miércoles, 29 de marzo de 2023

Lúa y las estrellas

    Era duro el viejo, tanto que parecía que iba a durar eternamente. No lo mató la silicosis que a fuerza de años de trabajo en la mina fue socavando sus pulmones. Tampoco la gripe del dieciocho, ni el hambre de la posguerra, ni las palizas que durante dos días recibió en el cuartel de la Guardia Civil. Y sin embargo allí estaba, tan tieso como una vara de mimbre. Al menos la dama de la guadaña tuvo a bien no castigarlo con los mismos padecimientos que soportó en vida, y la muerte le sobrevino a Dositeo Loureiro una noche del 54, en cama mientras dormía. Las mujeres de la aldea acudieron esa mañana para acompañar en su llanto a la viuda y sus hijas. De los hijos varones, solo Ezequiel seguía en casa. Ramón andaba emigrado en Venezuela y Antonio marchara hacía tres meses a trabajar la hacienda del señor Rodrigo, a una jornada de camino.

—Lo enterramos en tres días, no más —advirtió el padre Rouco.

Ezequiel lo miró con la paciencia del lobo que acecha su presa.

—Tres días —repitió.

Preparó un macuto con un poco de pan duro y un trozo de queso. Caía una lluvia fina y afuera, los campos del casero seguían aún esperando la siembra. Ezequiel Loureiro se giró al advertir un sonido, Lúa se asomó al umbral, llevaba la cara tiznada de jugar con los carboncillos que languidecían en la chimenea.

—¿No va a volver el abuelo, papá?

—No va a volver.

—¿Se ha ido con mamá?

El hombre se acuclilló frente a ella y le apartó el cabello negro de los ojos.

—Ahora mamá está un poco menos sola.

—Yo quiero ir con ellos.

—Algún día, iremos los dos.

—¿Tú dónde vas?

—A buscar al tío Antonio. Estaré de regreso en dos días, antes del entierro.

—Si no vuelves, iré yo a buscarte también.

Limpió su mejilla con el pulgar y la besó en la frente.

—Vale. Cuida de la abuela.

El camino embarrado se desdibujaba entre prados verdes y una bruma azul. Ezequiel llegó a la hacienda ya entrada la noche. Lo recibieron los ladridos de los perros y una moza asustada vestida de cofia y delantal. Tras varios minutos escuchando algunas voces malhumoradas que llegaban desde el interior, le mandaron decir que su hermano había partido con los rebaños a las tierras de más allá del río. Con suerte, si no se había alejado mucho, podría encontrarlo en media jornada. También dijo la muchacha que podía pasar la noche en el pajar, a la vez que le tendía una manta deshilachada que aún guardaba el calor de su cuerpo. Le costó agarrar el sueño, las nubes se habían abierto y un cielo estrellado se desparramaba sobre su cabeza, el techo de los pobres. Partió de nuevo en la mañana temprano, acompañado por el arrullo del cuco y un frío que se mimetizaba con su cuerpo.

El río bajaba crecido, tanto que las piedras dispuestas para cruzarlo se ahogaban entre la corriente. Recordaba que aguas arriba había un puente de tablas viejas que hacía equilibrios sobre el desfiladero. Lo alcanzó con la tarde agonizando tras un cielo ensangrentado, la pasarela había conocido mejores tiempos y semejaba la boca desdentada de un anciano. La atravesó fiando la vida a las sogas que blandían su terquedad entre los lamentos de la madera, al llegar al final las piernas apenas lo sostenían. Desanduvo el camino bordeando el cauce hasta que la oscuridad sirvió la excusa para detenerse a aliviar el cansancio. La segunda noche que pasó al raso, el cielo cardado de estrellas parecía un tanto más acogedor. Soñó con el aroma a hierba húmeda de los besos de su mujer, hasta que la podredumbre de unas cuencas vacías lo llevó de vuelta a la futilidad mundana.

Tras llenar el estómago con las últimas provisiones, Ezequiel Loureiro se reconcilió con la existencia con el andar en la mañana. Los rayos del sol matinal acariciando el rocío sobre los campos habían bajado el cielo de la noche hasta la tierra y el trinar de las aves mitigaba un tanto la soledad. El paisaje se fue tornando más agreste. En la lejanía creyó oír el aullido del lobo. A mediodía engañó al hambre con un racimo de uvas hurtado con culpa de la última casa que encontró en el camino. Cayendo ya la tarde divisó un chozo en la distancia. Las reses paciendo en las cercanías le advirtieron de la presencia humana. No encontró a su hermano, pero el pastor que la ocupaba le indicó que debería caminar todavía media hora ladera arriba. Al fin divisó la siguiente cabaña, bajo los últimos rescoldos del día. Al aproximarse se encontró con la mirada bizca de Antonio; el asombro en su rostro delataba que intuía que algo no iba bien.

—Padre murió.

Antonio desvió la vista y tras unos segundos de silencio encendió un cigarro.

—Tendrás hambre —dijo entrando en la choza.

Le tendió un pedazo de pan con tocino y comenzó a recoger con prisa sus pocas pertenencias.

—Eusebio podrá hacerse cargo del rebaño unos días. ¿Cuándo lo entierran?

—Hoy lo enterraban.

El bizco dejó caer el bulto sobre el suelo, derrotado, y tomó asiento. Apuró un trago de una bota de vino y se la pasó a Ezequiel.

—Era duro, el viejo.

—Lo era.

—¿Cómo están mamá y las niñas?

—Están, que ya es algo.

—Duerme aquí esta noche, mañana andarás más descansado.

Ezequiel Loureiro emprendió el camino de vuelta al amanecer, solo. Su sombra lo acompañaba de día y por la noche, la luna y las estrellas. Al llegar al pueblo los campos del casero seguían esperando la siembra. Caía, de nuevo, un orballo empapado en melancolía cuando Lúa le echó los brazos al cuello.

—Ya sabía que ibas a volver.

Ezequiel le despeinó el cabello y dejó escapar algo parecido a una sonrisa. La apretó contra su pecho y pensó que, todavía, quedaban cosas por las que merecía la pena luchar.



Este relato participa en el concurso #historiasdepadres de Zenda libros.

Para poder participar en el concurso será necesario escribir una historia, real o ficticia, en la que aparezca un padre. 

Cada concursante podrá participar con dos historias como mucho, siempre que cumpla con los requisitos establecidos en estas bases.

Las historias deberán ser originales e inéditas, y no deberán vulnerar en ningún modo derechos de propiedad intelectual. La extensión mínima de los textos es de 100 caracteres. La máxima es de 1.000 palabras.




10 comentarios:

  1. Espero que el relato tenga la suerte que merece en el concurso, porque es magnífico.
    Felicidades.
    Un abrazo.

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    1. Gracias Chema. Es el cuarto intento que hago en Zenda y hasta ahora ni entre los 10 primeros he estado, claro que son convocatorias que andan entre los 800 a 1000 relatos así que es muy difícil. A ver si esta vez hay más suerte. Un abrazo.

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  2. Yo hablaba de la sencillez... Pero tú has escrito una historia sencilla hasta la medula, y eso le da una fuerza que al final me ha humedecido los ojos. En esa sencillez está su profundidad.
    He seguido al hombre a través de los campos; tienes un don para las descripciones, ambientaciones, que hacen que veamos y sintamos cada detalle, cada sombra, cada sonido, la soledad del camino, los elementos sobrios de la naturaleza (¡ese techo de los pobres!)
    La vida rural la has plasmado a la perfección; es toda una escena de cine la que pasa por los ojos: asombrosamente real. También me ha parecido un cuadro, o muchos, como los de Millet de los campesinos, realistas, tristes y bellos. Dominas la temática y eso se nota.
    Resalto también la elegancia de las escenas con la niña, ese decir tanto en tan sólo unos gestos, unas palabras.
    Una verdadera delicia de lectura. Un gran relato. Felicidades.
    Un abrazo :)

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    1. Hola Maite. Pues te diré que me costó mucho escribir esta historia precisamente porque su sencillez, porque no hay un nudo y conflicto como tal. Opté por ese formato porque por lo visto es lo que parece valorar el jurado de Zenda; las historias complejas, con giros o sorpresas inesperadas, no tienen mucho recorrido. El relato está basado en historias que me contaban mis padres sobre aquellos tiempos no tan lejanos, en los que la gente se iba a buscarse la vida como podía y ante una urgencia no había más forma de localizarlo que salir a buscarlo y tratar de dar con él. He intentado darle a los personajes un poso de fatalidad y de resignación ante la realidad dura y mísera que les ha tocado vivir, con el contraste de la niña que en su inocencia todavía no entiende ese mundo de los adultos. Muchas gracias por comentar. Un abrazo.

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    2. No parece en absoluto que te haya costado. Fluye como si la hubieras hecho de un tirón.
      Se capta ese fatalismo, sí. Y has logrado, que pese a no tener nudo, no se pierda el interés, por la manera en que está contado.
      Me gusta escuchar historias de antes. Mis padres y otras personas me cuentas cosas y a mí me asombran, y luego las escribo. Era otra vida tan diferente...
      Justo ayer leí otra historia de este corte, con personajes del mundo antiguo rural, de una compañera nuestra. Me gustó mucho también:
      https://mpmoreno.blogspot.com/2019/03/la-fuente-que-nunca-se-secaba.html#comment-form

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    3. Bueno, a veces se esta mas inspirado, o la historia te dice más. Yo suelo escribir con una idea bastante cerrada, y en este caso tenia claro de donde partía y más o menos a donde quería llegar, pero el resto fue surgiendo a medida que escribía, quizás por eso se me hizo más cuesta arriba. De hecho ni el final es exactamente el que había previsto. Luego el producto final no se aprecia muchas veces todo el proceso con el que se ha alumbrado el relato.
      Esas historias de antes dan mucho juego, y tienen un sabor añejo que de por si aporta mucho al relato. Me pasaré a leer el relato de Pilar, gracias por la propuesta.

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  3. ¡Hola, Jorge! Parafraseando el título de aquella novela y película en esa época España "No era país para sentimentalismos". Lo has plasmado perfectamente en el personaje del hermano, cuando la preocupación es el pan de hoy y la siembra de mañana la prioridad es sobrevivir, cuando la vida no es un paraíso la muerte no parece tanto drama ni la partida algo tan horrible. Una vida dura, no conoce de duelos.
    Pero en el propio relato has sabido mostrar la esperanza. No solo por ese final, donde la lluvia, la hacedora de vida, anuncia que los tiempos cambiarán, sino con el personaje de la hija, esa nueva generación, el futuro ilusionante donde los sentimientos vuelvan a hacernos humanos. Muy buen relato que ojalá consiga reconocimiento en ese concurso. Un abrazo!

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    1. Hola David. Exactamente, he intentado crear unos personajes resignados, sin tiempo ni fuerzas para ir más allá de sobrevivir día a día y ganarse el pan propio y el de los suyos. Lúa es el contraste, la inocencia de quien no entiende todavía el mundo de los adultos. La verdad es que no espero mucho del concurso, si cae algo bienvenido sea, pero es muy difícil entre tanto relato que se presenta a concurso. Gracias por comentar. Un abrazo.

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  4. Dices que las historias complejas con giros y finales no tienen mucho recorrido en Zenda… Mis cuatro años participando y leyendo los cientos y cientos de relatos (sí, soy de los que los leían todos cuando se publicaban en las redes sociales para participar) me dicen lo contrario. He visto ganar relatos de Navidad de un Papa Noel con gps averiado, un gnomo con a fabrica averiada y otras cosas raras sin calidad, pero con un final chisparrateante. De todas maneras, yo creo que el que los selecciona nunca es la misma persona, porque el criterio es muy distinto entre unas veces y otras. Yo he sido finalista dos veces y ganado una. Participo sólo por escribir, y siempre escribiendo lo que a mi me gusta leer, y me da igual, la verdad, si gusta o no gusta. Suerte.

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    1. Hola misterioso comentarista anónimo. No tengo tanta experiencia en Zenda, pero por lo que llevo visto pienso que si, que los relatos seleccionados como finalistas no tiene una estructura compleja, entendiendo esta como una estructura de presentación, nudo y desenlace, giros inesperados o finales sorprendentes. Desconozco como se hace la selección, pero teniendo en cuenta que hay 5 miembros del jurado supongo que se repartirán los relatos y cada uno hará una criba previa y los que pasen se votarán entre los cinco. Gracias por los buenos deseos.

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