domingo, 8 de diciembre de 2019

Memorias de un tiempo convulso


Aquel viaje en tren no fue, no podía ser, como cualquier otro. Sí, contemplaba de nuevo el paisaje esplendoroso, los campos verdes en los que soñaba corretear sobre su hierba mullida y un cielo de agosto limpio de nubes, hiriente a la vista con su azul intenso. Al atardecer, el sol pintaba el horizonte de un encarnado arrogante, acertado símil de lo que acontecía no muy lejos de nosotros. Sin embargo tenía que pelear a cada instante por asomarme a una rendija o cualquier ventanuco de aquel mastodonte de hierro y madera que nos torturaba con su traqueteo interminable. El hacinamiento y el hedor a sudor y excrementos se habían convertido en rutina, y la sed, junto con el hambre, clamaban por el pronto final de aquel viaje tortuoso. Nunca perdí la esperanza, estaba convencida, lo sigo estando, de que al término de este camino nos aguarda la redención.