En los últimos días, por alguna extraña casualidad, ciertos comportamientos se repetían en mi persona. Uno de ellos consistía en hablar desnuda con el móvil en la mano, y aunque esta vez había tomado la precaución de enfundarme en mi lencería negra, confieso que en aquel momento ni me importaba tal circunstancia ni el hecho de que Pujales me viera pasear de esa guisa por la habitación con una sonrisa idiota en los labios, mientras yo braceaba y daba voces a mi interlocutor.
Llamé a Cárdenas hecha una furia. Me sentía engañada y pedí una explicación. ¿Cómo podía haberme ocultado semejante información? Aquello daba un nuevo enfoque a todo el asunto.