Han pasado los años, toda una
vida con sus alegrías y sinsabores. Ahora soy una anciana que contempla el paso
del tiempo desde la distancia. Atrás quedaron los lustros de una brillante
carrera como magistrada en el Tribunal Supremo.
Conseguí hacerme respetar y lo
más importante, que respetasen mis ideas. Siempre destaqué por defender
pensamientos avanzados para la época en que vivía, no me arrepiento de ello. Cuando la
opinión mayoritaria aplaudía la aplicación de la pena de muerte como elemento
ejemplarizante y, por qué no decirlo, como una suerte de venganza, que no
justicia, del pueblo hacia individuos más o menos indeseables, yo sostuve la postura contraria. Hacerlo siendo mujer y en aquellos tiempos era
todavía más difícil. Al final la evolución natural de las sociedades terminó
por darme la razón.