Cuando aquella
joven de larga melena rojiza cruzó la puerta de mi despacho en Londres, no
sospechaba que mi destino cambiaría para siempre. Apenas sobrepasaba la
veintena, vestía un conjunto de una pieza un tanto ajado por el uso, con un
amplio escote que le resaltaba el busto. En uno de sus dedos, desentonaba un
anillo dorado.
—Me llamo
Katherine Fulton, y quiero que encuentre a mi padre.
—¿Alguna idea
de por dónde empezar?
—En 1895 se
embarcó en el HMS Erebus hacia las colonias británicas del sur de África
—recitó como si lo hubiera ensayado— El barco naufragó ante las costas
españolas, al noreste del cabo Vilán. Según la Marina Real, no hubo
supervivientes.
—Entonces,
señorita Fulton, temo que su padre lleva catorce años fallecido.
Me tendió un sobre, del que extraje un papel con una frase escrita: para Adelaida.