viernes, 20 de febrero de 2015

Obsesión

Si les hablase acerca de aquello que ha ocupado mis pensamientos en los últimos tiempos probablemente me tomarían por loco, y no les culpo, pues yo mismo he llegado a preguntarme si no estaré adentrándome sin remedio por los senderos de la sinrazón. El caso es que una idea me ronda con insistencia y me veo en la necesidad de liberarme de algún modo de mis demonios. Me pregunto hasta la obsesión que se sentirá al matar a alguien.

Aunque empiecen a dudarlo, me considero una persona normal. Tenía una profesión con la que me ganaba honradamente el pan, una hipoteca que me condenaba de por vida a trabajar para el lucro de otros pero me permitía disfrutar la ilusión de ser propietario de un pequeño piso a las afueras de Madrid, unos padres y hermanos que me querían y una novia adorable a la que veía cada fin de semana, pues por su trabajo no estaba en la ciudad los días laborables. Mi vida se hallaba sumida en la misma monotonía socialmente aceptada de cualquier individuo que ustedes puedan cruzarse por la calle y aunque tenía todo lo que se supone que un buen ciudadano puede disfrutar, no dejaba de sentir como me ahogaba la rutina desde que me levantaba cada mañana.

Así que una noche de Diciembre, hastiado de aburrirme vegetando ante el televisor, decidí salir a dar un paseo por las calles mientras un hormigueo en el estómago me comía las entrañas. Quizás, me dije, ha llegado la hora de llevar a la práctica mis obsesiones. No tenía intención de convertirme en un asesino en serie, pero ansiaba probar esa sensación al menos una vez en la vida... sólo por una vez.

Me dirigí hacia los suburbios. Había tenido la previsión de tomar un cuchillo de la alacena, que escondía bajo el abrigo. Mi objetivo era un callejón en el que solían pernoctar varios vagabundos, resguardados del viento por el muro de una fábrica abandonada cuyas chimeneas se elevaban intentando tocar el cielo. Si iba a matar a alguien, pensé, al menos me aseguraría que no hubiera quien lo echase demasiado en falta.

A aquellas horas un grupo de indigentes se disponía a pasar la noche, tirados sobre el suelo y rodeados de cartones con los que intentaban ahuyentar el frío. Me interné en el callejón, entre las miradas de algunas pobres almas que decidieron merecía la pena levantar la cabeza para contemplar quien perturbaba su descanso. El lugar estaba sucio y olía a orines. Me fijé en un individuo recostado en la esquina de una calle adyacente, un tanto alejado del resto. Era la víctima perfecta. En su situación, si me aplicaba, los demás ni siquiera se enterarían de nada. Caminé hacia él, a cada paso sentía aumentar la frecuencia de los latidos en mi pecho, un sudor frío me recorría la espalda. Era presa de una sensación extraña, mezcla de miedo, culpa... y placer. Jamás había experimentado nada igual... ¡y me gustaba! Llegué a la altura del vagabundo.

Estaba medio adormilado y levantó ligeramente la cabeza. Se trataba de un hombre de cabellos enmarañados y barba descuidada, vestido con ropas harapientas embadurnadas en una capa de mugre tan gruesa como las propias telas que lo cubrían. Despedía un tufo a sudor y alcohol, con seguridad se encontraba todavía bajo los efectos sedantes de la bebida. Junto a él se hallaba una botella de whisky a medio consumir, sobre cuyo cristal se entremezclaban las huellas desdibujadas de sus propios dedos. Saqué el cuchillo bajo el abrigo y me agaché frente al viejo. Un vahído nauseabundo me irritó las fosas nasales. ¡Parecía tan fácil acabar con lo que quedaba de aquella vida!. Y entonces ocurrió.

Fue como un gatillazo en un club nocturno sucio y de mala muerte. Acortar los días de aquel despojo humano no tenía ningún mérito, no suponía ningún riesgo... no podía reportarme ningún placer. Después de todo ya estaba más muerto que vivo, no había nada que yo pudiera arrebatarle. Si quería satisfacer mis instintos debía buscar otro objetivo, una víctima más digna, alguien a quien su vida le importase todavía algo... alguien cuya vida importase todavía a alguien.

Llegué tarde a casa con el peso inmaterial del fracaso aplastándome el alma. Me acosté sobre la cama, derrotado, y tardé en dormir. Al día siguiente levantarse se hizo más pesado que de costumbre y la semana laboral duró más de cinco días. Alejé por un tiempo mis inconfesables planes de la cabeza, pensando que jamás reuniría el coraje para materializarlos. El sábado mi novia hizo que olvidara por unas horas las frustraciones y cuando nos despedimos el domingo me di cuenta de cuanto le importaba... ¡de cuanto me importaba ella!

***

Tardé dos días en armarme de valor, pero al fin al llegar el miércoles volví a experimentar ese placer morboso cuando me lancé a los desangelados brazos de la noche. No llevaba rumbo fijo y tras deambular un tiempo por las calles decidí dirigirme hacia el parque. Hacía frío, pero todavía se veía algún alma transitando por las aceras. Traspasé la verja que delimitaba el perímetro y me interné en una calle peatonal, la cual atravesaba el recinto arbolado cruzándolo de lado a lado. Si se quería ir andando al otro extremo de la ciudad sin rodear el parque, ese era el camino más corto. Caminé durante un rato, hasta que me pareció adivinar una sombra varios metros más adelante, bajo la ténue luz de las farolas que trataban de disipar las tinieblas. Apuré el paso y según me fui acercando tuve que alabar mi buena suerte.

La silueta de una mujer joven se fue haciendo cada vez más nítida, a la vez que el taconear de sus pasos sobre el asfalto regalaba mis oídos. Era esbelta, con el cabello largo cayéndole hasta la mitad de la espalda. Vestía un abrigo bajo el que sobresalía una falda que apenas le llegaba a las rodillas. Aún a través de la oscuridad se la adivinaba hermosa. Sin duda disfrutaba de una vida que merecía la pena, sin duda alguien la estaría esperando en la acogedora calidez de un hogar.

Comencé a seguirla manteniendo la distancia, aún quedaba un trecho considerable hasta alcanzar el final del parque. Bajo mi abrigo acariciaba el cuchillo mientras el corazón me palpitaba semejando el cadencioso traquetear de una locomotora. La mujer pareció darse cuenta que alguien caminaba tras ella y ladeó disimuladamente la cabeza, lo justo para percatarse de mi presencia. Comenzó a acelerar el paso, yo hice lo propio. A los pocos segundos volvió de nuevo el rostro, esta vez ya sin ningún recato. La sonreí, sin saber si llegó a apreciar el gesto. Era consciente de que esa actitud le provocaba temor y aunque en mi fuero interno reconocía que se trataba de una conducta del todo reprobable, no dejaba de sentir cierto placer morboso al saberme con poder sobre aquella criatura.

Presa del pánico, la chica no tardó en correr e iniciar una huída desesperada, aunque los zapatos de tacón que calzaba no eran los más adecuados para escapar. El martilleo de sus pasos retumbaba en la quietud de la arboleda. Comencé a trotar tras ella, mientras acortaba la distancia sin excesiva prisa, como un felino que juega con su presa antes de asestar el zarpazo final. La mujer volvía el rostro una y otra vez y yo no dejaba de regalarle mi sonrisa más sardónica. Podía escuchar su respiración acelerada tratando de boquear en el gélido ambiente nocturno. En su huída perdió el bolso, del que salieron despedidos varios objetos al impactar contra el suelo. Me tomé unos segundos para recogerlo y le grité que volviese a por él, tras lo que proferí una sonora carcajada. Con cada zancada la tenía más cerca, su silueta femenina había dejado de ser una sombra borrosa para perfilarse con toda su voluptuosidad. Casi podía percibir el terror que como un rastro imaginario impregnaba el aire. Me sentía eufórico, al fin iba a materializar mi más inconfesable anhelo. Entonces vi como de repente la muchacha variaba el rumbo y trazaba una diagonal sobre el asfalto, desviándose hacia la acera opuesta.

Hice ademán de correr tras ella, empezaba a cansarme ya de ese juego, ansiaba culminar de una vez por todas mi particular misión. Tuve que detenerme en seco. Bajo la luz de una farola pude observar la figura de un hombre que se había vuelto, alertado por los gritos de auxilio de la mujer. De inmediato abandoné el camino y me escondí tras unos arbustos. La chica había llegado a la altura de su salvador y ambos conversaban, sin duda lo estaría poniendo al tanto de la persecución. El hombre, que en la distancia se adivinaba corpulento, dirigió una mirada hacia donde me encontraba. Agaché más la cabeza. No pareció verme. Tras unos segundos los dos comenzaron a caminar y no tardaron en perderse entre las sombras. Tenía que asumir que había fracasado de nuevo.

***

Otra noche más llegué al hogar con las manos limpias de sangre. Sin embargo esta vez había sido una causa ajena la que me impidió culminar el crimen. Sabía que el momento se acercaba, sólo era cuestión de tiempo.

Me levanté a la mañana siguiente sintiéndome inexplicablemente eufórico. Era festivo local en la ciudad y no había necesidad de madrugar. Bajé a comprar el periódico y preparé un desayuno abundante, tostadas con mantequilla y unas lonchas de fiambre. Sonreí por lo premonitorio del festín. Tomé asiento en el sofá y me dispuse a pasar las hojas. Cuando llegué a la página de sucesos una noticia llamó mi atención, la leí desconcertado.

Se ha encontrado en el parque del Retiro el cuerpo sin vida de la joven A.F.R., que desde ayer por la noche se hallaba desaparecida. La mujer se dirigía a pie hacia su casa cuando se le perdió el rastro. Un testigo ha relatado a la policía que minutos antes observó como un hombre de mediana edad la seguía a través de la senda peatonal que atraviesa el parque. Los agentes centran sus investigaciones en localizar a este sujeto, que se ha convertido en el principal sospechoso del crimen.

Se me hizo un nudo en la garganta mientras recordaba al hombre que había frustrado mis planes. Por lo visto otro se había llevado la gloria descargándose de culpa. Frías gotas de sudor comenzaron a perlarme la frente al tiempo que una incipiente arcada pugnó por vaciarme el estómago. Fue en ese momento cuando escuché como alguien aporreaba la puerta. Un grito que provenía del exterior me heló la sangre: “¡policía, abra inmediatamente o tendremos que entrar por la fuerza!”.

Cogí el móvil y con mano temblorosa improvisé a toda prisa un mensaje: “Cariño, no vas a creerme, pero no es lo que parece”.


***

Han pasado siete años. Uno termina por acostumbrarse a la vida en prisión, aunque he de reconocer que al principio cuesta un tanto. Todas las pruebas esgrimidas en el juicio me incriminaban y mi abogado no supo o no quiso demostrar que era inocente. Ahora estoy pendiente de la condicional, nadie podrá echarme en cara que mi comportamiento durante este tiempo no ha sido ejemplar. Deseo salir, tengo comida y cama pero ahí fuera aún me aguarda una tarea inacabada…¡me pregunto hasta la obsesión que se sentirá al matar a alguien!



Licencia Creative Commons
Obsesión por Jorge Valín Barreiro se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/2015/02/obsesion.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://brumasdegallaecia.blogspot.com.es/.


10 comentarios:

  1. ¡Ay! ¡Joder! ¡Me has tenido mega enganchada hasta el final! ¡¡Has creado una atmósfera acojonante!! (Hablando mal y pronto, pero es que así, es lo único que se me ocurre ^^)
    ¡Buah! ¡Me ha gustado mucho!
    ¡Besis! ;)

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    1. Ups, este comentario se me quedó aquí colgado durante un año! la inexperiencia del bloguero novato. Comentario muy típico de tu estilo, lleno de expresividad ;) me alegra que te haya gustado, la idea de este relato era precisamente crear esa tensión alrededor de las obsesiones del protagonista. Gracias con retraso :)

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  2. Qué fina ironía la que queda en este relato eh jaja, el hombre obseso por matar, que aunque se estrenó con el mendigo no se quedó satisfecho, fue finalmente encarcelado por la primera y única víctima que se le escapó. Muy bien hilado el texto, tanto la psicología del personaje como el curso de los acontecimientos. ¡Un saludo Jorge!

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    1. Pues sí, el hombre fue condenado por un delito que no cometió pero que deseaba haber cometido. Y ahora tenemos un asesino suelto y otro con ganas de estrenarse. Gracias por pasarte y por comentar José Carlos. ¡Saludos!

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  3. Madre mía, cómo me has metido en la mente de este psicópata obsesivo. Porque, que sepas, que es de manual de psicología patólógica: sin remordimientos, ni culpa, directo a su objetivo sin importarle esperar años. No sólo lo he disfrutado desde el punto de vista literario, sino que es un caso práctico que recomendaría a los estudiantes de psicología clínica. Perdona,ya me ha salido mi otra vena. Deformación profesional. Es que en esta segunda lectura lo he visto desde otra perspectiva. Enhorabuena, Jorge. Un abrazo

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    1. jaja resulta que tengo conocimientos de psicología y yo sin saberlo, o eso o tengo tendencias psicopáticas. Me alegra que te haya gustado Ana, gracias por pasarte y comentar. Un abrazo.

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  4. Bueno, Jorge (que raro se me hace no llamerte Lucio...), menudo relatazo que te has cascado. Esto que haces aquí es difícil con ganas, pues nos presentas un personaje reprobable y tienes la valentía de no juzgarlo. Sólo así logras que podamos entrar en su mente, tratar de comprender una personalidad tan enferma. Me gusta mucho que el personaje no se lo tome muy a la tremenda, sino casi con naturalidad. Luego, el giro funciona muy bien, y el remate es fantástico. Nos lo vemos venir, pero porque le da redondez a la historia, te la pide desde el momento en que no lo consigue. Leyéndolo he recordado "La naranja mecánica", que conseguía que te sintieras eufórico viendo barbaridades. Ojo, que Kubrick era un genio por conseguir eso. Tú aquí también lo consigues, por lo que, siendo Stanley un ídolo para mi, sólo me queda quitarme el sombrero. Enhorabuena, sargento Voreno.

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    1. Pues muchas gracias Alejandro, aunque no se yo si ponernos a mi y Kubrick en la misma frase será un poco exagerado. La idea del relato era meter al lector en la mente del protagonista, si he conseguido ese efecto entonces misión cumplida. Gracias por pasarte y comentar. Un saludo.

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  5. Curioso como una persona aparentemente normal se vuelve en un frustrado asesino. Su obsesión por matar a alguien nos conduce por un relato que va incrementando la tensión y al final, encarcelado injustamente, lejos de redimirse sigue obsesionado con cobrarse su primera víctima. Lo leí en TR y me gustó mucho, ahora en una segunda lectura creo que aún me ha gustado más. Está muy bien esto de comentar sin poner estrellas (de todas formas tendrías las 5 bien merecidas). Un enorme placer leerle señor Lucio Voreno. Un abrazo.

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    1. Pues si, la libertad de no tener que puntuar nos da más margen para comentar un relato y decir lo que nos gusta y lo que no. El protagonista desde luego no parece que se recicle mucho en prisión, por suerte sólo es ficción. Gracias por leer y comentar. Un abrazo Jose.

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