Como una galaxia de
violáceas supernovas los adornos pendían en el techo del
centro comercial. Multitud de luces que no dejaban de parpadear parecían
señalar el camino hacia las tiendas, incitando al instinto consumista de las masas. El recinto se hallaba
abarrotado de clientes que realizaban sus últimas compras navideñas.
Otros años había participado también de aquella explosión de
júbilo, pero ahora vagaba en forma errática por los pasillos detrás de Ana, portando un cargamento de bolsas mientras ella
escrutaba los escaparates en busca del regalo adecuado. Habíamos
dejado a los niños durante unos días en casa de su hermana. Eso nos
daba mayor libertad para disponer de nuestro tiempo y además, yo
necesitaba pensar.
La vorágine comercial me había mantenido la mente ocupada durante toda la tarde, pero cuando descendimos las escaleras mecánicas hacia el parking mis miedos regresaron. Cargamos el maletero y suspiré aliviado en cuanto vi desaparecer aquella maraña de cachibaches bajo la chapa.
– ¿Conduces tú? –
preguntó Ana tratando de leerme el rostro.
No tuvo necesidad de escuchar mi
negativa. Ocupó el asiento del conductor y yo me senté a su lado.
Antes de arrancar se inclinó para besarme en la mejilla. A pesar del
paso de los años aún sentía un cosquilleo en el estómago cada vez
que posaba sus labios sobre mi rostro y ella lo sabía.
Cuando entramos en la
casa tan sólo nos saludó el silencio. Echaba de menos el corretear
de unos pies menudos y los gritos de los pequeñajos
cuando acudían a recibirnos. Ahora dudaba si había sido buena
idea librarnos de ellos por unos días, aunque de haber estado con
nosotros probablemente no hubiera reunido el aplomo para mirarles a
los ojos. Sentía que les había fallado, a ellos... y a Ana.
Mientras mi esposa
deshacía los paquetes encontré refugio en la soledad de nuestra habitación. No me encontraba con fuerzas para ayudarla. Me quité la
ropa y dirigí mis pasos hacia el cuarto de baño. El agua cayéndome
sobre las sienes desde la ducha me relajó un tanto y al mismo
tiempo disimuló algunas lágrimas, que se escaparon para fundirse con los
regueros que parecían arrastrar también mi ánimo hacia el desagüe.
Noté de repente un tacto frío sobre el hombro.
Ana estaba detrás mía, tan
desnuda como yo mismo. Aunque ya había alcanzado los cuarenta su
cuerpo se me antojaba el de una niña, rezumaba lujuria e incitaba al
deseo. Posé mi mano sobre uno de sus pechos y como si hubiera accionado un resorte, en el rostro se le dibujó una sonrisa. Jamás sería capaz de hilvanar una
frase que pudiera expresar cuanto la amaba, pero nunca nos habían
hecho falta las palabras. Entonces me derrumbé.
Tuve que agacharme en la
bañera y el llanto se apoderó de mí como si fuese un niño. Ana no
dijo nada. Se limitó a cerrar el grifo y se sentó a mi lado,
acariciándome el cabello empapado. Dejó que me desahogara hasta
consumir todas mis lágrimas y entonces me tomó la barbilla con su
mano de princesa, obligándome a mirarla.
– No es el fin del
mundo – me dijo – Otros han perdido su trabajo antes que tú y
muchos más lo harán después. Saldremos adelante. No olvides nunca
esto, ¡lo que de verdad importa jamás conseguirán arrebatártelo!
Me sentí caer en el pozo de sus ojos. Sonreí y como si un espejo me devolviese su imagen, de nuevo los labios se le curvaron en una media luna radiante.
Me sentí caer en el pozo de sus ojos. Sonreí y como si un espejo me devolviese su imagen, de nuevo los labios se le curvaron en una media luna radiante.
– Vamos a buscar a los
niños – le rogué – ¡Vámonos ahora mismo!
NOTA: relato escrito para el concurso con temática "El fin del mundo" del Círculo de Escritores.
Lo que de verdad importa por Jorge Valín Barreiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/2015/02/lo-que-de-verdad-importa.html.
NOTA: relato escrito para el concurso con temática "El fin del mundo" del Círculo de Escritores.
Lo que de verdad importa por Jorge Valín Barreiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/2015/02/lo-que-de-verdad-importa.html.
En estos días millones de personas sienten que se les acaba el mundo como al personaje de tu historia, cada pérdida de empleo es un cataclismo familiar. Un abrazo muy bueno relato
ResponderEliminarMuy cierto lo que comentas. Gracias por pasarte Mercedes.
EliminarSu propio fin del mundo! Buena reacción la de su mujer
ResponderEliminargracias Paola!!
EliminarMagnífico, Jorge. Un fin del mundo personal. Un narración estupenda y unos personajes totalmente creíbles. Un gran relato.
ResponderEliminarUn saludo.
Gracias Ricardo, suerte también en el concurso. Nos vemos por tusrelatos.
EliminarMagnífico Jorge, ahora has sido tú el que me has dejado más despistado que un esquimal en Hawai. Hasta casi el final del relato venía rumiando que el fin del mundo para el protagonista era que le habían detectado una enfermedad terminal o algo parecido. Algo trágico, sin vuelta atrás, que no se podía reparar. Pero no, el fin del mundo era en realidad la pérdida del empleo. Un trance de lo más común en nuestros días que no debe obsesionarnos ni hundirnos, puesto que, como acertadamente dice Ana, "lo que de verdad importa jamás conseguirán arrebatárnoslo". La atmósfera también está muy conseguida, cargada desesperación en consonancia con la pesadumbre del protagonista. Un abrazo.
ResponderEliminarHay muchos tipos de fin del mundo, este puede ser uno de ellos. Gracias por pasarte Enrique. Abrazos.
Eliminar¡¡¡Uuufff!!! Me he emocionado... Pero muchísimo... Tiene una ternura muy especial... La desesperanza, a pesar de ser tan triste, está cargada de dulzura, de mimo... El Amor que transmite es Mágico... Es como una Caricia de Letras...
ResponderEliminar¡Precioso!
¡Besitines! ;)
Gracias Jara, lo que es precioso es tu comentario. Un saludo.
EliminarUn relato lleno de realismo Jorge. Consigue atraparte. Me gusta, un saludo!!
ResponderEliminargracias por pasarte Sonia. Un saludo.
EliminarJorge.
EliminarMe ha encantado tu relato, tan crudo, real y actual.
Un gran abrazo.
Gracias Lucía. Abrazos!
EliminarMe ha encantado la realidad de tu relato. Hay fines del mundo muy jodidos, más que invasiones alienígenas. Hay gente que no sale de eso porque es muy duro. Tocas bien los hilos y presta muchas de las emociones que describes, las haces sentir. Muy bueno, señor desconocido pero concido futuro guía de un paraíso gallego! Abrazo
ResponderEliminarGracias Ana!! si el relato es capaz de transmitir algún sentimiento entonces ha merecido la pena escribirlo. P.D.: tan desconocido ya no soy ;)
EliminarJorge me ha parecido muy tierno tu relato. Me ha encantado el apoyo sin pedir nada a cambio, el amor, la confianza, en unos momentos en que el hombre lo necesita.
ResponderEliminarDesgraciadamente un relato de mucha actualidad. Cuanto dolor!
Saludos
Gracias Conxita! saludos.
EliminarMe encanta como penetras en la psicología del protagonista. Hasta el hecho de que vaya detrás de su mujer en el centro comercial denota cómo se siente relegado. Es verdad que un trabajo es más que un medio de ganarse la vida, constituye una parte importante de nuestra identidad, de ahí que hayas reflejado tan bien su depresión. Pero lo mejor, la esperanza y el amor que viene de la mano de mi tocaya. Te felicito y te mando un abrazo
ResponderEliminarLo más triste del relato, el cual es un drama en toda regla (aunque con final alentador para la felicidad del protagonista), es que es una historia que no tiene un encuadre específico en el tiempo, ya que puede ocurrir en cualquier momento y época.
ResponderEliminarReflejas bien el pesar del protagonista, e introduces el apoyo de la mujer, indispensable para que él no se quede hundido en el pozo de la tristeza.
¡Un saludo Jorge!
En realidad este relato fue escrito para un concurso cuya temática era "El fin del Mundo", y se me ocurrió que los fines del mundo personales pueden ser a veces los más dramáticos. Gracias pasarte y comentar José Carlos. Un saludo.
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