Jamás todo esto se me hubiera pasado por la cabeza. Ahora, la acción más horrible parece incluso justificada.
Escucho sus
gritos desde el cuarto contiguo. Seguramente intuye cuál es su destino, ¡maldita!
La cama golpea contra el suelo produciendo un estruendo seco que resuena en
todo el sótano. El buen juicio me ha aconsejado esposarle muñecas y tobillos a
los hierros del pie y el cabecero.
¡Eva! Musito
su nombre como si ello pudiera devolvernos a los tiempos felices.
Un día la quise. Vivía por ella, respiraba sus palabras y me alimentaba de su sonrisa. Esos ojos color cielo eran el sol y las estrellas. Pero ya no podrá haber jamás nada que podamos compartir. ¡Nada! Y a pesar de todo, la amo.