En la cocina se
oye el batir de los cubiertos contra un plato. La niña, casi adolescente,
devora con avidez un guiso que le parece el manjar más delicioso que pudiera
probarse. Su rostro enjuto está tiznado de suciedad, al igual que sus ropas
andrajosas. Alrededor de ella, una mujer de mediana edad se afana nerviosa
entre improvisados preparativos. Sentada frente a la niña, con la piel arañada
por los años, otra mujer ya anciana la contempla mientras de entre las
comisuras de los labios se le escapa una sonrisa de satisfacción; la huella del
deber consumado aporta serenidad a su semblante. La adolescente levanta la
vista de vez en cuando mirándola, todavía, con desconfianza.