Isla La Española, 1659
El capitán
Álvaro Mendoza aguardaba en la atardecida a orillas del Ozama. Desangrada por el
éxodo hacia el continente y asolada por ataques corsarios, Santo Domingo era
una sombra de la plaza que antaño fuera. El gobernador Zúñiga le encomendara esa
mañana transportar un valioso cargamento hasta Cartagena de Indias, al otro
extremo del Caribe. Allí, decía, estaría más seguro. Ante las reticencias de
Mendoza, la respuesta había sido doblemente negativa. ¿Por qué no una
carraca? ¡Proveedme al menos de una escolta adecuada! Ambas cuestiones fueron
argumentadas de igual modo: Una pequeña galera solitaria no llamaría la
atención. La demanda para consignar una tripulación más nutrida fue también
desatendida.
Constituía la Indomable una rareza en esas latitudes, galera de tres mástiles y sendas filas de remos a los costados, artillada por imperativo solo en proa. Entre la oscuridad, Mendoza observó una figura encapuchada siendo conducida por sus marinos hasta el buque. Instintivamente, se santiguó.