nos resuelvas pronto, amigo Jorge.
Un abrazo.
Muchas preguntas es cierto, esa es gran parte de la salsa de las novelas de intriga. veremos como se resuelven bruno. Un abrazo.
EliminarCuando parece que una puerta queda definitivamente cerrada aparece otra entreabierta. Está claro que nos quieres seguir manteniendo en vilo con esta historia.
ResponderEliminarGenial, Jorge.
Un abrazo.
Es la forma en la que intento que el relato no pierda interés. Gracias por tu visita Paloma. Abrazos.
EliminarAl fin encontró lo que buscaba, el último lugar de descanso (eterno en este caso) de Lorca. Pero como se va mostrando en el texto, si bien la gran incógnita se ha resuelto, no ha sucedido lo mismo con las otras complementarias, menos aún con ese favor que se le ha pedido a la protagonista. Buen capítulo nuevamente Jorge. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarPues si, aún quedan algunos asuntos por cerrar en la trama, a ver como se resuelven, Un abrazo José Carlos.
EliminarVeo que no me equivoqué al suponer que Ana pretendía usar a Virginia como altavoz del secreto familiar, has pergeñado un emotivo capítulo que se agradece no sea el último, puesto que, como bien dices, hay muchos puntos oscuros en la trama que sería interesante dilucidar, ya que hemos llegado hasta aquí. Seguiré leyendo en otro momento, convencida de que todavía queda mucho bueno por saber. ¡Bicos, Jorge!
ResponderEliminarBueno parece que nos vamos acercando a la resolución de algunos misterios, pero como bien dices quedan cuestiones por desentrañar. Espero que el descubrimiento del destino final del poete no reste interés a lo que queda. Un beso Eva.
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