domingo, 12 de octubre de 2025

Un corazón en Nueva York

     El horizonte se fundía en un azul mortecino que semejaba apaciguar el habitual ajetreo de la ciudad. Los rascacielos encendidos reflejaban su figura invertida en las aguas calmas del East River, mientras los puentes de Brooklyn, Manhattan y Williamsburg, como una incansable cinta transportadora vaciaban la isla de gente hacia los barrios residenciales, más allá del río. Desde mi posición tras el ventanal, en primer plano, las orgullosas torres del corazón neoyorkino se encogían cohibidas bajo la mole del One World Trade Center. Cada mañana, a pesar de llevar ya dos meses trabajando allí, al llegar a la oficina me temblaban las piernas, miedosa de que un avión se estrellase contra la fachada acristalada. Pero terminado ya el día, la singular vista de la ciudad no me inspiraba otra cosa que una inmensa quietud. Y sin embargo, nunca imaginé que Nueva York fuese lugar para tropezar con el amor. Tropezar, literalmente.