lunes, 25 de junio de 2018

Y comieron perdices

Todos los animalitos vivían felices y despreocupados en el país de Bombonlandia. 

Ardillas trepadoras, serpientes de cascabel y gatos descascabelados, golondrinas de austero frac y gaviotas pandilleras, perros, lobos, perros lobos, leones con densa melena y hienas de risa floja, ciervos, ginetas, urogallos, halcones de ojo avizor y palomas de la paz con ramo de olivo en pico, vacas, ovejas y gacelas saltarinas… compartían sueños y rutina en una tierra generosa. Todos tenían sus ocupaciones, se ganaban el sustento honradamente con el sudor de su frente y a cambio disfrutaban de ciertos momentos de asueto en los que relajarse y practicar su afición favorita. Y es que los animales que poblaban Bombonlandia tenían una adicción común, un pequeño e inofensivo pecado al que se entregaban sin excepción en sus ratos de ocio. ¡A todos les encantaban los bombones!

Nadie sabe a ciencia cierta cómo empezó tan singular inquietud, pues su recuerdo se remonta a la noche de los tiempos, pero cada cual hasta donde se lo permitiese su capacidad adquisitiva sucumbía al sabroso encanto de esos dulces centenarios. Bien es cierto que con el tiempo algunos animales tomaron por costumbre agenciarse más bombones de los que les correspondían, o dicho de un modo más claro, los robaban. Esto enfadó mucho a los Bombonlandienses, pues los bombones que unos cogían de más eran bombones que otros comían de menos. Así que quien era sorprendido con las manos en la masa recibía un ejemplar castigo, tras el cual los demás animalitos podían seguir comiendo dulces con la satisfacción de que se había hecho justicia.