miércoles, 2 de julio de 2025

Nostradamus 2026

     El Mornig Times de la fronteriza localidad de Laredo, en Texas, seguiría siendo un olvidado diario de provincias si no fuese por aquel anuncio anónimo con el que comenzó todo.

Se necesita bombero para incendio en la Torre Willis, Chicago.

El clasificado no hubiera pasado de una broma macabra de no ser porque, ese 27 de abril, el piso 66 de la Torre Willis ardió por completo. Tras el desastre, un ciudadano también anónimo denunció la existencia del premonitorio texto, movilizándose inmediatamente las unidades antiterroristas federales. Nadie podía imaginar el desconcertante vaticinio del segundo anuncio.

Se busca personal de emergencias. Del cielo lloverá la catástrofe sobre el continente negro.

Dado lo descabellado de la profecía y al no detectarse amenaza sobre Norteamérica, el asunto se dejó correr sin mayor trascendencia. No eran tiempos, sin embargo, para la relajación o la desidia. La larga guerra en Ucrania continuaba y la tensión en la isla de Taiwán había alcanzado su punto álgido semanas atrás con el derribo de un F-16 Taiwanés. El comienzo de un imprevisible conflicto que involucrase a China y Estados Unidos —y la denuncia de que el incidente había sido intencionalmente orquestado por nosotros en una operación de falsa bandera, como si de un nuevo Maine se tratase— presagiaban negras nubes en el horizonte geopolítico mundial. Ningún sistema de vigilancia fue capaz de anticiparlo, cayó al norte del Olduvai, junto a la frontera entre Kenia y Tanzania.

El asteroide dejó un cráter de medio kilómetro. ¡No podía, pues, tratarse de un acto premeditado! Y ahí fue donde, en un austero despacho de la CIA, entré a formar parte de esta historia. Necesito, Martha, que tú y tu equipo desentrañéis qué diablos está pasando, me dijeron. Pero los acontecimientos nos fueron dictando el camino.

La ciudad de los rascacielos desaparecerá en segundos, un hongo de fuego arañará el cielo.

Ni siquiera se molestaron en comenzar con el habitual se busca. La amenaza era clara y directa, pero ¿Correría Nueva York el mismo fatal destino? Lo encontramos en un mugriento motel de Cadwell, en Idaho.

El anunciante nos había subestimado, supusimos, dejando un tenue rastro que pudimos seguir. Tras los improvisados interrogatorios pensamos, también, que nos tomaba el pelo. Tenía el cabello negro, la tez morena y el rostro bien parecido. Al menos, antes de la hinchazón de los primeros golpes. Se identificó en inglés como ¡Nostradamus!

—En el espacio, mi lugar de procedencia sería hoy día Oriente Medio. En el tiempo…

—No me haga reír— le dije.

—… naceré dentro de ciento siete años. He venido a preveniros.

Comenzamos a inquietarnos cuando nos mostró el lugar en que, decía, se abrió la ventana espaciotemporal por la que había viajado: un bosquecillo en las faldas del pico Boise, donde encontramos varios troncos calcinados. Mas, ¡también medimos elevados niveles de radioactividad! Comprobamos que su cuerpo emitía igualmente una radiación anómala. Se nos ordenó trasladarlo de inmediato a la cercana base aérea de Mountain Home, donde quedó bajo custodia militar. Confiaba en que los marines logarían neutralizar la amenaza, mi misión había finalizado. No acertaba a imaginar cuán equivocada estaba. Fueron veinticuatro Kilotones de calor y fuego.

El temido hongo de la profecía nos golpeó con todo su desprecio. Pero los Neoyorkinos siguieron adelante con sus vidas. Las autoridades se esforzaron en camuflar la voladura de la base aérea de Mountain Home como un gravísimo accidente circunscrito al ámbito militar, alejando cualquier otra sospecha. Por aquellos días llegaron también los resultados de los análisis del cuerpo caído en África. Estaba compuesto principalmente de tungsteno, ¡aquello no era un asteroide! Nunca el mundo estuvo tan cerca de una tercera guerra mundial. Solo la evitó la certeza de que perderíamos.

El bombardeo cinético orbital era una idea de los años cincuenta, retomada durante la administración Reagan. Se desechó por sus exagerados costes y complejidad técnica: una barra de material denso y elevado punto de fusión, como el tungsteno, se lanzaba desde el espacio para golpear un objetivo sobre la superficie terrestre y arrasarlo. Identificamos al misterioso viajero del tiempo como Farhad Esmaeili, un fanático iraní que por supuesto jamás había realizado viajes temporales. El suicida llevaba incorporado un artefacto nuclear miniaturizado, otro prodigio de la ingeniería que nosotros también estábamos lejos de alcanzar. ¡Sólo una nación podía desarrollar todo aquello! No había manera de demostrar la implicación china en ambos sucesos, pero tampoco albergábamos ninguna duda. El impulso inicial de responder con la misma moneda quedó pronto amortiguado. En las altas esferas entendieron el mensaje: si vais a una guerra, os tenemos reservadas algunas sorpresas.

El mundo parece infinitamente más hermoso cuando sabes que no puedes dar por supuesta su continuidad. Las playas de Acapulco me tientan a renombrarme como Eva y buscar mi propio Adán. Necesitaba estas vacaciones. Quiero creer que el rumor de las olas me susurra palabras de esperanza. Un muchacho joven y fornido se queda mirando mi cuerpo tonificado al pasar. Aparento menos de mis cuarentaycinco, lo sé. Le sonrío. Deja caer con descuido un periódico y continúa su camino. Lo tomo sorprendida, ¡es una edición del Morning Times! No me resisto a abrirlo por la sección de clasificados. Dentro hay un pósit escrito en tinta roja:

Esta noche. Club Mezcalina. Importante, de nosotros depende el futuro de la humanidad. El viajero del tiempo.

Arrojo con desgana el diario sobre la arena y doy el primer sorbo a mi Bloody Mary.




2 comentarios:

  1. Hola, Jorge. Tu relato es de los que dejan con ganas de más. Tampoco te reconocí (creo que esta frase la he escrito como 100 veces en los comentarios de esta edición), y eso que al releerlo me parece tan claramente tuyo que no puedo creer que no lo detectara. Pero, claro, a toro pasado no vale… El relato, como te digo, tiene sabor a prólogo de grandes aventuras. Y es que me encantan los viajes en el tiempo, aunque, como los de tu relato, tan solo se insinúen. Me ha gustado mucho la frase «el mundo parece infinitamente más hermoso cuando sabes que no puedes dar por supuesta su continuidad» y el modo en que retratas la personalidad de Martha en el corto espacio de ese último párrafo. Un abrazo.

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  2. Hola Jorge, un relato apocalíptico que nos deja una inquietante sensación entre fantasía y realidad. Detalladamente elaborado, con advertencias y sucesos que resultaron ser premonitorios y como siempre sucede, los que están a cargo no toman las mejores decisiones.
    Ese viajero del tiempo me recuerda la película "Terminator", y el hecho de llamarse Nostradamus nos traslada a muchisimos años atras.
    Jorge, siempre me falta algo de conocimiento para captar toda la inmensidad de tus relatos, minuciosos, interesantes y muy bien narrados. Que pases un agradable verano.

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